Brown, catedrático emérito de la Universidad de Princeton, es uno de los colosos de los estudios de Oriente Próximo y sus obras mejoran con el tiempo. En este caso aplica la lupa de historiador al fenómeno islamista en un estudio lúcido y muy documentado. Dedica prácticamente la mitad del libro a los tiempos premodernos (léase antes del 1.800) con hincapié a la hora de sentar lo que ha significado a través de los siglos el islam en la política. Su conclusión más importante: "La historia musulmana ha estado marcada por la separación oficiosa entre el Estado y la comunidad religiosa". Los políticos dejan a sus súbditos en paz si los segundos no se rebelan y pagan sus impuestos; los súbditos responden distanciándose de los gobernantes tanto como sea posible y llevando la más reservada de las vidas a nivel político.
Brown destaca lo totalmente inadecuada de esta descripción al presente y se marca por objetivo explicar "que los acontecimientos de los últimos tiempos han producido una ruptura radical enorme". La idea de examinar la época premoderna consiste en captar "el grado hasta el que los islamistas actuales no recuperan el pasado, sino que modifican ese pasado" y ver las fuentes en las que habría de apoyarse el islam liberal, de volver algún día.
El autor sostiene que los musulmanes nunca se han enfrentado con anterioridad a un reto cultural y material como el que Occidente les plantea desde los dos últimos siglos, y este desafío moderno ha sido más grave para los musulmanes que para cualquier otra población. "Islam y Occidente, puede decirse, forman un caso especial". A partir de esta base, esboza las respuestas acomodaticias en general de los líderes musulmanes a Occidente, y el consiguiente declive de la influencia islámica. Los líderes imbuyeron la esfera pública de una tónica activista y formaron a un número mucho mayor de estudiantes. Pero estos estados "secularizantes, centralizadores y nacionalizadores" también crearon expectativas imposibles que fracasaron estrepitosamente a la hora de hacerse realidad. Este fracaso brindó la ocasión para que los islamistas condenados al ostracismo se hicieran notar. Y el resto, como suele decirse, es historia.