Durante una intervención el pasado febrero, el Presidente sirio Hafez al-Assad esbozó su política hacia los Altos del Golán, la región suroeste siria que perdió frente a Israel en 1967. "Si los israelíes hacen por introducir en sus fronteras el Golán", advertía, "nosotros haremos por poner el Golán en mitad de Siria y no en la frontera". Como amenaza más franca vertida en unos años — insinúa la anexión de la totalidad de Israel a Siria — las declaraciones de Assad han suscitado desde Israel fuertes réplicas. Siria, a su vez, hizo más advertencias. Los acontecimientos desde entonces sólo han hecho más probable el enfrentamiento sirio-israelí, y muchos observadores especulan ya que los dos países van a ir a la guerra.
Justo después de que Estados Unidos tomara represalias contra Libia por un acto de terrorismo perpetrado en un club nocturno berlinés, quedó claro que Siria había ideado el intento de volar por los aires un aparato comercial de El Al que abandonaba Londres. A medida que surgen pruebas de la complicidad siria, crece la probabilidad de la represalia israelí contra Siria. ¿Pero las hostiles maniobras de Siria significan que busca el enfrentamiento con Israel? ¿O trata indirectamente Assad de arrastrar a Israel a la mesa de negociaciones?
Valorar el móvil de Assad reviste muchos problemas, dado que la República Árabe de Siria es uno de los países más herméticos de Oriente Próximo. Aun así, destacan dos puntos. A diferencia de los demás vecinos israelíes, Siria sigue aspirando a destruir el estado judío. En palabras del titular sirio de exteriores, Abd al‑Halim Jaddam: "liquidar la presencia sionista" es la única solución al enfrentamiento árabe-israelí. En segundo lugar, la belicosidad de Assad no es producto de la fortaleza sino de la debilidad. Él depende del anti-sionismo para paliar el descontento con su régimen entre la población siria.
Describiendo la región al Este del Mediterráneo hace más de 50 años, el escritor sirio Omar Djabry destacaba la paradoja de que la diferenciación de la región resida justamente en la diversidad de su población. Con razón, tachaba la heterogeneidad étnica de insignia del levante. En Siria, los musulmanes sunitas arabeparlantes representan el 50 por ciento de la población, y las minorías suponen la otra mitad. Las ramas islámicas — los alauitas, los drusos, los yazidíes — constituyen el 16 por ciento. Los cristianos, el 10 por ciento, se dividen en 10 sectas. Los beduinos representan el 10 por ciento, y los turcos, los kurdos, los palestinos y los chiítas son el resto. Con un largo historial de hostilidades étnicas, Siria podría ser fácilmente engullida por la clase de virulentas rivalidades que han destruido el Líbano.
De ahí que el hecho de que Assad y la mayoría de sus asistentes procedan de la reducida, aislada, empobrecida y despreciada minoría alauita revista una importancia enorme. Nacido en 1930, Assad es el mayor de seis hermanos y creció en un pueblo no lejos de la frontera turca. Al mudarse al vecino municipio de Latakia a principios de los años 40, se cambió su nombre de Wahsh, que significa "bestia salvaje" o "monstruo", por el de Assad, que significa "león". Sólo tenía 17 años cuando se alistó en 1948 para ayudar a destruir al naciente estado de Israel. Por entonces se distinguió como piloto de las fuerzas aéreas, prosperó con rapidez en las filas y hacia 1961 era una figura política relevante. Siendo ministro de defensa, interpretó un papel crucial en el golpe de 1966 que llevó al poder a los alauitas. Se adjudicó el poder a finales de 1970.
Antes del año 1970, Siria había sufrido 13 golpes de estado en 21 años. El hecho de que Assad haya logrado permanecer al frente de la administración más de 15 años dice mucho de su talento político. Convirtió un país pequeño, pobre y volátil en una de las potencias dominantes de Oriente Próximo. Henry Kissinger y Jimmy Carter, entre otros, han expresado a regañadientes su admiración por las dotes de Assad. Pero todo en Siria pasa por un caballero. Es probable que el país vuelva a su antigua inestabilidad una vez él haga el mutis.
La minoría alauita ronda el millón de habitantes — el 12 por ciento de la población siria — y reside en su mayor parte en la fértil región noroeste de Siria. La religión alauita se remonta al siglo IX, y procede del rito chiíta del islam. Sus doctrinas comparten tan poco con el islam, no obstante, que los musulmanes convencionales consideran tradicionalmente inaceptables a los alauitas, como no musulmanes. En palabras de un escritor sunita de la Edad Media todavía vigente, Ibn Taymiya, son "peores que los judíos y que los cristianos, peores aún que los paganos". Perseguidos a menudo, los alauitas hacen un secreto de su confesión y evitan el contacto con el mundo exterior.
