Después de que el precio del crudo se cuadruplicara en 1973, Siria y otros estados árabes presionaron a Arabia Saudí para que utilizara su nueva riqueza contra Israel. Parte de la respuesta del gobierno saudí fue liderar una campaña contra el apoyo a Israel en Estados Unidos.
Por su cuenta, no obstante, los saudíes carecían de los contactos y la inteligencia para afectar los vínculos americano-israelíes. Para compensar esto, el estado saudí reclutó ayuda. En La casa de Saud americana (Franklin Watts, 448 páginas, $18.95), Steven Emerson, periodista y anterior miembro del personal del Comité del Senado de Relaciones Exteriores, relata las actividades anti-israelíes llevadas a cabo los últimos años por americanos destacados que estaban recibiendo o se disponían a recibir dinero saudí.
Lo que perturba a Emerson no es la parcialidad pro-saudí como tal; sus opiniones acerca del conflicto árabe israelí son mantenidas al margen de La casa de Saud americana. Tampoco parece detenerse con los árabes americanos (ni sus contrapartes judías) que presionan en favor de sus creencias. En su lugar, ataca el acuerdo mediante el cual agentes pagados deshonestamente impulsan los objetivos de un gobierno exterior mientras aparentan intentar promover los intereses americanos.
Para poner a prueba la fiabilidad de éste libro, envié cartas a siete de las personas acusadas de perjuicio por Emerson. En sólo un caso - un funcionario del Departamento de Estado que escribió un libro acerca de Arabia Saudí - recibí una negativa medianamente convincente.
Entre las principales lumbreras mencionadas en esta exposición se encuentran J. William Fulbright, que escribió un artículo acerca de la cumbre de Camp David de 1978 en el que abogaba por una posición muy similar a la del gobierno saudí. El artículo fue publicado en Newsweek, donde Fulbright en persona se identificaba con un escueto "ex Senador norteamericano [que] ejerce el Derecho en Washington, D.C." En realidad, en aquella época, era un agente registrado del gobierno saudí, y registró su artículo del Newsweek en el Departamento de Justicia como una de sus actividades llevadas a cabo a favor de los saudíes. Cuando le pedí que tratara la acusación de incorrección de Emerson, Fulbright sólo dio la evasiva respuesta de que su artículo "no contenía referencia de ningún tipo a [una hipotética] representación legal de Arabia Saudí" desde su bufete.
Unos cuantos ex embajadores en países árabes se encuentran en nómina saudí. Emerson documenta que uno de ellos, Andrew I. Killgore, dijo en público que su compañía no llevaba las relaciones públicas de Arabia Saudí cuando en realidad sí [que las llevaba]. Ofrecida la posibilidad de responder, Killgore no negó la acusación. En su lugar, me acusó de querer "silenciarle".
Un segundo ex embajador, John C. West, salió corriendo a Miami en abril de 1982. ¿Su tarea?. Mantener fuera de la cárcel al príncipe saudí Turkí, acusado de desacato a la policía. ¿Cómo?. Logrando para él [la] inmunidad diplomática retroactiva. ¿El motivo de West?. Según Emerson, desde 1981, West había sido contratado por una firma saudí a razón de 10.000 dólares al mes. Respondiendo a esta información, West escribió que no representa al gobierno saudí - dejando abierta la posibilidad de que pudiera representar intereses saudíes privados.
Emerson también observa que
James E. Akins, tercer ex embajador, adopta una postura pro-árabe tan dura que a menudo parece "más pro-árabe que los funcionarios árabes", dice Emerson. Por ejemplo, en 1981, Akins reprendió al jeque Zaki Yamani, ministro saudí del petróleo, por no aprobar la vinculación de la producción petrolera saudí a la política norteamericana en Oriente Medio. Emerson indica indirectamente que Akins "intentaba reforzar el chantaje de los árabes a Estados Unidos" como medio de granjearse más petrodólares para él mismo. Akins no respondió a mis repetidos esfuerzos por escuchar su versión de la historia.
Otras figuras relevantes señaladas por Emerson como parte de la búsqueda de dinero saudí incluyen a Spiro Agnew, Bert Lance y Jimmy Carter. Emerson argumenta que Agnew - bastante razonable hacia Israel previamente - comenzó a lanzar amenazas contra "las influencias sionistas en Estados Unidos" como parte de su acertado esfuerzo por atraer dinero saudí. [Emerson] Demuestra que Bert Lance recibió un préstamo que no había solicitado [por valor] de 3,5 millones de dólares de un financiero saudí. Posteriormente, Lance hablaba acerca de "el enorme control judío de la prensa". Y Emerson yuxtapone las efusivas alabanzas al gobierno saudí por parte de Jimmy Carter en 1983 con la disponibilidad de un financiero saudí a asumir la factura de 50.000 dólares a beneficio de la Biblioteca Presidencial Carter.
Hay otras coincidencias preocupantes. Emerson alega que altos cargos del Reader's Digest se reunieron con representantes de
Emerson indica indirectamente que la culpa de la duplicidad que describe recae más en los americanos que hacen el trabajo sucio [a los saudíes] que en los saudíes que les emplean. Esa es una llamada de atención seria. Lo que está claro es que Emerson ha destapado un gran fraude.