En Marzo de 1989, poco después de que el Ayatolá Khomeini publicara su decreto condenando a muerte a Salman Rushdie por su novela Los Versos Satánicos, el Observer Londinense publicó una carta anónima desde Pakistán. En ella, el escritor, un Musulmán que no daba su nombre, indicaba que "Salman Rushdie habla por mí". A continuación explicaba:
la mía es una voz que todavía no ha encontrado expresión en las columnas del periódico. Es la voz de los que han nacido Musulmanes pero desean cambiar una vez en edad adulta, pero no se permite bajo pena de muerte.
Alguien que no viva en una sociedad Islámica no puede imaginar las sanciones, tanto auto-impuestas como externas, que militan contra la expresión de incredulidad religiosa. "No creo en Dios" soy una elocución pública imposible incluso entre la familia y amigos... Así que contenemos nuestras lenguas, aquellos de nosotros que dudamos.
"Ibn Warraq" ha decidido no contener más la lengua. Identificado solamente como un hombre que creció en un país que ahora se llama república Islámica, que vive actualmente y enseña en Ohio, el decreto de Khomeini lo ultrajó tanto que escribió un libro que supera a Los Versos Satánicos en términos de sacrilegio. En donde Rushdie ofrecía la crítica evasiva en un cuento de hadas de realismo mágico, Ibn Warraq trae una almádena académica con la tarea demoler el Islam. Escribir algo polémico contra el Islam, especialmente para un autor Musulmán de nacimiento, es un acto tan incendiario que el autor debe escribir bajo pseudónimo; no hacerlo sería un acto suicida.
¿Y qué hace a Ibn Warraq para tener que demostrar para valer este acto de desafío sin precedentes?. Una acusación bien investigada y absolutamente brillante, de alguna manera desorganizada, contra una de las mayores religiones del mundo. Mientras que el autor niega la pretensión de originalidad, ha leído lo bastante extensamente como para escribir un ensayo que ofrece una primera novela de representación de la fe que dejó atrás.
Para empezar, Ibn Warraq diverge de la academia Occidental actual para hacer la asombrosa afirmación de que Mahoma nunca existió, o que si existió, él no tenía nada que ver con el Qur'an. En su lugar, ese libro santo fue fabricado un siglo o dos más tarde en Palestina, después "proyectado sobre el pasado a un punto de origen Árabe inventado". Si el Qur'an es un fraude, no es sorprendente aprender que el autor encuentra poca autenticidad en otras partes de la tradición Islámica. Por ejemplo, despacha "La ley Islámica al completo" como una "creación fantástica fundada en falsificaciones y ficciones piadosas". Retrata al Islam entero, en pocas palabras, como una cocción de mentiras.
Habiéndose despachado así con la religión, Ibn Warraq empieza con la historia y la cultura. Embistiendo contra la corrección política, condena las primeras conquistas Islámicas y condona el colonialismo Europeo. "Tocear hacia Arabia cinco veces al día", escribe, refiriéndose al rezo Islámico hacia La Meca, "debe ser con certeza el mayor símbolo de... imperialismo cultural". En contraste, el control Europeo,"con todos sus defectos, benefició en última instancia a los gobernados tanto como a los gobernantes. A pesar de ciertos incidentes infames, los poderes Europeos se manejaron, en conjunto, muy humanamente".
Al argumento convencional de que los logros de la civilización Islámica en el período medieval demuestran la grandeza del Islam, Ibn Warraq restablece la discusión Victoriana de que la civilización Islámica vino al mundo no debido a la ley del Qur'an y la Islámica sino a pesar de ella. El estímulo a la ciencia y las artes vinieron de fuera del mundo Musulmán; dondequiera que reinase el Islam, estas realizaciones tuvieron lugar solamente donde la mano mortal de la autoridad Islámica se podría evitar. Acreditar al Islam de las glorias culturales medievales, sostiene con certeza, sería como acreditar a la Inquisición de los descubrimientos de Galileo.
De vuelta al presente, Ibn Warraq argumenta que los Musulmanes han experimentado grandes dificultades para modernizar porque el Islam está parado en las cuatro direcciones de su camino. Su orientación retrógrada dificulta el cambio: "Todas las innovaciones se desalientan en el Islam-cada problema se considera como un problema religioso más que como uno social o económico". Se diría que esta religión no tiene nada funcional que ofrecer. "El Islam, el Islam político en particular, ha fracasado totalmente para hacer frente al mundo moderno y a toda la problemática social, económica y filosófica que lo acompaña". El autor tampoco se aferra a la esperanza de que mejore. Tómese por ejemplo el tema de la protección de individuos por parte del estado: "El obstáculo principal del Islam para moverse de cualquier manera hacia los derechos humanos internacionales es Dios, o por ponerlo más claro... la reverencia hacia las fuentes, el Corán y la Sunna".