Siendo agricultores de escasa formación carentes de fortaleza militar u organización política, los alauitas constituyeron durante mucho tiempo una subclase económica. De forma tradicional trabajaban en las explotaciones agrícolas propiedad de terratenientes árabes sunitas, percibiendo solamente la cuarta parte de lo que producían. Los alauitas eran tan pobres tras la Primera Guerra Mundial que de forma rutinaria ofrecían la contratación de sus hijas como servicio doméstico a los árabes sunitas de las ciudades, práctica profundamente vergonzosa entre los musulmanes y los alauitas.
Cuando Siria pasó a ser un país independiente en 1946, fueron naturalmente los árabes sunitas quienes marcaron su vida política. Irónicamente, la discriminación hizo buen servicio a los alauitas durante el cuarto de siglo siguiente. La exclusión consolidó la solidaridad étnica entre alauitas al tiempo que les mantenía al margen de las ruinosas luchas de poder que causaban estragos entre los mandos militares sunitas. Mientras los sunitas se purgaban entre sí de las filas de forma reiterada, los alauitas subían escalafones.
Este ascenso culminó en febrero de 1966, cuando un grupo de militares alauitas llegó al poder en medio del cambio de gobierno más sangriento de la historia de Siria. En un golpe de estado marcado por el enfrentamiento cuerpo a cuerpo en las inmediaciones de la residencia de Amin al-Hafiz, antiguo hombre fuerte, el apoyo de Assad a los rebeldes fue decisivo en el resultado.
El impacto de la llegada al poder de los alauitas no puede subestimarse. Que haya un alauita al frente de Siria es igual que un intocable se convierta en maharajá de la India o que un judío sea Zar de Rusia -- un suceso sin precedentes que dejará de piedra a la mayoría de la población. Para agravar las cosas, el Estado impuso un orden socialista que castigó a los comerciantes sunitas pero beneficiaba a los alauitas y a las demás poblaciones rurales. Los nuevos gobernantes también denigraban prácticas islámicas, eliminando la docencia del islam en los centros escolares y tachando la religión de desfasada.
Assad alivió inicialmente estas presiones económicas y religiosas al llegar al poder, granjeándose así la confianza de los sunitas. Tras unos años de luna de miel, sin embargo, los sunitas tenían todavía más hostilidad que antes. No solamente Assad volvía a introducir el socialismo y el ateísmo, además puso en práctica otras políticas ofensivas para los sunitas, como la adjudicación sin concurso de enormes porciones de tierra a los agricultores alauitas. Su alianza con los maronitas contra los sunitas libaneses en 1976 despertó la indignación y el miedo entre los sunitas sirios, que respondieron inventando oscuras teorías conspirativas acerca de las intenciones de Assad. Decían que se disponía a escindir de Siria un estado independiente dominado por los alauitas, y que a continuación se uniría a maronitas y sionistas para combatir a los sunitas.
Assad rellenó prácticamente todos los cargos clave del ejército y el Estado con alauitas. Surgió una jerarquía parental: los cargos más sensibles y con mayor influencia iban a los parientes cercanos — dos hermanos, un primo, dos sobrinos y un nieto; los cargos inferiores (como el de responsable de la Inteligencia militar) eran ocupados por miembros de la tribu de Assad; y los cargos clave del escalafón militar se destinaban a otros alauitas.
Con el fin de oponerse al régimen, muchos árabes sunitas se alistaron en los Hermanos Musulmanes, organización dedicada a crear un Estado en estricto cumplimiento de los pilares del islam fundamentalista. Los Hermanos protagonizan una campaña de asesinatos de lo que llamaban "el Estado terrorista alauita" en septiembre de 1976. A los tres años, su guerra de guerrillas parecía estar a punto de derrocar al régimen. En julio de 1979, los Hermanos masacraban a más de 60 cadetes — alauitas casi todos — en una academia militar de Aleppo, y en julio de 1980 casi asesinan al propio Assad. Solamente un guardaespaldas que se interpuso a una granada a punto de detonar salvaría la vida a Assad.
