Thomas L. Friedman puede ser el periodista con mayor influencia sobre la forma de interpretar el conflicto árabe-israelí que tiene el mundo exterior. Su crónica para el New York Times desde el Líbano e Israel durante la década de los 80 fue citada ampliamente y le valió dos premios Pulitzer. Su libro de 1989 De Beirut a Jerusalén fue un gran éxito de ventas y obtuvo un distinguido galardón en la categoría de obra de no ficción. Como columnista de exteriores del Times desde 1995, Friedman tiene una notoria plataforma para exponer sus opiniones.
Thomas L. Friedman. |
Teniendo en cuenta su relevancia y la originalidad de sus ideas a tenor de las relaciones árabe israelíes, los análisis de Friedman en la materia merecen un examen.
Su concepto insignia consiste en aplicar al conflicto la teoría de la globalización. "Globalización" es el resumen de alinear las instituciones gubernamentales, económicas y educativas de uno con las exigencias del mercado internacional, con el objetivo de competir con eficacia en la economía mundial.
Si los árabes y los israelíes se concentran en satisfacer los rigores de la globalización, aduce, no sólo vivirán mejor sino que también estarán demasiado ocupados ganando dinero para odiarse mutuamente.
Los ordenadores, la red, la prosperidad y la modernidad son su solución a este conflicto nacionalista. Educar a los hijos les libera de tirar piedras; elevar el estándar de vida significa algo más que conservar la soberanía de los lugares sagrados. En resumen, la economía se impone a la política.
Los escritos de Friedman discuten a menudo esta tesis. Una visita al sur del Líbano después de la retirada de efectivos israelíes de mayo de 2000, por ejemplo, le invitó a afirmar que la guerra con Israel "es historia en lo que respecta al Líbano". Finalizada la ocupación, las viejas rencillas podían ahora "equilibrarse a través de otros intereses y aspiraciones de crecimiento".
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"Bajo el caparazón de la vieja política rústica de esta región", escribe, "hay otra política bullendo por salir, relacionarse y vincularse al mundo de las oportunidades". Los planes de intervención predilectos de Friedman a la hora de separar a árabes e israelíes le invitan a deshacerse en elogios al antiguo presidente Bill Clinton, por llevar a cabo "la labor divina" de presionar tanto a las partes para alcanzar un acuerdo.
Por desgracia para las tesis de Friedman (y las aspiraciones de Clinton al Nobel), muchos habitantes de Oriente Próximo siguen ocupados en "esa vieja política rústica" que él ha relegado a la papelera de la historia.
Durante algún tiempo, el columnista pudo zafarse de ello por ser anacronismos irrelevantes. De ahí que en 1999 describiera a Hafez al-Assad, el difunto dictador sirio todopoderoso, como "el líder de un país disfuncional" y "una criatura extinta entre las luminarias de la historia" (nada menos).
Últimamente, Friedman ha despertado a la realidad de Oriente Próximo. ¿Cómo podría ser de otra forma? La intifada, que ha pasado una factura enorme a los palestinos en términos económicos, saca a la luz que destruir Israel sigue siendo para ellos una prioridad con respecto a llevar una vida normal. Para cerciorarse de que ningún dinero suyo llega a Israel, los egipcios se están apartando de la economía mundial. Saddam Hussein opta por el armamento de destrucción masiva antes que por una vida decente para el pueblo iraquí.
En su favor, Friedman ha reconocido sinceramente su confusión. "No entiendo" el entusiasmo de las masas árabes por Saddam, escribe. La violencia palestina ha dejado en evidencia "como idiotas" a los defensores del proceso de Oslo. "Adiós, Siria. Adiós, Nasdaq. Hola, crisis petrolera" es su desconcertante reacción al militarismo sirio a lo largo de la frontera libanesa con Israel.
En la práctica, su desconcierto va más allá, hasta las premisas mismas de la globalización: "Lo que más me desorienta de los ánimos de la calle árabe hoy es la hostilidad que allí detecto a la modernización, la globalización, la democratización y la revolución de la información".
¿Por qué, se pregunta, egipcios, palestinos o iraquíes son reacios a renunciar a sueños políticos en lugar de optar por un apartamento acogedor o un vehículo último modelo? La respuesta es sencilla. La hostilidad árabe a la globalización estuvo presente todo el tiempo, pero Friedman (como Clinton) no quería verla. Pasaba por alto los rigores de Oriente Próximo y en su lugar, imponía un patrón ajeno.
Más pesimista pero más sabio, Thomas Friedman está aprendiendo una difícil verdad de Oriente Próximo. Es una región en la que la política se impone a la economía.
14 de febrero de 2001: Para consultar mis escritos anteriores y posteriores acerca de Friedman, visite "De Beirut a Jerusalén" y las actualizaciones que acompañan a la crítica de la obra.
24 de junio de 2013: Barry Rubin condensa mi exposición de arriba en una única oración: "Entender que Friedman no entiende Oriente Próximo, aunque haya convencido a una enorme audiencia de lo contrario, es el principio del conocimiento de la región". Bingo.