Los sucesos del 11 de septiembre han intensificado un debate añejo ¿Cuál es la causa de que los musulmanes se dirijan hacia el islamismo? Algunos especialistas han visto la pobreza de Afganistán y han concluido que ahí está el problema. Jessica Stern, de la Universidad de Harvard, ha escrito que Estados Unidos "ya no pueden permitirse que los estados fracasen". Si no dedica una atención mayor a la salud, la educación o el desarrollo económico en el extranjero, escribe, "continuarán surgiendo nuevos Osamas". Susan Sachs, del New York Times, observa: "Previsiblemente, la juventud desilusionada de Egipto o Arabia Saudí se vuelve a la religión en busca de consuelo". De manera más colorista, otros han propuesto bombardear Afganistán con comida no junto con sino en lugar de con explosivos.
Tras estos análisis se encuentra la premisa de que la penuria socioeconómica lleva a los musulmanes al extremismo. Las pruebas, sin embargo, no respaldan estas suposiciones. El Islam militante (o islamismo) no es una respuesta a la pobreza o a la miseria. Bangladesh o Irak no solamente no son semilleros del islamismo, sino que el Islam militante a menudo ha surgido en países de rápido crecimiento económico. Los factores que originan que el islamismo decaiga o florezca parecen tener más que ver con factores de identidad que con la economía.
Los demás problemas desaparecen
La sabiduría convencional - que la presión económica origina el Islam militante y que hace falta crecimiento económico para desgastarlo - tiene muchos seguidores bien situados. Incluso algunos islamistas en persona aceptan esta conexión. En palabras de un feroz jeque de El Cairo, "el Islam es la religión de los malos tiempos". Un líder de Hamas en Gaza, Mahmud az-Zahar, dice: "Basta con ver los suburbios empobrecidos de Argelia o los campos de refugiados de Gaza para comprender los factores que alimentan la fuerza del Movimiento de Resistencia Islámica". Con esta mentalidad, las organizaciones islamistas militantes ofrecen una amplia gama de prestaciones sociales para captar seguidores. También promocionan lo que llaman "la economía islámica" como "el más amable sistema de solidaridad de una sociedad". Bajo tal sistema, los justos no caen, los honrados no perecen, los necesitados no sufren, los inválidos no se desesperan, los enfermos no mueren de falta de cuidados, y la gente no se destruye mutuamente.
Muchos musulmanes seculares también señalan en la pobreza el origen del islamismo como artículo de fe. Suleyman Demirel, ex presidente de Turquía, afirma: "Mientras exista la pobreza, la desigualdad, la injusticia y los sistemas políticos represivos, las tendencias fundamentalistas crecerán en el mundo". La ex primer ministro de Turquía, Tansu Çiller, piensa que a los islamistas les fue tan bien en las elecciones de 1994 porque "el pueblo reaccionó a la economía". El director militar del servicio secreto de Jordania sostiene que "el desarrollo económico puede resolver casi todos nuestros problemas [en Oriente Medio]". ¿Incluido el Islam militante?, le preguntaron. "Sí", contestó: "En el momento en que una persona está en buena posición económica, tiene un empleo y puede sacar adelante a su familia, todos los demás problemas desaparecen".
Los izquierdistas en Oriente Medio están de acuerdo en interpretar el resurgimiento del islamismo "como un signo de pesimismo. Como la gente está desesperada, recurre a lo sobrenatural". Los sociólogos lo subrayan también: Hooshang Amirahmadi, un académico de ascendencia iraní, afirma que "las raíces del radicalismo islámico deben buscarse fuera de la religión, en el mundo real de desesperación cultural, decadencia económica, opresión política, y confusión espiritual en que muchos musulmanes se encuentran hoy". La universidad, con su continua predisposición marxista y su desdén por la fe, por supuesto acepta esta tesis de "islamismo - resultado de la pobreza" casi unánimemente. Ervand Abrahamian sostiene que "la conducta de Jomeini y de la República Islámica ha estado determinada menos por principios de las escrituras que por las necesidades políticas sociales y económicas inmediatas". Ziad Abu-Amr, autor de un libro sobre islamismo (y miembro del Consejo Legislativo Palestino), atribuye la vuelta palestina a la religiosidad al "clima sombrío de destrucción, guerra, desempleo y depresión [que] llevan a la gente a buscar el sosiego, y se dirigen a Dios".
