El enfrentamiento occidental con el islam fundamentalista ha terminado en ciertos sentidos por parecerse a la gran batalla ideológica del siglo XX, la que se dio entre el marxismo leninista y la democracia liberal. Los estadounidenses no sólo enmarcan el debate de Irán o Argelia según enmarcaron el anterior acerca de China y la Unión Soviética, sino que también divergen en torno a la cuestión del islam fundamentalista siguiendo a grandes rasgos las mismas líneas maestras que siguieron durante la Guerra Fría. Los liberales dicen que hay que ganarse a los radicales. Los conservadores dicen que hay que plantarles cara. Como es costumbre, los conservadores tienen razón.
A primera vista, la forma de tratar el islam fundamentalista parece ser un debate que no reviste parecidos con nada que se haya presentado antes. El islam es una religión, no una ideología, así que ¿cómo va el gobierno estadounidense a formular una política hacia él? Un vistazo más detenido revela que aunque el islam es realmente una confesión, su variante fundamentalista es una forma de ideología política. Los fundamentalistas podrían definirse, de la más sencilla de las formas, como aquellos musulmanes que convienen con el eslogan "el islam es la solución". En lo que respecta a la política en particular, ellos dicen que el islam tiene todas las respuestas. El líder malayo Anwar Ibrahim habló por los musulmanes fundamentalistas de todas partes cuando hace unos años afirmó que "No somos socialistas, no somos capitalistas, somos islámicos". Para los fundamentalistas, el islam es principalmente un "-ismo", una red de creencias relativas al orden del poder y la riqueza.
Mucho distingue al fundamentalismo del islam según se practica tradicionalmente, incluyendo su hincapié en la vida pública (en lugar de la fe y la religiosidad personal); su referencia integrada por docentes e ingenieros (no por eruditos religiosos); y su faceta occidentalizada (por ejemplo, mientras los musulmanes tradicionalmente no consideraron el viernes una fiesta, los fundamentalistas lo han convertido justamente en eso, imitando al sábado de los judíos y el domingo de los cristianos). En resumen, el fundamentalismo representa una empresa totalmente moderna que pretende reconciliarse con los retos de la modernización.
La gran mayoría de los musulmanes discrepan de las premisas del islam fundamentalista, y un reducido grupo lo hacen abiertamente. Unos cuantos, como Salman Rushdie o Taslima Nasrín, se han forjado una reputación global, pero la mayoría trabaja de forma más anónima. Cuando una diputada del parlamento jordano que acababa de salir elegida llamó al islam fundamentalista el pasado otoño "uno de los grandes peligros a los que se enfrenta nuestra sociedad" y lo comparó con "un cáncer" que había que "extirpar quirúrgicamente", hablaba por muchos musulmanes.
Como ideología, el islam fundamentalista no puede aspirar al carácter sagrado del que disfruta la confesión del islam. Aunque respetuosos con la confesión islámica, los estadounidenses pueden criticar al fundamentalismo de buena fe.
Formaciones de combate
A la hora de dar respuesta al islam fundamentalista, los estadounidenses tienden a dividirse según discursos conservador y liberal familiares. Más curioso aún es que los mismos individuos sostengan prácticamente las mismas posturas que sostuvieron frente a esa otra ideología cuasi-religiosa, el marxismo-leninismo. Las posturas liberal y conservadora perduran, con idénticos particulares discutiendo todavía las mismas cuestiones más o menos. El Demócrata de izquierdas como George McGovern defiende una línea blanda, hoy como ayer. El Republicano de derechas como Jesse Helms defiende la línea dura, ayer y hoy. Considere los paralelismos siguientes:
Causas: La izquierda, fiel a su perspectiva materialista, considera la ideología comunista o la ideología islámica fundamentalista el disfraz de otro móvil, un móvil económico probablemente. La Revolución Rusa manifestaba agravios de clase asentados; la violencia fundamentalista argelina, nos informa el Departamento de Estado, manifiesta "la frustración causada por la exclusión política y la miseria económica". En contraste, la derecha considera la ideología utópica radical una fuerza poderosa en sí misma, y no sólo una manifestación de problemas socioeconómicos. Las ideas y las ambiciones vienen a contar tanto como el precio del trigo: las ideas de un orden nuevo justifican en gran medida las revoluciones de 1917 y 1979.
