Seale es un cronista político de talento cuya primera obra, La lucha por Siria (1965) sigue siendo un clásico de apoyo en los estudios de Oriente Próximo. Una lástima todavía mayor, pues, que se venda para convertirse en el principal apologista del régimen sirio en Occidente. Los pasajes de Asad el sirio recuerdan el talento de antaño, dado que Seale sabe escribir con soltura del motivo de su biografía, Hafiz al-Asad, así como del devenir completo de la historia siria. Asimismo, Seale aporta información nueva relativa a la vida de Asad antes de convertirse en presidente de Siria en 1970.
Pero dos tercios del libro abordan los acontecimientos transcurridos desde 1970, y en esto Seale no proporciona muchas informaciones nuevas y contadas perspectivas. Hace un retrato de Asad tan idealizado, que el lector sólo puede esperar que sea tan penoso para Seale de escribir como de leer para mí. Seale se traga solícito cada mentira planteada por los militares de Damasco, llegando a aceptar la acusación de que Nizar al-Hindawi, el caballero juzgado por volar por los aires un aparato de El Al en 1986, era un agente doble controlado por Israel. Con audacia cruel, tilda a Asad - que en 1982 movilizó a las fuerzas aéreas para bombardear el municipio sirio de Hama, asesinando a decenas de miles - de caballero que parece "aborrecer los enfrentamientos violentos". De igual forma, presenta a Asad, el dictador árabe con mayor número de enemigos árabes, como "el estatista" que "mejor representa las aspiraciones de los árabes a controlar su destino".
¿Por qué consiente en publicar un lavado de cara tan obvio una editorial universitaria? ¿Fue ingenua o cómplice? La de California dista de ser la primera casa editorial universitaria que apoya a criminales de Oriente Próximo (Columbia University Press ha convertido en subespecialidad el elogio a la OLP durante los últimos años), pero Asad el sirio es quizá el título más desafortunado en ser publicado hasta la fecha bajo el sello de una importante editorial académica.
18 de febrero de 1992: Como título todavía más desagradable del mismo autor, consulte mi crítica hoy de Abú Nidal: mercenario.