Hartshorn escoge uno de los temas más complejos sobre la faz de la tierra y le da salida con gracia y profundidad. El comercio del crudo abarca una gama de cuestiones que van desde la prospección a la inversión pasando por el consumo, pero dos cuestiones se desmarcan en virtud de su originalidad y sus desproporcionadas implicaciones.
En primer lugar, Hartshorn afirma que las petroleras del grupo de las Seven Sisters y la Comisión del Ferrocarril de Texas administraron mucho mejor los precios que los países de la OPEP. No se vio a Exxon o a Mobil lanzando improperios en rueda de prensa cuando ellas cortaban el bacalao; totalmente dedicadas a ganar dinero, triunfaron discreta y eficazmente a la hora de abrirse un hueco en el mercado. Pero los países de la OPEP, como entidades políticas y soberanas, no pueden hacer esto (piense en Irak o en Kuwáit). No logrando cooperar, los países de la OPEP perdieron el control del mercado. El argumento de Hartshorn sugiere que a largo plazo, el consumidor se beneficiará de la nacionalización de su sector petrolero por parte de la OPEP en los años 70 - cosa que desde luego no era evidente por entonces.
En segundo lugar, él pone el acento en "la paradoja central" del sector del crudo: el consumidor se precipita a hacer acopio del crudo encarecido (en lugares como Estados Unidos) y evitar los lugares de crudo económico (en el Golfo Pérsico). Implícitamente, todo el que invierte en la producción energética fuera del Golfo Pérsico apuesta a que saudíes y kuwaitíes entre otros no seguirán inundando el mercado con grandes cantidades de crudo barato. Si lo hicieran, su crudo expulsaría del mercado a los demás. Hartshorn considera que esta situación precariza de forma inherente los precios, pero da por buena la jugada para los saudíes y compañía al no tener incentivos para dar la vuelta a la tortilla.