¿Es imprescindible el conocimiento del árabe para escribir acerca de los árabes o elaborar políticas dirigidas a ellos? Sí, resoplan los que han aprendido el idioma conocidos como arabistas.
El árabe se le subió a la cabeza a Antony Sullivan. |
"El más tremendo, los autores se refieren en más de una ocasión a la orientación del rezo musulmán como qilbah. Esto es incorrecto. Nafziger y Walton han invertido la segunda y tercera consonantes del término árabe (raíz: qaaf-baa-laam). El término correcto es qibla (acento en la primera sílaba), y en el inglés esa palabra se escribe más comúnmente puntuada. El sistema de transcripción recomendado por el International Journal of Middle East Studies, la principal publicación académica norteamericana en el terreno, sostiene que no hay razón para añadir una 'hache' a la última letra (taa marbuuta) de palabras como qibla".
Sullivan concluye con una nota todavía más pomposa: "Resulta desafortunado que los que no tienen un dominio firme del árabe opten por escribir de materias que exigen fluidez lingüística. Pero esto por desgracia es muy común en los tiempos en que vivimos".
Pero Nafziger-Walton entienden correctamente que la guerra "es el proceso principal en virtud del cual el islam se propaga por el mundo", mientras que Sullivan, a pesar de su familiaridad con las taa marbuutas, difunde la desinformación islamista ("terrorismo y Jihad no son gemelos idénticos sino enemigos históricos"). Su error encaja en una artimaña arabista más extendida, que oculta el verdadero significado de jihad y simula que significa mejora personal en lugar de hostilidad ofensiva.
Juan Cole "domina" los idiomas y las malas políticas. |
Pero su alardeado conocimiento de muchos idiomas no impide a Cole ofrecer consejos funestos, como alentar a Washington a confiar en la Hermandad Musulmana y negociar con Hamás.
Irrisoriamente, Cole se ceba en concreto con el American Enterprise Institute, planteando "¿Alguien allí… habla una palabra de árabe al menos?" y critica con virulencia a un académico del AEI, Michael Rubin. "Yo nunca he visto a Rubin citar una fuente árabe, y dudo de que al menos conozca el idioma; es Persianista de formación". Rubin (cuya biografía no dice nada de los idiomas que "domina"), me informa que tiene "un conocimiento funcional del árabe" idóneo para citar prensa árabe con vistas a los análisis políticos. A diferencia de Cole, Rubin no presume de haber aprendido idiomas difíciles; también a diferencia de Cole, Rubin ofrece consejos políticos sensatos a tenor de un abanico impresionantemente amplio de asuntos.
Observe además la inconsistencia de Cole y de los demás arabistas: "Ellos escriben con total libertad acerca de Israel, aunque no tienen ninguna noción de hebreo", apunta Lee Smith, en el The Weekly Standard. ¿A lo mejor es que muchos extranjeros hablan hebreo para que sea tan prestigioso?
Aunque a duras penas puede imaginarse alguien investigaciones serias acerca de, pongamos, Estados Unidos sin hablar inglés, los no arabistas redactan estudios útiles e importantes acerca de los árabes debido a la enorme cantidad de información que hay en idiomas occidentales, el inglés en especial. Por ejemplo, he elogiado la obra de David Pryce-Jones El círculo cerrado: una interpretación de los árabes por ser "una obra imprescindible de la interpretación de la política de Oriente Medio". Si no hace falta para nada el árabe para escribir acerca de Estados Unidos, los arabeparlantes nativos sí precisan información facilitada en idiomas occidentales de forma característica para destacar.
Por supuesto, ayuda saber idiomas. Pero como sugieren estos ejemplos, los idiomas no protegen de la ideología, las modas, la pedantería o la desinformación. Ni garantizan la calidad académica ni la perspicacia legislativa. Quien haya aprendido árabe puede enorgullecerse de este logro sin presumir a los cuatro vientos que se impone a las demás cualificaciones. Es una herramienta de tantas, no una posición.