Los políticos occidentales también encuentran la tesis digna de elogio. Para el ex-presidente Bill Clinton, "esas fuerzas reaccionarias se alimentan de la decepción, la pobreza y la desesperación", y aboga por un remedio socioeconómico: "Extender la prosperidad y la seguridad a todos". Edward Djerejian, antiguo alto cargo del Departamento de Estado, señala que "los movimientos políticos islamistas están enraizados en gran parte en el deterioro de las condiciones socioeconómicas en ciertos países". Martin Indyk, otro antiguo alto diplomático norteamericano, advierte que "los que quieren reducir el atractivo del islamismo deben resolver primero los problemas económicos, sociales y políticos que constituyen el subsuelo en el que se desarrolla".
El islamismo refleja "el desengaño económico, político y cultural" de los musulmanes, según el ex-ministro alemán de asuntos exteriores. El ex-ministro del interior francés Charles Pasqua descubre que este fenómeno "ha coincidido con la desesperación de parte de un amplio segmento de las masas, y de los jóvenes en particular". El primer ministro de Malta, Eddie Fenech, describe un vínculo aún más estrecho: "El fundamentalismo crece al mismo ritmo que los problemas económicos", El ministro israelí de asuntos exteriores Simón Peres, afirma sencillamente que "la base del fundamentalismo es la pobreza" y que ofrece "una vía de protesta contra la pobreza, la corrupción, la ignorancia y la discriminación".
Provistos con esta teoría de causa y efecto, los empresarios de vez en cuando invierten con un ojo puesto en la regeneración política. El director del Grupo Virgin, Richard Branson, declaró al abrir un establecimiento musical en Beirut: "La región se volverá estable si la gente invierte aquí, crea empleo y reconstruye los países que lo necesitan, en lugar de ignorarlos".
En algún lugar cerca de la estratosfera
Pero las pruebas concretas muestran poca correlación entre economía e islamismo. Las medidas totales de riqueza y tendencias económicas se equivocan al predecir donde cobrará fuerza el islamismo y dónde no. Respecto a los individuos, el saber convencional también señala que el islamismo atrae a los pobres, a los agobiados y a los marginales, pero la investigación descubre que la verdad es exactamente la contraria. En la medida en que los factores económicos explican quién se hace islamista, apuntan a los acomodados, no a los pobres.
Tómese a Egipto como un test. En un trabajo de 1980, el sociólogo egipcio Saad Eddin Ibrahim entrevistó en las cárceles egipcias a islamistas y concluyó que el militante típico es "un joven veinteañero, de procedencia rural o de una pequeña ciudad, de clase media a media alta, con éxito y motivación profesionales, que está ascendiendo en la escala social, con educación científica o técnica superior, y normalmente de familia cohesionada". En otras palabras, concluía Ibrahim, estos jóvenes estaban "marcadamente por encima de la media de su generación"; eran "jóvenes egipcios ideales o ejemplares". En una investigación posterior, averiguó que de 34 miembros del grupo violento At-Takfir wa'l-Hijra, 21 eran hijos de funcionarios, casi todos ellos de rango medio. Más recientemente, el servicio secreto de seguridad canadiense averiguó que los líderes del grupo islamista Al-Jihad "son generalmente universitarios de clase media". No son hijos de la pobreza ni de la desesperación.
Otros investigadores confirman estos datos respecto a Egipto. En un estudio de los problemas económicos del país, Galal A. Amin, economista de la Universidad Americana de El Cairo destaca "cuán infrecuente es encontrar ejemplos de fanatismo religioso entre los estratos sociales más altos o más bajos de la población egipcia". Cuando su ayudante en El Cairo se volvió islamista, la periodista norteamericana Geraldine Brooks expresa su sorpresa: "Había creído que la vuelta al Islam era la elección desesperada de los pobres que buscaban consuelo celestial. Pero Sahar [su ayudante] no estaba desesperada ni era pobre. Formaba parte casi de la estratosfera de la clasista sociedad egipcia".
Y también cabe señalar este relato de la brillante periodista Hamza Hendawi: en Egipto,
"una nueva hornada de predicadores con traje de negocios y teléfonos móviles están conduciendo a un número cada vez mayor de ricos y poderosos, de sus modos de vida occidentales hacia el conservadurismo religioso. Los modernos imanes dan sus seminarios en los banquetes de algunas de las más lujosas casas y hoteles egipcios junto al mar para complacer el gusto por la comodidad de los ricos".