Soluciones: Si la miseria es causa del fundamentalismo, como sostiene la izquierda, entonces el antídoto se encuentra en la justicia social y el crecimiento económico. Occidente puede prestar apoyo en estos terrenos a través de la ayuda humanitaria, la actividad comercial y tender líneas de comunicación. Pero si como está convencida de la derecha, los intelectuales ambiciosos son el problema, entonces han de ser combatidos y derrotados. En ambos casos, los liberales recurren a la cooperación, los conservadores a la confrontación.
La responsabilidad de Occidente La izquierda considera la hostilidad occidental como la causa principal de que las cosas hayan ido mal. Según un periodista, Occidente "hizo una aportación notable propia" a la hora de provocar la actual crisis en Argelia. Es la vieja postura progre del "la culpa es de América" de toda la vida: igual que los estadounidenses eran responsables de cada pecado soviético, de Stalin a la carrera armamentística, también hoy se les piden cuentas de la aparición del ayatolá Jomeini (causada por el apoyo estadounidense al sha) y por los muchos movimientos fundamentalistas árabes (originados en el apoyo estadounidense a Israel). La derecha niega firmemente la culpabilidad occidental en ambos casos, dado que eso absolvería a los tiranos de sus crímenes. Cometemos errores, claro está, pero se deben a que tenemos dificultades a la hora de confrontar a los movimientos utópicos radicales. Siguiendo estas líneas maestras, Arnold Beichman aduce que "Nos encontramos en los albores de lo que promete ser una guerra larga en la que nuevas complejidades morales… se presentarán como se presentaron en los días del comunismo soviético".
Una única fuente: Cuando el Departamento de Estado desmiente "que se ejerza un control internacional monolítico sobre los diversos movimientos islámicos", se vale prácticamente de las mismas palabras que utilizó en tiempos para hablar del marxismo-leninismo. Durante décadas, la "progresía" norteamericana insistió en que las organizaciones comunistas de todo el mundo tenían orígenes autóctonos, y no debían nada a Moscú (afirmación fácil de realizar mientras los archivos de Moscú sigan cerrados). A lo que los conservadores han respondido mucho tiempo: Por supuesto que no hay ningún "control internacional monolítico", pero hay una cantidad enorme de influencia y de dinero. Teherán dirige una red comparable a la de una asociación de partidos islamistas, haciendo su papel hoy indistinguible del de Moscú ayer.
La contra: Durante muchas décadas, la izquierda consideró elementos marginales a los rusos, los chinos y los cubanos cuya experiencia en carne propia les había vuelto anticomunistas. En una línea parecida, la izquierda considera hoy artificiales o vendidos a los musulmanes antifundamentalistas. Las iglesias se encuentran entre los peores acusados de esto. Por ejemplo, en un reciente análisis, un sacerdote alemán presentaba como elemento extremista a la comunidad musulmana per se. La derecha celebra encarecidamente a los dos tipos de oposición como individuos valientes que anuncian los terrores producto de los esfuerzos por remodelar radicalmente la sociedad.
¿Existen los moderados? La izquierda distingue entre los ideólogos dispuestos a trabajar en el seno del sistema (los considerados aceptables) y los que se apoyan en los actos de violencia y sabotaje (considerados inaceptables). La derecha reconoce diferencias en las prácticas pero no percibe grandes diferencias en los objetivos. En consecuencia, tiende a meter en el mismo saco a todos, comunistas o fundamentalistas.
