Al empezar el 9 noviembre, el régimen Talibán gobernaba casi el 95 por ciento de Afganistán. Diez días más tarde, controlaba apenas 15 por ciento del país. La llave de esta rápida desintegración fue el hecho de que, aterrorizados por la supremacía aérea Americana, muchos soldados Talibanes cambiaron de bando hacia la Alianza del Norte respaldada por los Estados Unidos.
Según un analista, "Las deserciones, hasta en mitad de una batalla, están probando ser la clave del rápido colapso por todo Afganistán de la milicia Talibán antes predominante".
Este avance se ajusta a un patrón mayor; gracias al músculo Americano, los Afganos ven ahora el Islam militante como un caso perdido. No están solos; Los musulmanes por todo el mundo acusan el mismo cambio.
Si el Islam militante logró su mayor victoria jamás el 11 de Septiembre, hacia el 9 de Noviembre (cuando los Talibanes perdieron su primera ciudad importante) el fallecimiento de este movimiento asesino había comenzado.
Los "guerreros santos Pakistaníes desertan de las filas Talibanes y fluyen hacia casa en gran número", informó The Associated Press el viernes. En las calles de Peshawar, nos dice, los "retratos de Osama bin Laden ya no se venden. En el lugar clave, justo a través del Paso Khyber del corazón de Afganistán, la mística Talibán se tambalea".
Apenas hace algunas semanas, enormes muchedumbres de hombres militantes Islámicos llenaban las estrechas calles de Peshawar, especialmente el viernes, escuchando ácidos ataques contra los Estados Unidos e Israel, quemando efigies del Presidente Bush, y quizá peleando con la policía en el alboroto. Este último viernes, sin embargo, las cosas sucedieron muy diferentemente en Peshawar.
Muchedumbres mucho más pequeñas y más reservadas oyeron discursos más sobrios. No se prendió fuego a ninguna efigie y un observador describió unos pocos policías que parecían "un puñado de viejos amigos una tarde de paseo".
Los países de lengua Árabe mostraron una pauta similar. Martin Indyk, el anterior Embajador de los Estados Unidos en Israel, nota que en la primera semana después de que los ataques aéreos de los Estados Unidos comenzaran el 7 de Octubre, nueve manifestaciones anti-Americanas tuvieron lugar. La segunda semana vio tres de ellas, la tercera semana una, la cuarta semana, dos. "Después - nada", observa Indyk. "La calle Árabe está en silencio".
Y así también en los rincones más distantes del mundo Musulmán - Indonesia, La India, Nigeria - donde las protestar súper masivas de Septiembre son ahora recuerdos distantes.
El éxito militar americano también ha animado a las autoridades a arrestar. En China, el gobierno prohibió la venta de bandas que celebraban a Osama bin Laden ("Soy Osama bin Laden. ¿A quién debería temer?") solamente después de que las victorias de los Estados Unidos comenzaran.
Similarmente, el gobierno en funciones de Arabia Saudí amonestó a los líderes religiosos para ser más cuidadosos y responsables en sus sermones ("pesad cada palabra antes de decirla") después de ver que Washington hablaba muy en serio. En la misma tónica, el gobierno Egipcio se ha movido más agresivamente contra sus elementos Islámicos militantes.
Este cambio en humor resulta del cambio del comportamiento Americano.
Durante dos décadas - desde que el Ayatolá Khomeini llegara al poder en Irán en 1979 supurando a chorros "Muerte a América" - las Embajadas de los Estados Unidos, aviones, barcos, y barracones han sido asaltados, llevando a miles de muertes Americanas. Afrontando esto, Washington apenas respondió.
Y, mientras los Musulmanes veían al Islam militante inflingir una derrota tras otra a los Estados Unidos bastante más poderosos, concluyeron cada vez más que América, con todos sus recursos, estaba cansada y era fácil. Miraron con asombro mientras la audacia del Islam militante aumentaba, culminando con la declaración de Osama bin Laden de jihad contra Occidente entero y al líder Talibán llamando a nada menos que a "la extinción de América".
Se esperaba que los atentados del 11 de Septiembre fueran un paso importante hacia la extinción de América al desmoralizar a la población y conduciendo al malestar civil, quizá comenzando una secuencia de acontecimientos que conducirían al derrumbamiento del gobierno de los Estados Unidos.
En lugar de ello, las más de 4.000 muertes sirvieron como llamada a las armas. Apenas dos meses después, el despliegue de los Estados Unidos ha reducido las perspectivas del Islam militante.
El patrón está claro: Mientras los Americanos se sometieron pasivamente a los ataques asesinos del Islam militante, este movimiento ganó apoyo entre los Musulmanes. Cuando los Americanos finalmente lucharon contra el Islam militante, su atractivo disminuyó rápidamente.
La victoria en el campo de batalla, en otras palabras, no solamente tiene la obvia ventaja de proteger a los Estados Unidos sino también tiene el importante efecto colateral de cortar la ebullición anti-Americana que lanzó esos ataques en primer lugar.
La implicación está clara: No hay sustituto para la victoria. El gobierno de los Estados Unidos debe continuar la guerra contra el terrorismo debilitando al Islam militante por todas partes en que exista, desde Afganistán hasta Atlanta.