Cuando parecía que el régimen se venía abajo, Asad respondió con tremenda eficacia. Hizo de la adhesión a lo que llamaba "la banda de los Hermanos Musulmanes" un delito castigado con la pena capital, y combatió a sus miembros sin contemplaciones. A principios de 1982, Assad atacaba los centros de los Hermanos en el municipio de Hama con 12.000 efectivos regulares, alauitas casi todos. Tras bombardear la ciudad durante tres semanas consecutivas, dejando barrios enteros planos, se permitió que los militares saquearan lo que quedaba. Unos 30.000 árabes sunitas — la décima parte de la población de Hama — perdieron la vida. En palabras de un funcionario del gobierno, esta ciudad de 300.000 habitantes "quedó reducida a una aldea". Las fotografías de Hama fueron a continuación exhibidas por toda Siria como aviso a los demás enemigos de Asad.
La Masacre de Hama dio más tiempo a los gobernantes alauitas. Pero no hizo desaparecer el peligro sunita, como ilustra el extraordinario número de guardaespaldas que emplea el régimen. Assad dispone de 12.000 efectivos destinados a su protección personal, sus 10 Generales tienen 60 efectivos y los apologistas destacados del régimen, como el decano de una facultad de odontología y un catedrático de literatura árabe, tienen cuatro. Ni siquiera la represión a gran escala destruiría de forma permanente a la Hermandad Musulmana. Los numerosos explosivos que han detonado por toda Siria durante los dos últimos meses serían su obra.
Los alauitas, una minoría reducida, saben que no pueden gobernar de forma indefinida en contra de la voluntad de más de la mitad de la población. Para obtener mayor apoyo de la mayoría de sunitas sin ceder poder real, el gobierno sirio ha intentado varios experimentos.
Afirma que los sunitas disfrutan de total representación en el Estado, y es cierto que un buen número de altos funcionarios, como el vicepresidente o el ministro de defensa, son árabes sunitas. Pero los sirios saben muy bien quién controla el país. Ellos comprenden que un político sunita bien situado responde ante el régimen, no ante su propia comunidad. Si se aparta del camino, los vigilantes alauitas que lo rodean castigarán cualquier salida de tono. Que los sunitas ocupan posiciones nominales se hace evidente en momentos de crisis, cuando los mandos de las unidades alauitas desempeñan las tareas que serían deber de Generales alauitas.
El régimen también tiende a los sunitas un amplio abanico de cebos — el islam, el no sectarismo, el panarabismo y el pan-sirismo — en un intento de tenerlos cerca. Pero suscribir el islam no sirve de mucho, dado que los sunitas no reconocen como musulmanes a los alauitas. El discurso acerca de la abolición de las lealtades sectarias tampoco sirve para acercar a los sirios, porque los sunitas saben que hay una minoría pequeña que domina a las demás. El panarabismo tampoco, porque la unidad experimental de Siria con Egipto de 1958 a 1961 fue un desastre. Esto deja al pan-sirismo — el intento de unificarlos a todos que levantó la región histórica de Siria. El pan-sirismo sirve al régimen como único instrumento para cortejar a la población sunita.
El viajero agudo que llega a Siria por primera vez se sorprende al atravesar el control de pasaportes y ver en la pared un mapa militar del país, porque este mapa contiene varias anomalías evidentes. Sitúa la provincia de Hatay, parte de Turquía desde 1939, incluida dentro de Siria. Muestra los Altos del Golán bajo control sirio, aunque llevan ocupados por Israel desde 1967. Las fronteras sirias con Jordania y el Líbano no aparecerán como frontera internacional, sino como algo llamado "frontera regional". Israel ni siquiera existe en este mapa. En su lugar aparece un estado llamando Palestina. Y Palestina estará separado de Siria por una demarcación indicada como "frontera temporal".
Las imprecisiones del mapa plasman el profundo rechazo del gobierno sirio a aceptar el reducido tamaño del país. Recuerdan que hasta 1920, "Siria" se refería a una región cultural que se extendía desde Anatolia a Egipto, y desde Irak al Mar Mediterráneo. En términos de los estados actuales, comprendía Siria, el Líbano, Israel y Jordania, además de la Franja de Gaza y Hatay. Esta zona mayor es hoy conocida como Gran Siria, para distinguirla del estado sirio.
