Los estadounidenses podrían estar más anegados por teorías conspirativas que nunca desde los tiempos de Joseph McCarthy hace cuarenta años. A dos de los seis últimos presidentes (Johnson y Reagan) se les acusa hoy de haber llegado a la administración a través de las conspiraciones más descabelladas. Las encuestas indican que el 60 por ciento de los negros están convencidos de que el gobierno estadounidense reparte estupefacientes de forma deliberada entre su minoría, al tiempo que el 29 por ciento piensa lo propio del sida. Escuchamos que Mijail Gorbachov ayudó a ingeniar el golpe de agosto de 1991 contra sí mismo, y que el gobierno estadounidense orquestó la invasión kuwaití de Saddam Hussein para desarticular su fuerza militar.
Ahora llega Patrick Seale, un periodista británico, que ofrece para nuestro deleite otra teoría conspirativa más. Él insinúa que Abú Nidal, el más extremo de los líderes radicales palestinos, no es el terrorista antiisraelí desequilibrado que simula ser. De hecho, especula Seale, podría trabajar para los servicios secretos israelíes, la Mossad.
Por supuesto, Don Seale adereza con condiciones su texto. "No es inconcebible" que Abú Nidal, manipulado por Israel, tenga "probables" contactos con la Mossad, y cosas así. Seale también admite que hay pruebas de lo contrario (que la organización de Abú Nidal ha atentado reiteradamente contra judíos). Pero la conclusión sigue siendo que un respetado periodista y una importante editorial se han asociado para acusar a Israel de patrocinar a uno de los grupos más criminales en activo hoy.
Seale va más allá. Incluso si los israelíes no controlan realmente a Abú Nidal, él sigue siendo responsabilidad suya. ¿Por qué? Porque allá por 1974, se negaron a negociar con Yasser Arafat. De haber negociado, Arafat habría tenido la fortaleza para censurar a Abú Nidal. En resumen: Seale tiene en su libro un único objetivo: imputar de una forma u otra a Israel los pecados de los terroristas palestinos más salvajes.
La peculiar empresa de Seale ha de ser colocada en el contexto idóneo, que viene a ser el de Oriente Próximo. En lo que Richard Nixon llamó en una ocasión "la noción conspirativa definitiva", árabes e iraníes culpan de forma rutinaria a las autoridades israelíes de la muerte de sus propios ciudadanos. El monarca saudí Faysal sostenía que "los sionistas están detrás de los terroristas palestinos". Faruq Kaddumi, de la Organización para la Liberación de Palestina, informó a las Naciones Unidas de que el inválido León Klinghoffer perdió la vida a manos de su esposa para dar mala imagen a la OLP. Cuando un tribunal londinense condenó a Nizar al-Hindawi, un agente sirio, por tratar de volar por los aires un aparato comercial de El Al, Damasco respondió acusando a las autoridades israelíes de haber colocado el artefacto mortal a bordo de su propio avión. La política de Oriente Próximo da un nuevo significado a la frase "culpar a la víctima" Cuando nueve israelíes perdieron la vida en el atentado contra su autobús en Egipto, un periódico jordano acusó a la Mossad de "planear y perpetrar esta operación". Según los palestinos, los misiles Scud que cayeron sobre Tel Aviv el año pasado fueron lanzados por el ejército israelí para dar mala imagen a Saddam Hussein.
Siguiendo esta tónica, la OLP lleva tiempo tachando a Abú Nidal de agente israelí. Ahora Patrick Seale traslada esta acusación sin base a una audiencia occidental. No hemos de estarle agradecidos.
Una segunda faceta de Abú Nidal merece destacarse. En contraste con Yossi Melman, cuyo estudio de 1986 El cerebro terrorista: la verdadera historia de Abú Nidal (Adama) tiene un carácter modesto y aventurado, Seale dice saber casi todo de Abú Nidal y su organización súper-secreta. Mientras Melman dedica un capítulo entero a aclarar si Abú Nidal sigue con vida, Seale proporciona muchas anécdotas vivas para poner de relieve la cobardía, el servilismo y el sadismo del carácter de Abú Nidal. El detalle del libro de Seale es sorprendente: conoce pisos francos, cuentas bancarias, métodos de tortura, pseudónimos y jerarquías organizativas. En un apartado, detalla los acuerdos a los que llegaron las autoridades belgas y galas con Abú Nidal. Llegamos a conocer hasta la tacañería de Abú Nidal: que trataba de ahorrar dinero comprando al por mayor la ropa interior de las mujeres de sus fieles; y que dio al traste con un encuentro importante preguntando la razón de que alguien de un campamento de entrenamiento hubiera tirado a la basura un kilo de tomates en buen estado.
De ser fidedigno, el relato del grupo de Abú Nidal que hace Seale representa una notable hazaña periodística. ¿Pero es solvente? Pocos fuera de la organización de Abú Nidal lo saben, porque Seale no proporciona ninguna nota ni medio de sustentar su relato. O se confía a ciegas o nada. Al igual que con tantas otras crónicas periodísticas de investigación, la solvencia del texto depende de la solvencia del autor.
En opinión de este crítico, Seale suspende el examen. Pedir cuentas a Israel por la carrera homicida de Abú Nidal despierta demasiadas sospechas de su independencia como para aceptar su relato de buena fe. Simplemente no hay ninguna forma de saber lo que es digno de confianza y lo que no. Leer la obra de Seale significa quedar atrapado en la imposible tarea de separar los hechos de la ficción. Parafraseando a Dorothy Parker, Abú Nidal no es un trabajo de investigación a descartar a la ligera. Debe ser desechado con gran energía.
18 de febrero de 1992: Hice con anterioridad la crítica de la biografía casi igual de repulsiva que hace Seale del dictador sirio en Asad el sirio: la lucha por Oriente Próximo.