Móviles: Cuando la otra parte ataca de forma agresiva, la izquierda excusa a menudo sus actos explicando que son defensivos en su naturaleza. Las invasiones de Napoleón y Hitler explican la presencia soviética en Angola; una herencia de opresión colonial justifica lo airado de la indignación fundamentalista. La derecha concluye a partir de actos como el derribo de un avión comercial de Aerolíneas Coreanas o el atentado del World Trade Center que la otra parte tiene intenciones ofensivas, y no repara en excusas.
Términos de combate: Las dos partes extraen conclusiones opuestas del discurso agresivo. Los liberales restan importancia a la andanada de amenazas que se vierten contra Occidente (un recluso musulmán de una cárcel francesa: "Nosotros los musulmanes hemos de matar hasta el último de vosotros [los occidentales]") como simple retórica. Los conservadores escuchan cuidadosamente y llegan a la conclusión de que Occidente tiene que protegerse (Ministro francés del Interior Charles Pasqua: los grupos fundamentalistas "suponen una amenaza para nosotros").
Amenaza a Occidente: Sólo con que se les abordara con respeto, dice la izquierda, musulmanes fundamentalistas y marxistas leninistas nos dejarían en paz. No hay que tratarles como enemigos y no nos agredirán. La derecha discrepa, al sostener que todos los revolucionarios, con independencia de su punto de vista concreto (comunista, fascista, fundamentalista) son profundamente antioccidentales e invariablemente cargan contra Occidente. Su armamento va de los proyectiles balísticos intercontinentales soviéticos a los vehículos explosivos, pero su objetivo es el mismo: desafiar la importancia de la civilización occidental moderna. Y si los vehículos explosivos son menos amenazantes que los proyectiles, hay que destacar que los fundamentalistas desafían a Occidente de manera más integral que los comunistas. Los últimos discrepan de nuestra política y no de nuestro estilo de vida entero (¿cómo podrían, rindiendo un culto desproporcionado a eruditos como Marx o Engels?). En contraste, los musulmanes fundamentalistas desprecian nuestro estilo de vida entero, incluyendo nuestra forma de vestir, de relacionarnos y de rezar. Para apaciguar a los comunistas, tendríamos que cambiar las dimensiones política y económica; apaciguar a los fundamentalistas significa que las mujeres lleven velo, prescindir de prácticamente toda forma de ocio, y reformar de forma sustancial el sistema judicial.
Futuras esperanzas: En los años 50, la izquierda retrataba el marxismo-leninismo como la ola del futuro; hoy adjudica las mismas esperanzas brillantes al islam fundamentalista. En otras palabras, estas ideologías radicales son una fuerza imparable; pónganse en su camino y no sólo será arrollado sino que hasta podría ser arrastrado. Pero los conservadores ven un utopismo que sólo disfruta de un apogeo temporal. Las empresas para reformar la humanidad, dicen ellos, no pueden funcionar; como el comunismo, el fundamentalismo ha de acabar en el cubo de la historia.
¿Conciliación o confrontación?
Resumiendo, la izquierda es más optimista que la derecha a tenor tanto del comunismo como del islam fundamentalista. Es difícil imaginarse a un conservador llamando "una especie de Santo" al ayatolá Jomeini como hizo el embajador de Jimmy Carter ante las Naciones Unidas, Andrew Young. Es casi igual de improbable que escuchar a un liberal advertir, junto al Ministro de Defensa de Francia François Leotard, de que "el nacionalismo islámico en su versión terrorista es tan peligroso hoy como el nacionalsocialismo en el pasado". A nivel docente, un demócrata liberal como John Esposito publica una obra titulada La amenaza islámica: ¿Mito o realidad? y llega a la conclusión de que la amenaza es puro mito. En contraste radical, Walter McDougall, el historiador galardonado con un Pulitzer y asistente puntual de Richard Nixon, ve a Rusia ayudando a Occidente a "proteger las fronteras del cristianismo frente a su enemigo común", el mundo musulmán.