Las fronteras actuales de la Gran Siria se remontan apenas a 1918-1923, cuando Gran Bretaña y Francia dividieron la zona en muchas entidades nuevas. Las potencias imperiales crearon estas entidades con la vista puesta en ayudar a sus amigos de la zona, la mayoría de los cuales eran infieles. Palestina fue a los judíos, el Líbano a los maronitas, las pequeñas regiones a los alauitas y los drusos, y Jordania a un protegido británico, dejando Siria para los sunitas. Las regiones de los alauitas y los drusos se incorporarían más tarde a Siria. A los ojos de los sunitas sirios, todos eran usurpadores que les excluían de su patrimonio, la totalidad de la Gran Siria.
Aunque el objetivo de unificar todos estos territorios dentro de la Gran Siria permaneció dormido a nivel político durante muchos años, no murió. Assad lo reanimó en 1974 en un momento en que las tensiones nacionales le obligaron a encontrar una forma imaginativa nueva de tender puentes a los árabes sunitas. Desde entonces, el régimen sirio ha orientado sus esfuerzos discreta pero explícitamente a incorporar bajo su control todas las regiones árabes de la Gran Siria -- el Líbano, Jordania y la OLP.
Assad dio a conocer sus intenciones para el Líbano en 1972: "Siria y el Líbano son un único país. Somos más que hermanos". Hacia 1973, Siria tenía la última palabra en la política libanesa. El estallido de la guerra civil libanesa en 1975 dio nuevas oportunidades a Assad. Al desplazar con destreza el apoyo entre facciones libanesas, ampliaba la influencia siria. En junio de 1976, efectivos sirios intervenían en el Líbano, donde siguen hasta la fecha. Desde entonces, cualquier encuentro importante de políticos libaneses — incluyendo el plan de paz más reciente — se ha producido en Damasco o ha implicado a funcionarios sirios. Siria ha logrado su perseguido objetivo de responsable, benefactor y regente del Líbano. "No se enciende un cigarrillo aquí sin el permiso sirio" es al parecer un dicho común en el Valle de la Bekaa, al Este del Líbano.
En 1981, un periódico nacional sirio llamaba a Jordania país artificial e ilegítima a su monarquía. El territorio que controla Jordania, decía, "es el territorio de Siria, una parte natural de Siria". Assad acompañó esta reivindicación de un discurso curiosamente honesto que afirmaba que Jordania "se creó principalmente para dividir Siria... Llegará el día, dentro de poco quizá, en que el pueblo jordano recupere su derecho a tomar decisiones... El rey Hussein descubrirá que somos un pueblo y que su majestad no es más que un nubarrón pasajero, oscuro y estéril en el curso de nuestra historia".
Assad ejerce gran poder sobre Jordania ayudando a los elementos contrarios al gobierno en el seno del país y amenazando con hacer uso de sus fuerzas militares mucho más numerosas. El terror se ha convertido en el principal medio de intimidación. Agentes sirios han atacado a diplomáticos jordanos en muchos países. (Vea "El intocable", TNR, 2 de junio). La capacidad de Assad a la hora de imponerse al rey Hussein quedaba patente de forma dramática en noviembre, cuando el monarca remitió una carta abierta pidiendo disculpas en nombre de Jordania por haber albergado a miembros sirios de la Hermandad Musulmana. También prometía expulsarlos de Jordania, cosa que hizo. Assad recompensó a Hussein con una invitación a Damasco, que fue aceptada enseguida.
En cuanto a la OLP, Assad inició en 1974 una campaña reivindicando que "Palestina no sólo es parte de la nación árabe, sino una región importante del sur de Siria". En 1975 propuso fusionar el mando de la OLP con el de Siria, Yaser Arafat se negó, considerando esto correctamente un intento encubierto de controlar la OLP. En 1982 una oferta similar fue rechazada. Assad provocó una división en la OLP en 1983 y dominó la facción anti-Arafat que surgió más tarde. Se organizó en Damasco el año pasado como Frente de Salvación Nacional Palestino.
La atención especial que dedica Assad a hacerse con el control del Líbano, Jordania y el movimiento palestino deja claro que levantar la Gran Siria es la piedra angular de su política exterior. Este objetivo reviste problemas, no obstante, al contradecir la ideología oficial del panarabismo. También complica las relaciones con el Líbano, Jordania y la OLP. Por tanto, Damasco lleva un doble juego retórico. Cuando le conviene, desmiente cualquier aspiración pan-Siria.
