En su artículo "La guerra civil musulmana", Bret Stephens, del Wall Street Journal, discrepa de mi exposición a tenor de Siria. Él caracteriza la postura que mantengo de esta forma:
Si los guerrilleros de al Qaeda quieren matar a los guerrilleros de Hezbolá y los guerrilleros de Hezbolá quieren devolver el gesto, ¿quién en sus cabales se iba a interponer? . . . Si una rama del islam quiere abrir una guerra contra otra rama unos años — o décadas — tanto mejor para el mundo no islámico. Las bajas civiles de Aleppo u Homs son tragedia suya, no nuestra. Moralmente no nos implica. Y probablemente nos beneficie a nivel estratégico, al desviar de Occidente los ánimos yihadistas sobre todo.
Se equivoca en todos los cálculos.
¿Por qué se equivoca y en qué cálculos? En la práctica, Stephens señala una única faceta: Se remonta a la guerra Irán-Irak de los 80 para aducir que pasó factura a los intereses occidentales y a su posición moral en la misma medida. Evalúa su impacto sobre Occidente:
Es verdad que el precio del crudo descendió de forma acusada casi todos los años del conflicto, pero eso sólo pone en evidencia la endeble correlación que hay entre las tensiones en el Golfo Pérsico y el precio del petróleo. Por lo demás, los 80 fueron los años de los conflictos navales en el Golfo, incluyendo el ataque iraquí al USS Stark; del secuestro en el Líbano; y del nacimiento de Hezbolá, con sus atentados suicida contra las instalaciones militares de los Marines y la embajada de Beirut. Irak invadió Kuwait menos de dos años después del final de la guerra. Irán vio intacto su fervor revolucionario al salir del conflicto -- con un interés inusitado en desarrollar armas nucleares. En resumen, un prolongado conflicto intra-islámico no hizo que alguien estuviera más seguro, fuera más rico o más sabio.
Bret Stephens.
Concluye que el enfrentamiento manchó moralmente a Occidente.
Estados Unidos apoyó a Saddam Hussein como contrapeso a Irán, y más tarde intentó hacer el doble juego con Irán mediante armas secretas entregadas a cambio de la liberación de los rehenes. Patrullando el Estrecho de Ormuz, el USS Vincennes abatió por error un aparato comercial iraní sobre aguas del Golfo, matando a 290 civiles.
Stephens concluye que "la pasividad sólo brinda asilo moral cuando no hay posibilidad de intervención".
Iniciaré mi réplica elogiando a Bret Stephens en calidad de uno de los analistas de la política exterior más precisos que escriben hoy y alguien a quien felicité hace poco con motivo de su Premio Pulitzer de narrativa. Me cae bien, y respeto sus opiniones. Dicho eso, he aquí mi respuesta:
La guerra Irán-Irak de 1980–88 y la guerra civil siria se diferencian en una faceta decisiva. La primera afectó al centro energético del mundo, la segunda no. La guerra Irán-Irak amenazó la economía global, el conflicto sirio no.
Stephens pone el acento en las desventajas relativamente secundarias de la guerra Irán-Irak. Desde la perspectiva de un cuarto de siglo más tarde, el conflicto sí acarreó la importante ventaja de debilitar a ambos bandos enfrentados. Jomeini disfrutaba de un enorme seguimiento entre los musulmanes al comienzo de la guerra pero hacia su final perdió su influencia; ni un solo país más experimentó una revolución islámica de inspiración iraní, y el tan temido efecto dominó se desinfló. De igual forma, el Irak de Saddam Hussein nunca se recuperó de la tremenda factura de su guerra con Irán; aunque siguió siendo lo bastante fuerte para conquistar al indefenso Kuwait en 1990, sus efectivos no fueron en absoluto rival para los efectivos regulares bajo liderazgo estadounidense de 1991 y 2003.
La guerra civil en Siria también benefició a Occidente hasta ahora: Enfrentó al fundamentalista sunita con el fundamentalista chiíta, debilitó a los gobiernos de Irán y Siria, perjudicó a las organizaciones terroristas Hezbolá y Hamás, hizo que el nocivo ejecutivo turco del AKP se tambaleara por primera vez en sus 10 años de reinado y dio problemas a Moscú en Oriente Próximo. Más en general, una región que amenaza constantemente al mundo exterior se viene centrando tanto en su propia tesitura que su capacidad de dar problemas a los demás se ve reducida.
En cuanto a la cuestión moral: Convengo enfáticamente con Stephens en que los que disponemos de medios debemos de ayudar a los que lo necesitan. ¿Pero en serio está convencido de que una victoria de los rebeldes islamistas o bien del gobierno Assad, teniendo en cuenta sus horribles actuaciones en el campo de batalla, representaría una mejora de las condiciones civiles? Sugiero mejor que las potencias occidentales utilicen su influencia para sacar a los efectivos rivales de las zonas pobladas.
El conflicto hoy abierto beneficia a los que estamos lejos de Oriente Próximo. Ojalá debilite a ambos bandos mientras nuestros gobiernos adoptan medidas de impacto para ayudar a los civiles atrapados en el punto de mira.
Añadido el miércoles, 5 de junio de 2013: (1) David Goldman se pone de parte mía en este debate, rematando su análisis con esta observación:
sigue presente el tremendo hecho de que no está en nuestras manos impedir el declive de una civilización que abarca a más de 1.000 millones de personas, ni impedir que ciertas facetas de ese declive se agraven más allá de las palabras. Entre las muchas cosas que podríamos hacer, hay una que tenemos que hacer: limitar el impacto sobre nosotros y nuestros aliados.
(2) Un lector señala que mi recomendación política está chapada a la antigua Realpolitik ("política basada en factores prácticos y materiales en lugar de objetivos teóricos o éticos") y no debería de avergonzarme decirlo. Tiene parte de razón: pero no voy a distanciarme a estas alturas del deber moral de dar prioridad a nuestra propia protección.