Lo que es verdad para Egipto sigue siéndolo para otros lugares: igual que el fascismo y el marxismo-leninismo en su apogeo, el islamismo atrae a individuos muy capaces, entusiastas y ambiciosos. Lejos de ser los vagos de la sociedad, son los líderes. Brooks, periodista de mucho mundo, reconoció que los islamistas eran "los más dotados" de los jóvenes que había encontrado. Los que "oían la llamada islámica eran los estudiantes con mayores expectativas, no precisamente los casos desesperados... Eran las elites de la próxima década: gente que diseñará el futuro de sus países".
Incluso los islamistas que hacen el sacrificio final y entregan su vida encajan en este esquema de situación financiera alta y estudios universitarios. Un número desproporcionado de terroristas y suicidas tienen estudios superiores, a menudo en ingeniería y ciencias. Esta generalización es válida también para los suicidas palestinos que atacan a Israel y a los seguidores de Osama ben Laden que secuestraron los cuatro aviones del 11 de Septiembre. En el primer caso, un estudioso averiguó en sus biografías que "las circunstancias económicas no parecen ser un factor decisivo. Aunque ninguno de los 16 individuos podría llamarse rico, algunos ciertamente estaban esforzándose menos que otros". En el segundo caso, como afirma sarcásticamente un historiador de Princenton, las biografías de los asesinos del 11 de Septiembre sugieren que la raíz del terrorismo es "el dinero, la educación y el privilegio". En términos más generales, Fathi ash-Shiqaqi, fundador de la criminal Jihad Islámica, comentó una vez: "Algunos de los jóvenes que se han sacrificado [en operaciones terroristas] procedían de familias acomodadas y tenían fructíferas carreras universitarias". Es lógico, porque los suicidas que se lanzan contra enemigos exteriores ofrecen sus vidas no para protestar contra la miseria sino para cambiar el mundo.
Los que apoyan a las organizaciones islamistas también tienden a estar en una buena posición económica. Proceden más a menudo del entorno urbano, que es más rico que el rural, un hecho que, como Khalid M. Amayreh, periodista palestino, señala, contradice la creencia general de que la popularidad del islamismo florece en la miseria. "Y no sólo proceden de la ciudad, sino también de los escalones superiores. Una sorprendente cuarta parte de los miembros de una organización islamista turca, llamada ahora el partido Saadet, han sido ingenieros. Además, el dirigente típico de un partido islamista es un ingeniero de cuarenta años, nacido en la ciudad, de padres que vienen del campo". Amayreh señala que en las elecciones parlamentarias jordanas de 1994, a los Hermanos Musulmanes les fue tan bien en los distritos de clase media como en los pobres. Concluye a partir de este dato que "una mayoría de los islamistas y sus votantes proceden de los estratos medios y superiores".
Martin Kramer, director del Middle East Quarterly, va más allá y ve el islamismo como
"el vehículo de las anti - élites, de la gente que por educación o por ingresos, son miembros potenciales de la élite, pero que por una razón u otra están marginados. Su educación puede carecer de algún elemento crucial de los que dan prestigio; la fuente de su riqueza puede estar un poco enturbiada. O pueden tener un origen oscuro. Por ello a pesar de que son cultos y ricos, tienen un motivo de queja: sus ambiciones están bloqueadas, no pueden traducir sus ventajas socioeconómicas en influencia política. El islamismo es particularmente útil a esta gente, en parte porque mediante una manipulación cuidadosa, es posible reclutar a seguidores entre los pobres, que son buena carne de cañón".
Kramer cita a los llamados Tigres Anatolios, empresarios que han tenido un papel crucial en el respaldo al partido islamista de Turquía, como ejemplo de esta anti - élite en su forma más pura.
No es un producto de la pobreza
El mismo esquema que vale para los islamistas en particular se da también en el ámbito de la sociedad.