En un capítulo particularmente delicado, dado que él mismo es un Musulmán que vive en Occidente, Ibn Warraq discute la emigración Musulmana a Europa y Norteamérica. Teme la importación de los comportamientos Islámicos y aconseja a los Británicos no hacer concesiones a las exigencias inmigrantes sino a mantenerse firmemente sobre sus principios tradicionales. "A menos que se ejerza gran vigilancia, es probable que todos acabemos encontrando a la sociedad Británica enormemente empobrecida moralmente" por la influencia Musulmán. Al mismo tiempo, como beneficiario Musulmán Occidentalmente orientado y liberal, Ibn Warraq discute que la línea clave es la de filosofía personal basada y no basada (como lo pondría Samuel Huntington) en la adherencia religiosa. "La batalla final no será necesariamente entre el Islam y Occidente, sino entre los que valoran la libertad y los que no". Esta discusión de hecho ofrece esperanza, implicando como implica que la gente de credos divergentes puede encontrar puntos en común.
En conjunto, el examen del Islam de Ibn Warraq es excepcionalmente severo: la religión se basa en el engaño; tuvo éxito a través de la agresión y la intimidación; hace retroceder el progreso; y es una "forma de totalitarismo". Examinando casi catorce siglos de historia, concluye, "los efectos de las enseñanzas del Corán han sido un desastre para la razón humana y el progreso social, intelectual, y moral".
Como si esto no fuera bastante, Ibn Warraq remata su blasfemia con un asalto contra lo que él llama la "arrogancia monoteísta" e incluso contra la religión como tal. Se hace algunas preguntas interesantes, de la clase de las que ya no nos hacemos más en Occidente. "Si hay una evolución natural del politeísmo al monoteísmo, ¿entonces no habrá un desarrollo natural del monoteísmo al ateismo?". En lugar de que Dios aparezca en lugares oscuros y circunstancias extremas, "¿Por qué no puede revelarse a las masas en persona en un estadio de fútbol durante la final de la World Cup"?. En 1917, más que por un milagro en Fátima, Portugal, ¿por qué no puso Él fin a la carnicería del Frente Occidental?.
Esta discusión evidencia hasta qué punto ya no discutimos estos temas más en el conjunto de la vida intelectual Americana. Creyentes y ateos van por separado, demonizándose mutuamente enzarzarse en combate. Por esta razón, muchas de las aseveraciones anti-religiosas de Ibn Warraq son de una calidad asombrosamente refrescante.
Es difícil que un no Musulmán aprecie completamente la ofensa Ibn Warraq ha cometido, por la que su libro de protesta profunda y provocación asombrosa va más allá de cualquier cosa imaginable en nuestra cultura del usar-y-tirar. No tenemos ninguna devoción comparable a la del Islam. En el reino religioso, por ejemplo, Joseph Heller convirtió varias parábolas Bíblicas en material pornográfico en su novela de 1984 Dios lo sabe, y ni siquiera nadie se dio cuenta. Martin Scorsese hizo frente a algunos piquetes a causa de su retrato de las experiencias sexuales de Jesucristo en la película de 1988 La Última Tentación de Cristo, pero ciertamente a ninguna amenaza contra su vida. Rushdie en persona ha puesto los pelos de punta recientemente en La India al reírse de Bal Thackeray, líder fundamentalista Hindú y ni por esas han llegado amenazas a su barrio. En la arena política, Charles Murray y Dinesh D'Souza han publicado libros sobre el tema Americano más delicado por excelencia, el asunto de las diferentes habilidades raciales, y a consecuencia de ello ni uno ni otro han tenido que ocultarse.
En contraste, la blasfemia contra el Islam conduce al crimen- y no solo para Salman Rushdie o en lugares como Egipto o Bangladesh. Al menos una de tales ejecuciones ha tenido lugar sobre suelo Americano. Rashad Khalifa, un bioquímico Egipcio que vivía en Tucson, Arizona, analizó el Qur'an por ordenador y concluyó a través de algún algoritmo complejo que los dos versos finales del noveno capítulo no pertenecen al libro santo. Esta visión le llevó eventualmente a declararse un profeta, una ofensa muy seria en el Islam (que sostiene que Mahoma era el último de los profetas). Algunos meses después, el 31 de enero de 1990, asaltantes desconocidos - probablemente Musulmanes ortodoxos encolerizados por sus enseñanzas - apuñalaron a Khalifa hasta matarlo. Mientras que el caso sigue sin resolver, envió un mensaje claro y frío: hasta en los Estados Unidos, la desviación lleva a la muerte.
Escritores juzgados como poco amigos del Islam son asesinados continuamente. Docenas de periodistas han perdido sus vidas en Argelia así como escritores prominentes en Egipto y Turquía. Taslima Nasrin tuvo que huir de su Bangladesh nativo por esta razón. Un silencio terrible ha descendido sobre el mundo Musulmán, así que libros de esta clase sólo pueden publicarse en Occidente.
En este contexto, la reclamación de Ibn Warraq de su derecho a discrepar con los guardianes Islámicos es un choque. ¡Y mucho más cuando reclama hasta su derecho Occidental a hacerlo tan irrespetuosamente!. "Este libro es en primer lugar y principalmente un ejercicio de mi derecho a criticarlo todo y a cualquier cosa en el Islam - incluso a blasfemar, a cometer errores, a satirizar y a burlarme". Por Qué No Soy un Musulmán tiene un cierto talante de mofa, pero también es un libro serio que provoca la reflexión. No clama por una pared de silencio, mucho menos por una fatwa como la de Rushdie sobre la vida del autor, sino por una respuesta igualmente competente de un Musulmán creyente.