El semanario alemán Der Spiegel afirma: "Nunca antes en la historia moderna un país ha dominado tanto la tierra de forma tan integral como lo domina Estados Unidos hoy". Remontándonos todavía más atrás, el columnista Charles Krauthammer escribía hace poco en The New Republic que Estados Unidos es "la potencia más aventajada en relación a sus rivales que ha visto el mundo desde el imperio romano".
En realidad, subestiman el argumento: Estados Unidos disfruta de una fortaleza sin precedentes en la historia de la humanidad. Este país gasta en sus efectivos regulares cantidades varios órdenes de magnitud por encima de cualquier otro país. Estados Unidos es el único participante del concepto de la "teoría bélica del futuro", lo que le da un abanico entero de armamento (como cazas camuflados) más allá del alcance de los demás, y dispone de una influencia territorial que se extiende prácticamente al mundo entero. Nadie puede rivalizar en términos convencionales o no convencionales.
Pensaría que esta influencia simplifica la proyección estratégica de América y que, en teoría al menos, Estados Unidos puede asumir por su cuenta prácticamente cualquier empeño sin ayuda de nadie. Puede deshacerse de Sadam Hussein en Irak, destruir el arsenal norcoreano o incluso contener las ambiciones chinas. Menudencias tales como el apoyo de las Naciones Unidas, los efectivos regulares aportados por Europa, el dinero procedente de Japón o las bases de Arabia Saudí son provechosas pero no imprescindibles.
Bueno, esa es la teoría en cualquier caso. Y si Seattle fuera invadido, serían hechos; en situación de emergencia, los estadounidenses volverían a cerrar filas y nuestra fortaleza se acabaría imponiendo sin duda. Pero en el ínterin, siendo siempre opcional el uso de la fuerza, los estadounidenses tienden a estar enormemente divididos. Todo ahora es voluntario: ¿Queremos ser el policía global o encerrarnos en nuestro caparazón? ¿Nos implicamos para salvar vidas (como en Kosovo) o adoptamos estrictos criterios de interés nacional? Podemos hacer lo que queramos dentro de un margen. Y a veces no es muy amplio.
La realidad plasma en parte la veterana división entre los que consideran a Estados Unidos un faro de las naciones y los que quieren que se meta en sus asuntos. También plasma la brecha abierta entre izquierdistas y conservadores desde tiempos de la Guerra de Vietnam. Y la ausencia de una gran rivalidad soviético-estadounidense hace cada cuestión mucho más difícil de discernir. Angola y Afganistán revisten interés global, pero Bosnia y Haití quedan confinados a su territorio.
Nuestro actual patrón de comportamiento refleja la peculiar costumbre estadounidense de dejar la victoria a medias. Hicimos esto tras la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, manteniéndonos fieles al formato tras la Guerra Fría. Tras el colapso soviético elegimos no crear un imperio sino reducir el gasto militar, elegimos no dominar a nuestros vecinos sino elevar con ellos la actividad comercial (el tratado NAFTA), elegimos no iniciar aventuras en el extranjero sino reparar los problemas crónicos de la vida cotidiana norteamericana - el problema racial o el régimen fiscal. Los estadounidenses gastan con reticencia en armamento y envían efectivos al extranjero con importantes reservas.
Sobre todo, el final del conflicto siempre nos concede la oportunidad de participar de alguna búsqueda de la felicidad con las bendiciones de la Constitución (los prósperos años 20, el crecimiento de los 50). Durante los 90 navegamos por internet, exploramos nuevas tendencias sexuales y seguimos la evolución del selectivo Dow. Parece que la misión nacional consiste en perfeccionar nuestro revés al tenis o en maridar la salsa barbacoa definitiva - desde luego sin proteger al mundo con vistas a la democracia. Preferimos derrotar al equipo visitante antes que a Castro o a Sadam.
De manera que mientras los baremos independientes ilustran una potencia norteamericana sin rival, la realidad subjetiva retrata un panorama mucho más pesimista de confusión, aislacionismo y falta de voluntad.
Todo lo cual frustra por completo al mundo exterior. Los no americanos, ya sean íntimos como los canadienses o lejanos como los norcoreanos, no aprehenden la naturaleza de la cuestión y no confían del todo en el aparente solipsismo de los estadounidenses. Hasta nuestros aliados más próximos (por no hablar de más de un estadounidense alienado) interpretan como una conspiración la aparente ausencia estadounidense de interés en la expansión territorial. Pretenden dar sentido al verdadero programa, ubicar el móvil imperialista subyacente, desenmascarar la conspiración oculta. Su imaginación desatada les permite ver las instituciones internacionales - el Consejo de Seguridad, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial - convertidas en peones de la hegemonía norteamericana. Se fijan en la alusión puntual del Presidente [George H.W.] Bush a "un nuevo orden mundial" - anodina noción sin brillo relativa a la política tras la Guerra Fría, carente de cualquier relevancia a nivel operativo - y la pregonan como amenazante y avalado descubrimiento de secretos.
Esta desconfianza revela normalmente lo que los psicólogos llaman proyección: Los extranjeros dan por sentado que los estadounidenses hacen lo que ellos harían con nuestro poder - imponer su voluntad a los demás. Se imaginan que Estados Unidos actúa como actuarían ellos de ocupar la posición de prominencia: Expansión territorial, mecanismos de influencia y zonas comerciales exclusivas. No pueden creer que Estados Unidos no haga lo que ellos harían.
Los estadounidenses tienden a mondarse con tales interpretaciones, despreciándolas como charlatanería significante. Charlatanería puede, pero insignificante no. Esta perspectiva contribuye en gran medida a explicar el motivo de que el Parlamento ruso tema una invasión estadounidense de su país, de que "la calle árabe" esté convencida de que hay una conspiración norteamericana contra el islam, y de que los medios japoneses achaquen sus problemas económicos a los americanos.
Todo régimen disfuncional que queda (Corea del Norte, Irán, Irak, Siria, Sudán, Libia, Cuba) apoya su propaganda en una agresiva conspiración norteamericana; lo hacen porque este enfoque ofrece la posibilidad de más éxito que tienen de despertar la simpatía internacional. Fidel Castro y Sadam Hussein han llegado a hacer de esto su principal escudo contra Estados Unidos.