Primero, la riqueza no inmuniza contra el islamismo. Los kuwaitíes disfrutan de unos ingresos occidentales (y deben la misma existencia de su Estado a Occidente) pero los islamistas generalmente obtienen el núcleo mayor de escaños parlamentarios (actualmente, veinte de cincuenta). La Franja Occidental es más próspera que Gaza, sin embargo los grupos islamistas normalmente disfrutan de mayor popularidad allí que en ésta última. El islamismo prospera en los estados de la UE y en Norteamérica, mientras que los musulmanes como grupo disfrutan de un nivel de vida más alto que la media nacional. Y de los musulmanes, como señala Khalid Durán, los islamistas tienen generalmente los ingresos más altos: "En los EE.UU. la diferencia entre los islamistas y los musulmanes corrientes es básicamente la de tener y no tener. Los musulmanes tienen las cifras; los islamistas, los dólares".
En segundo lugar, una economía floreciente no inmuniza contra el Islam radical. Los movimientos islamistas de hoy despegaron en los 70, precisamente cuando los estados exportadores de petróleo gozaron de índices de crecimiento extraordinarios. Muammar Gadhafi desarrolló su versión excéntrica de protoislamismo entonces; los grupos fanáticos de Arabia Saudí tomaron violentamente la Gran Mezquita de la Meca; y el Ayatolá Jomeini tomó el poder en Irán (aunque, al parecer, el crecimiento se había relajado algunos años antes de la caída del Shah). En los años 80, algunos países que habían sobresalido económicamente experimentaron una explosión islamista. Jordania, Túnez y Marruecos, los tres marchaban bien económicamente en los 90 - lo mismo que sus movimientos islamistas. Los turcos con Turgut Ozal disfrutaron de casi una década de un crecimiento económico particularmente impresionante al tiempo que se afiliaban a partidos islamistas en número cada vez mayor.
En tercer lugar, la pobreza no genera el islamismo. Hay muchos Estados musulmanes muy pobres pero pocos de ellos se han convertido en centros de islamismo -ni Bangladesh ni Yemen ni Nigeria. Como un especialista americano señala correctamente, "la desesperación económica, frecuentemente citada como causa del poder islamista, es común en Oriente Medio"; si el islamismo está vinculado a la pobreza, ¿por qué no era una fuerza mayor en los años y los siglos anteriores, cuando la región era más pobre que hoy en día?.
En cuarto lugar, una economía en declive no genera islamismo. El colapso de 1997 en Indonesia y Malasia no promovió un amplio giro hacia el islamismo. Los ingresos de Irán han caído a la mitad o menos desde que la República Islámica llegó al poder en 1979; no obstante, lejos de aumentar el apoyo de la ideología islamista del régimen, el empobrecimiento ha causado una alienación masiva del Islam. Los iraquíes han experimentado una caída incluso más abrupta en su nivel de vida: Abbas Alnasrawi estima que el ingreso per cápita ha caído casi el 90 por ciento desde 1980, volviendo a donde estaba en los años 40. Mientras el país ha sido testigo de un aumento de la pobreza personal, el islamismo no ha surgido, y no es la expresión directora de sentimientos contra el régimen.
Considerando estos ejemplos, al menos unos pocos observadores han apuntado la conclusión correcta. El sincero laico argelino Saïd Sadi, rechaza de plano la tesis de que la pobreza nutre el islamismo: "No me sumo al punto de vista de que el elevado desempleo y la pobreza producen el terrorismo". Igualmente, Amayreh cree que el islamismo "no es un producto o una secuela de la pobreza".
Ofrecer una vida decente
Si la pobreza origina el islamismo, el crecimiento económico es la solución. Y por ello, en países tan distintos como Egipto y Alemania, los políticos defienden concentrarse en construir riqueza y promocionar el empleo para combatir el islamismo. En lo más álgido de la crisis argelina durante la mitad de los años 90, cuando el gobierno requirió ayuda económica occidental, implícitamente amenazó con que sin esta ayuda los islamistas prevalecerían. Esta interpretación tiene resultados prácticos: por ejemplo, el gobierno tunecino ha dado algunos pasos hacia el mercado libre pero no ha hecho privatizaciones por temor a que las nutridas filas de los parados alimentaran a los grupos islamistas. Lo mismo sucede con Irán, donde las políticas blandas de Europa y Japón se basaban en la noción de que sus lazos económicos con la República Islámica pacificarían y la apartarían del aventurismo militar.
