A la hora de que los norteamericanos elijan un presidente, un criterio clave es cómo va la guerra contra el terror. ¿Es acertada la visión positiva del Presidente Bush, o lo es la negativa del Senador Kerry?.
Es interesante que este mismo debate esté teniendo lugar en círculos conservadores, en donde los analistas, que comparten la misma perspectiva básica - los norteamericanos están luchando por su mera existencia - llegan a conclusiones dramáticamente diferentes. Considérese el contraste entre las opiniones de dos voces importantes de la derecha, Mark Helprin y Tod Lindberg.
Helprin, autor de novelas tan conmovedoras como Un soldado de la Gran Guerra o Cuento de invierno, firma un análisis desesperante en el último número del Claremont Review of Books, en el que concluye que el fracaso de Norteamérica hoy en comprender la amenaza que afronta "es comparable al sueño más profundo que Inglaterra durmió en la década de los años 30", cuando no supo percibir la amenaza Nazi.
Helprin encuentra que el país, y sus élites particularmente, siguen encandiladas con la ilusión de que se puede capear el temporal, que "las apuestas son bajas y el daño potencial no es intolerable". En otras palabras, el 11 de Septiembre no sirvió como despertador. Pide a los americanos que se aclaren colectivamente y respondan a una cuestión simple, "¿Estamos en guerra, o no?". Si la respuesta es no, no necesitan preocuparse y pueden seguir felizmente dormidos en el modo pre -11 de Septiembre. Si la respuesta es sí, entonces se necesitan iniciativas y hacer revisiones, pronto".
Helprin esboza los pasos necesarios para luchar en serio, tanto en el extranjero (centrándose en Irak e Irán) como en el país. Lo segundo incluye: Asegurar completamente la frontera con una Policía de Fronteras robusta de 30.000 miembros, la deportación de extranjeros "con incluso el más leve historial de apoyo al terrorismo", examinar de cerca a los norteamericanos sospechosos de tener conexiones terroristas, y desarrollar un programa de choque al estilo del Proyecto Manhattan como protección contra todo agente bélico químico y biológico.
Los medios necesarios para tomar estas medidas existen; lo que evita que cobren forma es el estado de "en pie de guerra" de la izquierda, y que la derecha ni siquiera se atreve a proponer tales medidas. "El resultado es una parálisis con la que los terroristas probablemente no esperaban ni en sus sueños más optimistas, una falta arbitraria y gratuita de voluntad".
Lindberg, editor de la revista Policy Review, de la Hoover Institution, también haya un amplio consenso entre los norteamericanos, uno que trasciende la división partidista de las elecciones actuales. Al contrario que Helprin, es animado por lo que descubre. La administración Bush, observa en el Weekly Standard, "ha trazado una nueva doctrina estratégica que va a guiar la política en seguridad nacional durante los próximos 50 años, sin importar quién gane en las elecciones del 2004".
Mientras que Helprin ve deficiencias, Lindberg señala cuatro cambios que Bush afianzó y que hoy Kerry parece aceptar, léase que Washington:
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Impulsa la democracia globalmente, "porque los estados libres y democráticos quieren vivir mutuamente en paz".
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Tiene intención de hacer lo que sea necesario "para continuar siendo el primer poder militar por un margen lo suficientemente amplio como para disuadir a todos los restantes estados de competir militarmente, animando así a la resolución pacífica de los conflictos entre estados".
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Hace a los gobiernos responsables de dar cualquier apoyo al terrorismo dentro de sus fronteras, desalentando de este modo esta actividad.
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Afronta la perspectiva de que se puedan utilizar armas de destrucción masiva para propósitos terroristas, se reserva el derecho de iniciar una acción preventiva en lugar de esperar a que la agresión tenga lugar, disuadiendo así a algunos estados de seguir el ejemplo iraquí.
El candidato Demócrata podría haber revisado o rechazado estas políticas. Podría haber impulsado un menor gasto en el ejército norteamericano, haberse centrado exclusivamente sobre los terroristas e ignorado a los estados que les respaldan, haber renunciado a la guerra preventiva, y haber prometido la no interferencia en asuntos internos de otros estados. Pero Kerry no hizo nada de eso. En su lugar, se queja de la puesta en práctica, limitando básicamente su crítica de Bush a la escurridiza captura de Osama bin Laden o a los agujeros de la coalición contra Saddam Hussein.
Helprin y Lindberg han llegado a conclusiones casi diametralmente opuestas referentes al acuerdo subyacente entre las tribus hostiles Demócratas y Republicanas. Pero Helprin, que ataca la reticencia norteamericana a hacer lo que es necesario, está más en lo cierto. Lindberg discierne correctamente que Kerry ha aceptado, durante el periodo electoral, las premisas de la administración Bush porque son ampliamente populares. Pero no hay motivo para esperar que estas opiniones sobrevivan a una administración Kerry, que muy probablemente retrocederá a un enfoque completamente distinto.