¿Por qué proporciona el gobierno de los Estados Unidos tan generoso apoyo a Israel?. La sabiduría convencional señala a los Judíos Americanos, a sus votos, a sus donaciones políticas, y a sus esfuerzos de apoyo bien organizados. Libros enteros (el notable Se Atreven a Hablar de Paul Findley o El Lobby de Edward Tivan) se han escrito para defender este punto de vista.
A.F. K. Organski, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Michigan, ha examinado el expediente de la ayuda Americana a Israel y ha llegado a una conclusión diferente. Observa un hecho llamativo: la ayuda de los Estados Unidos era muy baja antes de 1970 y muy alta después. Notando que los Judíos Americanos ejercieron esfuerzos casi idénticos en favor de Israel antes de 1970 como después de esa fecha, se pregunta ¿por qué los niveles de ayuda tan dramáticamente diferentes?. La lógica sostiene que un factor constante no puede explicar un suceso variable; obviamente, concluye el autor, los Judíos Americanos no puede ser el factor decisivo aquí. Para afianzar esta argumentación, precisa que fue Richard Nixon, un político particularmente no grato para los Judíos (según Henry Kissinger, "se regodeaba en decir a sus asociados y visitantes que el 'lobby Judío' no tenía ningún efecto sobre él") el que elevó el nivel de ayuda.
Organski postula un argumento contrario para el cambio en 1970. Para él, el cambio crítico tuvo que ver con la actitud Americana hacia la utilidad de Israel. Desde Truman hasta Johnson, demuestra, las administraciones Americanas vieron a Israel como un estado débil que no podría proporcionar ninguna ayuda en el Gran Juego contra la Unión Soviética; de ser algo, el estado Judío era percibido como responsabilidad. Gracias a la guerra Árabe - Israelí de 1967, Nixon consideró el poder militar Israelí como ventaja significativa para los Estados Unidos. Esta transformación después fue completada como consecuencia de la guerra de 1973.
Como sus anteriores libros, siendo el más notable Las Etapas del Desarrollo Político, han demostrado, Organski tiene una inteligencia de gran alcance y disciplinada. En La Ganga de 36 billones, aplica implacablemente la lógica a un conjunto grande y amorfo de datos, y así llega más allá de las escenificaciones anecdóticas que han servido a otros autores como evidencias. El resultado es un tour de force que realmente zanja un tema altamente discutible. Este raro logro merece ser recompensado cerrando el antiguo y estéril debate acerca del lobby de Israel.
El libro profundiza. Organski demuestra cómo casi todos están interesados en remitirse al mito del lobby Judío. Los líderes Judíos se benefician claramente de ser percibidos como poseedores de un impacto decisivo. A los líderes Israelíes les gusta creer que tienen amigos influyentes. Los que fabrican la política Americana explotan el lobby Judío para explicar por encima decisiones a las que los líderes Árabes se oponen. A los opositores de la ayuda Americana les chifla el lobby, porque consolida su argumentación de que las relaciones cercanas con Israel son el resultado de consideraciones domésticas, no de una sobria penalización de la política exterior. Incluso los líderes Árabes se aferran al mito, que hace que decisiones desagradables tomadas en Washington les sean mucho más fáciles de digerir.
Coincidiendo con el análisis de Steven Spiegel en El Otro Conflicto Árabe - Israelí (revisado en Commentary, Octubre de 1985), Organski sostiene que "las decisiones políticas de los Estados Unidos con respecto a Israel, en su mayoría, han sido tomadas por presidentes y élites presidenciales de política exterior por ellos mismos y por razones enteramente propias". De ese modo despacha no sólo el lobby de Israel sino el Congreso, los medios de comunicación, los académicos, e incluso a la opinión pública.
La mayor parte de La Ganga de 36 Billones se dedica a demostrar que la conexión Estados Unidos - Israel debe más a esta percepción estratégica Americana que al activismo de los Judíos Americanos. La evidencia incluye un repaso a la opinión pública Americana sobre Israel, un vistazo comparativo a la ayuda exterior Americana, y la influencia de los Estados Unidos sobre Israel. Una criba cuidadosa de las votaciones del Senado demuestra que la ideología tiene mucho más que ver con el modo en que los Senadores votan que el tamaño de sus distritos electorales Judíos o las contribuciones que reciben de fuentes Judías o favorables a los Judíos. Y existe otro ímpetu, más perverso: la ayuda a Israel proporciona al Congreso uno de esos contados casos de la política exterior (los rebeldes Afganos fue otro) en los que puede tomarse la iniciativa al margen de la rama legislativa. "Puede exigirse que se aumente la ayuda, regañando a burócratas y personal político asignado por arrastrar sus pies, y, al hacerlo, reclaman el crédito político por apoyar Israel, al tiempo que saborean el placer de convertir la burocracia en distracción".