Este énfasis sobre la creación de empleo y riqueza también transformó los esfuerzos por poner fin al conflicto árabe - israelí en la época de Oslo. Antes de 1993, los israelíes habían insistido en que la solución implicaría que los árabes reconocieran al Estado judío y definieran fronteras aceptables para ambos. Después, tras 1993, llegó un importante cambio: aumentar la prosperidad árabe se convirtió en la meta, esperando que así disminuyera el atractivo del islamismo y otras ideologías radicales. Se esperaba que un salto económico diera a los palestinos un compromiso con el proceso de paz, reduciendo así el atractivo de Hamas y de la Jihad Islámica. En este contexto, Serge Schmemann, del New York Times, escribió (sin aportar pruebas) que Arafat "sabe que erradicar la militancia finalmente dependerá más de facilitar una vida digna que de usar la fuerza".
El analista israelí Meron Benvenisti estaba de acuerdo: "el carácter militarista del Islam deriva de la frustración profunda de los desposeídos... El ascenso de Hamas está directamente ligado al deterioro de la situación económica y a la frustración y degradación acumuladas por la ocupación continua". Simón Peres también lo valoraba así: "El terrorismo islámico no puede ser combatido militarmente, sino mediante la erradicación del hambre que lo produce". Dirigidos por esta teoría, los estados occidentales e Israel dieron miles de millones de dólares a la Autoridad Palestina. Aún más notoriamente, el gobierno israelí combatió los esfuerzos de los activistas proisraelíes de Estados Unidos que querían supeditar la ayuda norteamericana a la OLP a que Arafat cumpliera sus promesas formales con Israel.
En esta tardía fecha, no se necesita señalar la falsedad de los presupuestos de Oslo. La riqueza no resuelve los odios; un enemigo rico puede simplemente ser uno más capacitado para hacer la guerra. Los occidentales y los israelíes supusieron que los palestinos considerarían prioritario el crecimiento económico, mientras que ha sido una preocupación secundaria. En su lugar han importado cuestiones de identidad y de poder, pero la creencia en la tesis de "islamismo resultado de la pobreza" es tan fuerte que el fracaso de Oslo no ha logrado desacreditar la fe en los beneficios políticos de la prosperidad. Así, en agosto de 2001, un veterano funcionario israelí respaldaba la construcción de una planta eléctrica en el norte de Gaza con el argumento de que proporcionaría empleos, "y cada [palestino] que trabaja es un par de manos menos para Hamas".
Un argumento distinto
Si la pobreza no es la fuerza motriz detrás del islamismo, se derivan algunas consecuencias políticas. Primero, la prosperidad no puede ser contemplada como la solución del islamismo y la ayuda exterior no puede servir como la principal herramienta del mundo exterior para combatirlo. En segundo lugar, la occidentalización tampoco aporta una solución. Al contrario, muchos destacados líderes islamistas no sólo están familiarizados con las costumbres occidentales, sino que son expertos en ellas. En particular, un número desproporcionado tienen títulos superiores en tecnología y ciencias. A veces parece que la occidentalización es un camino para odiar a Occidente. En tercer lugar, el crecimiento económico no lleva inevitablemente a mejorar las relaciones con los estados musulmanes. En ocasiones (Argelia, por ejemplo) podría ser una ayuda; en otros casos (Arabia Saudí) podría ser perjudicial.
¿Podría ser, muy al contrario, que el islamismo derive de la riqueza más que de la pobreza?. Es posible. Existe después de todo, el fenómeno universal de que la gente se vuelve más comprometida ideológicamente y más activa políticamente cuando han conseguido un nivel de vida lo bastante elevado. Las revoluciones tienen lugar, se ha señalado a menudo, cuando existe una sólida clase media. Birthe Hansen, profesora asociada de la universidad de Copenhague, lo sugiere diciendo que "la difusión del capitalismo de mercado libre y la democracia liberal... es probablemente un factor importante tras el auge del islamismo".
Además existe un fenómeno específicamente islámico con la fe asociada al éxito. En la historia, desde la época de Mahoma hasta el Imperio Otomano un milenio más tarde, los musulmanes tenían normalmente más riqueza y más poder que los demás pueblos, así como mejor instrucción e higiene. Con el tiempo, la fe islámica llegó a estar asociada al bienestar terrenal, una especie de calvinismo islámico, realmente. Este vínculo parece que se da todavía. Por ejemplo, como se señala en la formulación conocida como "ley de Issawi" ("Donde hay musulmanes, hay petróleo; lo contrario no es verdad"), el auge del petróleo de los 70 benefició principalmente a los musulmanes; seguramente no es una casualidad que la actual ola de islamismo comenzara entonces. Viéndose ellos mismos como "los pioneros de un movimiento que es una alternativa a la civilización occidental", los islamistas necesitan una base económica sólida. Como señala Galal Amin, "puede haber una estrecha relación entre el crecimiento de los ingresos que tienen naturaleza de renta económica y el crecimiento del fanatismo religioso".