Aunque la Gran Siria abarca muchas regiones, Palestina atrae la mayor parte de la atención de Assad. El motivo es simple: no hay ninguna entidad palestina — sólo el estado de Israel. Los israelíes no son sirios, no son árabes, y no son musulmanes. De hecho son judíos, y el antisemitismo se ha convertido en una poderosa fuerza política en Siria durante las últimas décadas. Combatir a Israel hoy plasma la resolución árabe y musulmana. La fortaleza se logra, están convencidos muchos árabes, a través de su destrucción. El anti-sionismo es el agente operativo del pan-sirismo.
Assad precisa del anti-sionismo militante por tres razones. En primer lugar, las minorías del mundo árabe no se interesan por el conflicto con Israel. Los maronitas, los griegos ortodoxos, drusos, chiítas, kurdos y coptos tienen normalmente motivos más acuciantes de preocupación que el que Israel exista, se expanda o desaparezca. También los alauitas. Antes de llegar al poder en 1966, ignoraban a Israel. En una carta remitida en 1936 al primer ministro francés, un buen número de notables alauitas (incluyendo al abuelo de Assad) expresaron su solidaridad con "los buenos judíos que llevaron la civilización y la paz a los árabes-musulmanes, y trajeron la prosperidad a Palestina". Los árabes sunitas difunden elaboradas teorías conspirativas en torno al hecho de que Hafez al-Assad estuviera al frente de las fuerzas aéreas en 1967, cuando Siria perdió los Altos del Golán frente a Israel prácticamente sin combatir. Ocupando todavía el mismo puesto, destacan, retuvo la cobertura aérea de los efectivos sirios despachados a ayudar a la OLP a combatir al gobierno jordano en 1970. Combinando estos últimos acontecimientos con las acciones sirias más recientes contra la OLP, la Hermandad Musulmana distingue "una conspiración internacional judeo-alauita" contra los musulmanes sunitas en general y los palestinos en particular. De hecho, dicen que "el acuerdo secreto entre el régimen Assad y el enemigo sionista" subyace a la política exterior siria entera. Assad trata de disipar estas sospechas actuando de forma más implacablemente antisionista que los sunitas. Mientras Anwar Sadat supo liderar la opinión de su país en lo relativo a Israel, Assad sólo puede seguir la corriente.
En segundo lugar, rechazar la existencia de Israel ofrece a Assad una vía para apelar a las emociones sunitas. Los sunitas tienen una consideración especial hacia Palestina, se sienten más agraviados por la creación de Israel y esperan heredar Palestina si Israel es eliminado. Plantar cara a Israel les ofrece algo en lo que pensar distinto a la composición étnica del régimen y su política nacional. El anti-sionismo vincula a la mayoría con el gobierno de Assad.
Por último, el anti-sionismo brinda una herramienta de intimidación sobre los vecinos de Siria y de mejora de la influencia de Assad en las políticas de Oriente Próximo. Los líderes sirios sostienen que "como corazón del arabismo y pulmones de la resistencia palestina", Damasco ha guiado históricamente a los árabes. Siria lidera la batalla contra el sionismo, despejando el terreno a los demás árabes, palestinos incluidos, y corrigiéndoles cuando se pierden. Prolongar la lucha contra Israel permite a Assad imponer su voluntad a los demás árabes.
El gobierno sirio tiene necesidades concretas, y el anti-sionismo le proporciona beneficios extraordinarios. Las relaciones belicosas con Israel ayudan a Hafez al-Assad a permanecer en el poder y ampliar su influencia. Negarse a aceptar la existencia del estado judío le proporciona una política exterior que unifica al país, consolida los vínculos entre gobernantes y gobernados y moviliza a la población sunita. También ayuda a legitimar al Estado, desvía la atención de los conflictos nacionales y eleva la influencia regional de Siria. El anti-sionismo juega un papel clave en la desesperada lucha de los alauitas por impedir que los árabes sunitas recuperen el poder que exigen su número y su mentalidad. La identidad de las minorías y el impopular gobierno del Estado actual lo obligan a depender mucho de políticas exteriores agresivas contra sus vecinos, Israel en especial. De ahí que permanezca en el enfrentamiento después de haber abandonado los demás vecinos de Israel.
Assad necesita tanto a Israel como enemigo que está dispuesto a soportar cualquier coste que acarree el anti-sionismo, incluyendo la derrota militar o el sacrificio económico. Mientras un régimen dominado por los alauitas se enfrente a la oposición sunita generalizada, rentabilizará la situación aspirando a la destrucción de Israel. La implicación está clara: el conflicto árabe-israelí continuará mientras Hafez al-Assad gobierne en Damasco.