¿Pero por qué un congreso generalmente escéptico acerca de la ayuda exterior es tan entusiasta en el caso de Israel?. Organski no explica la anomalía. Cita a un Senador al efecto de que los Judíos sean "trabajadores" pero eso es a duras penas válido, especialmente a la luz de la abundante evidencia de que cinco décadas de ayuda induce a la dependencia económica y espiritual. Los países pendientes de ayuda parecen sufrir el mismo debilitamiento que las madres dependientes de ayuda: ausencia de motivación, más interés en política que espíritu emprendedor, y pobreza. O, por adoptar la metáfora gráfica de James Bovard, la ayuda perpetua a gobiernos pobres "es casi igual de humanitaria que dar a un alcohólico la llave de una cervecería".
La razón de tanta ayuda a Israel tiene que ver con que ese país se mantenga al margen de la gran crítica acerca de los efectos desafortunados de la ayuda. Como Tom Bethell precisó tan claramente en el número de Julio de 1990 de The American Spectator, esto tiene que ver en parte con la naturaleza extremadamente política de la ayuda a Israel; las transferencias financieras se han convertido en el primer símbolo de la sociedad de Estados Unidos - Israel, y así se convierte en un fin en sí mismo. Argumentar en contra de los fondos para Israel es equivalente a la política anti - Israel. En parte también, porque los motivos tras las transferencias son más militares que económicos, no están sujetos a análisis generalmente. Pero el dinero es dinero; sólo porque el Congreso de los Estados Unidos piense que sus fondos van a F-16 más que a azucareras no disminuyen el coste para Israel.
Estamos, en efecto, minando la economía de un aliado a nuestras considerables expensas. La única manera de romper esta situación absurda está que algún líder Americano con credenciales pro - Israel impecables pida una disminución ordenada y gradual de la ayuda. (O, lo que es más chocante, ¡que un enemigo de Israel pida grandes incrementos en esa ayuda!).
Mirando al futuro, Organski ve un declive en las relaciones Estados Unidos - Israel si se dan cualquiera de tres condiciones: la amenaza Soviética disminuye, la amenaza radical de Oriente Medio disminuye, o un aliado Árabe se moderniza tanto que se convierte en una alternativa tentadora a Israel como aliado principal de los Estados Unidos. El autor descarta la tercera posibilidad, y está en lo cierto, porque a excepción de Turquía no hay país Musulmán de Oriente Medio en el camino de la verdadera modernización, y los Turcos se mantienen tan ajenos a los embrollos de Oriente Medio como les es posible.
¿Qué pasa con las dos primeras condiciones?. Desde la perspectiva de finales de 1990, la amenaza a los intereses de Estados Unidos desde Moscú se está difuminando casi tan rápidamente como crece la de los Árabes radicales, personificados por Saddam Husayn. Esta combinación de tendencias es la responsable de la imagen única de una secretaria de estado Americana abogando con los líderes Soviéticos por enviar tropas al Golfo Pérsico. En otras palabras, los cambios en la región cancelan los cambios en el mundo. Mientras que Israel es menos útil vis-à-vis con la Unión Soviética, es más útil vis-à-vis con los Árabes y el crudo de Oriente Medio, y su valor total en Estados Unidos sigue siendo bastante constante. Si Organski está en lo cierto con respecto a que la clave de las relaciones Estados Unidos - Israel descansa en un análisis denso de los intereses Americanos, entonces los cambios al frente en esa relación no deberían ser tan radicales como muchos hoy esperan.
Pero el presidente y sus ayudantes no siempre necesitan ser tan duros en su análisis. Es también enteramente posible fuera bien de análisis pobres o de lastre emocional. Este parece ser exactamente el caso hoy, en su esfuerzo obsesivo por mantener la frágil coalición contra Saddam Husayn. Si la opinión pública y los valores compartidos cuentan tan poco como Organski sugiere, las relaciones Estados Unidos - Israel pueden ser mucho más volátiles en los próximos meses. Hay incluso una pequeña probabilidad de que alianza en funcionamiento consolidada durante veinte años se rompa repentina y duraderamente.