Al contrario, los musulmanes pobres han tendido a estar más influidos por filiaciones alternativas. Durante siglos, por ejemplo, la apostasía religiosa ha tenido lugar principalmente cuando las cosas han ido mal. Ese fue el caso cuando los tártaros cayeron bajo el dominio ruso o cuando los libaneses suníes cedieron el poder a los maronitas. También fue el caso en 1995 en el Kurdistán iraquí, una región con un doble embargo y una guerra civil.
Tratando de vivir la vida en medio de fuego y pólvora, los campesinos kurdos han llegado al punto en que están preparados a abandonar todo para salvarse del hambre y de la muerte. Desde su perspectiva, cambiar su religión para obtener un visado a Occidente se está convirtiendo en una posibilidad cada vez más importante.
Hay, brevemente, amplias razones para pensar que el islamismo procede más del éxito que del fracaso.
El ascensor al poder
Siendo el caso probable, es quizá más provechoso mirar menos a la economía y más en otros factores al buscar los orígenes del islamismo. Mientras las razones materiales atraen profundamente a la sensibilidad occidental, ofrecen poca orientación en este caso. En general, los occidentales atribuyen demasiados problemas del mundo árabe, observa David Wurmser, del American Enterprise Institute, "a causas ciertas materiales" como la tierra y la riqueza. Corrientemente se traduce en una tendencia a "minusvalorar la fe y la estricta adhesión a los principios auténticos y despreciarla como una explotación cínica de las masas por los políticos. Así, los observadores occidentales consideran a los problemas y a los líderes materiales como el núcleo del problema, no al estado espiritual del mundo árabe". Ahora bien, en la torpe enunciación de Osama ben Laden: "Como Estados Unidos adora el dinero, cree que los [demás] pueblos también piensan igual".
Si uno se aparta de los comentaristas sobre el islamismo y en su lugar escucha a los mismos islamistas, rápidamente se hace evidente que raramente hablan de prosperidad. El Ayatolá Jomeini lo expresó memorablemente: "No hicimos una revolución para bajar el precio del melón". En todo caso contemplan las sociedades consumistas de Occidente con disgusto. Wajdi Ghunayim, islamista egipcio, lo ve como "el reino del destape y de la moda" cuyo común denominador es una llamada a los instintos bestiales de la naturaleza humana. Los beneficios económicos para los islamistas no representan la buena vida, sino una fuerza añadida a combatir de Occidente. El dinero sirve para entrenar a los escuadrones y comprar armas, no para comprar una casa más grande o un coche último modelo. La riqueza es un medio, no un fin.
¿Un medio hacia donde? Hacia el poder. Los islamistas se preocupan menos de la fuerza material que de dónde se encuentran en el mundo. Hablan de ello sin parar. En una afirmación característica, Ali Akbar Mohtashemi, el déspota iraní, pronostica que "finalmente el Islam será el poder supremo". Igualmente, Mustafá Mashhur, un islamista egipcio, declara que el slogan "Dios es Grande" reverberará "hasta que el Islam se extienda por todo el mundo". Abdessalam Yassine, un islamista marroquí, asegura que "Pedimos el poder" - y el hombre que se atravesaba en su camino, el finado rey Hassan, concluía que para los islamistas, el Islam es "el ascensor al poder". Tenía razón. Reduciendo la dimensión económica a sus justas proporciones, y apreciando las dimensiones religiosas, culturales y políticas, podemos realmente empezar a comprender lo que origina el islamismo.
Actualización 24 de junio del 2002: Alan B. Krueger y Jitka Maleckova confirman mi argumentación de arriba, en "¿Causa la pobreza terrorismo?. La economía y la educación de los terroristas suicida" en The New Republic, fecha de hoy.
Actualización 1 de julio del 2004: La mayor parte de los terroristas árabes son "hombres casados, bien educados, provenientes de familias de clase media - alta, de veintitantos años y psicológicamente estables "; así es como Knight Ridder Newspapers resume los hallazgos de Marc Sageman, un psiquiatra de la Universidad de Pensilvania.