La conferencia de donantes para Afganistán convocada en Tokio la semana pasada tenía todo el aspecto de ser humana, moral, y sensata. Representantes de sesenta gobiernos prometían ayudar a reconstruir Afganistán comprometiendo 1.700 millones de dólares por lo menos en 2002 y 10.200 millones durante la década próxima. En representación de Estados Unidos, el Secretario de Estado Colin L. Powell prometía 297 millones, aproximadamente la quinta parte de los fondos del primer año.
Esto, la mayor suma con diferencia por cuenta de un único país, pretende ayudar a poner los medios para encarrilar lo que Powell llamaba "un país en marcha." Explicaba el motivo de la generosidad: "Estados Unidos no abandonará al pueblo de Afganistán."
La elevada suma de 297 millones de dólares catapulta Afganistán a las grandes ligas de la generosidad estadounidense, convirtiéndolo en el cuarto mayor receptor de ayuda exterior de América en 2002 (por detrás de Israel, Egipto y Colombia). Esto es notable por cuatro razones:
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Afganistán obtendrá más ayuda estadounidense que muchos estados pobres que son verdaderamente vitales para la seguridad estadounidense, como Rusia (177 millones de dólares), Indonesia (120 millones de dólares), las Filipinas (75 millones), la India (67 millones), México (35 millones) o Turquía (3 millones).
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Afganistán recibirá más ayuda que muchos países más pobres. Los afganos no son un pueblo rico, pero su renta per cápita de 280 dólares (según el Banco Mundial) los sitúa muy por encima de bastantes países más. La renta per cápita de Tayikistán se estima en apenas 170 dólares, pero recibirá 11 millones de dólares de Washington este año. Lo mismo se aplica a otros estados dependientes de la ayuda exterior. La renta per cápita de Etiopía es de 100 dólares, y recibe 42 millones. La República Democrática del Congo tiene una renta de 100 dólares y recibe 18 millones.
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Al contrario que todos estos países, Afganistán está costando a Estados Unidos una fortuna. La Operación Libertad Duradera cuesta alrededor de mil millones de dólares al mes, o alrededor de 5 mil millones de dólares hasta la fecha. Y eso palidece en comparación con las pérdidas de 105.000 millones de dólares estimadas fruto directa o indirectamente del ataque del 11 de Septiembre lanzado desde Afganistán.
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La asignación económica de 2002 para Pakistán planeada hace un año era inferior a los 3 millones de dólares. En otras palabras, el ataque lanzado desde Afganistán a Estados Unidos el 11 de septiembre tuvo el irónico efecto de incrementar la ayuda estadounidense a ese país en un factor 100.
¿Por qué es recompensado entonces Afganistán con un chorro de ayuda económica? La razón es simple: las fuerzas estadounidenses derrotaron al régimen de Afganistán y los estadounidenses se sienten ahora responsables de arreglar el país.
¿Suena extraño? No debería. Ello encaja en un patrón demostrado. Hace unos cuantos años, fuerzas estadounidenses se implicaban en la antigua Yugoslavia; ese grupo de países recibe unos increíbles 358 millones de dólares en ayudas estadounidenses hoy. De igual manera, Alemania, Italia o Japón se beneficiaron de la masiva ayuda estadounidense tras perder frente a América en la Segunda Guerra Mundial.
Más genérica e irónicamente, esto refleja el síndrome "del ratón que maullaba," bautizado en honor a la película de 1959 protagonizada por Peter Sellers interpretando tres papeles nada menos. Cuenta la historia de un minúsculo ducado europeo, Grand Fenwick, que se encuentra al borde de la bancarrota y decide declarar la guerra a América con el fin de perder y después lucrarse de la ayuda resultante.
"No hay una empresa más rentable para cualquier país que declarar la guerra a Estados Unidos y salir derrotado," entona el primer ministro del ducado. "En cuanto el agresor es derrotado, los estadounidenses llevan comida, maquinaria, ropa, ayuda técnica y toneladas de dinero en ayuda de sus antes enemigos."
De manera que el país más pequeño del mundo ataca a América y cuando, al final de la película, el Departamento de Estado interviene para cerrar el asunto, Grand Fenwick exige un millón de dólares en ayuda. Es rechazado: "No puede esperar de nosotros que le demos un mísero millón," expresa amenazadoramente el diplomático estadounidense sabiendo que sus superiores no van a permitir el gasto de una cifra tan trivial.
El ratón que maullaba puede ser una película entretenida, pero contiene un mensaje totalmente sobrio. En palabras del primer ministro de Grand Fenwick: "Los estadounidenses son gente extraña. Mientras que el resto de los países raramente perdonan algo, los estadounidenses lo perdonan todo."
Su idea es particularmente apropiada hoy: Washington debe condicionar su ayuda exterior a razones estratégicas, humanitarias o similares. Los estadounidenses deberían sentirse menos culpables, perdonar con mayor lentitud, y sentirse menos aludidos por el titular del momento. Deberían poner más énfasis en los intereses propios. Y no deberían pagar a ciegas a ratones que aúllan.