Estos análisis diametralmente opuestos conducen, naturalmente, a recetas políticas norteamericanas muy distintas. La izquierda está convencida de que el diálogo con la otra parte, comunista o musulmana fundamentalista, reviste diversas ventajas: nos ayuda a entender sus motivos legítimos de preocupación, a ellos les indica que no pretendemos causarles ningún daño, y reduce la hostilidad mutua. Más allá del diálogo, Occidente puede manifestar disposición reduciendo o incluso eliminando nuestra capacidad militar. En lengua vernácula, esta es la postura de la Administración Clinton. En el caso de Argelia, por ejemplo, espera desactivar una deflagración potencial instando al régimen a incorporar a los líderes fundamentalistas que rechacen el terrorismo, aislando de esta forma a los extremistas violentos.
La derecha no entiende de diálogos ni desarmes unilaterales. Comunistas y fundamentalistas son invariablemente hostiles a nuestro estilo de vida, no hemos demostrar empatía sino resolución; fuerza, no disposición. ¿Y qué mejor forma de mostrar estas intenciones que mediante la fuerza armada? Como ayer, los conservadores piensan en términos de contención y avance. Para los conservadores, Argelia forma parte de la tradición de los tiranos amistosos - países en los que los gobernantes tratan mal a su propia población pero ayudan a Estados Unidos a limitar el avance de una ideología radical. Tiene sentido respaldar a Argel (o al Cairo) igual que antes lo tuvo ser leales a Saigón o a Pinochet en Chile.
Por supuesto, la trama planteada aquí no encaja a la perfección. En medio de su confusión, la Administración Reagan se puso a buscar "moderados" en Irán (iniciativa encabezada por Oliver North, nada menos). La Administración Bush formuló una política blanda hacia el fundamentalismo. Y la Administración Clinton ha seguido una política más resuelta hacia Irán que cualquiera de sus predecesoras. En ocasiones los intereses parecen pesar más que la ideología. La progre Administración Clinton se pronuncia contraria a la represión de los fundamentalistas en Argelia, donde los riesgos para los estadounidenses son escasos, pero acepta medidas duras en Egipto, donde Estados Unidos tiene intereses importantes. El conservador gobierno galo lamenta la represión en Egipto (que no reviste importancia) pero alienta la adopción de medidas duras en Argelia (que es muy importante).
Aun así, el patrón básico queda claro. Y a medida que las líneas del debate se bifurcan, las dos partes permanecerán leales probablemente con mayor consistencia a sus posturas tradicionales. Esto sugiere que aunque el marxismo-leninismo y el islam fundamentalista son fenómenos muy diferentes, los occidentales responden de forma parecida a los retos ideológicos.
Lo hacen por deberse a una profunda división de perspectivas. Los liberales norteamericanos están convencidos de la naturaleza pacífica y cooperadora de la humanidad; frente a la agresión y la violencia, tienden a asumir que están motivados por una causa justa, como la privación socioeconómica o la explotación a manos de extranjeros. La indignación no puede equivocarse, sobre todo si se acompaña de los elevados objetivos de los comunistas o los fundamentalistas. Menos inocentes, los conservadores conocen el mal que acecha en el corazón de los hombres. Entienden los papeles a veces relevantes del fanatismo y el odio. Que una ideología tenga objetivos utópicos no significa que sus seguidores tengan ambiciones generosas o móviles encomiables.
Pocos lectores del National Review se sorprenderán de saber que el enfoque blando de la izquierda sobre el islam fundamentalista predomina en Washington, en las universidades, las iglesias y los medios convencionales. De hecho, trayendo una de las frases favoritas de la izquierda, se ha convertido en el discurso hegemónico en Estados Unidos. Al otro bando no le queda sino un puñado de docentes, ciertos tertulianos y políticos, y el gran sentido común del pueblo estadounidense. Los estadounidenses reconocen a un rival cuando lo ven, y no se dejan engañar por los argumentos caprichosos de la izquierda. Ese sentido común se impuso durante la Guerra Fría y sin duda volverá a estar a la altura para tumbar las locuras de los nuevos grupos sociales de la era post-industrial en la Nueva Clase.