Que Hamas haya ganado hoy al parecer las elecciones palestinas, a Occidente le ha explotado en su propia cara.
Por una parte, Hamas es un grupo terrorista que ataca desenvueltamente a civiles israelíes y llama a la eliminación del estado judío. Por otra parte, acaba de ganar lo que los observadores juzgan han sido unas elecciones razonablemente justas, y goza por tanto de la legitimidad que sale de las urnas. Todo ministerio de exteriores confronta hoy un dilema: ¿Lo empuja a la moderación o renuncia a ello como extremista irredimible? ¿Reunirse con miembros de Hamas o evitarlos? ¿Continuar donando a la Autoridad Palestina o privarla de fondos?
Este dilema irresoluble es de manufactura propia porque, con Washington a la cabeza, virtualmente todo gobierno occidental adoptó un enfoque de dos vertientes para solucionar los problemas de Oriente Medio.
La vertiente negativa consiste en luchar contra el terrorismo. Hay en marcha una "guerra contra el terror", que implica fuerzas militares sobre el terreno, leyes financieras más rígidas y un abanico de herramientas de espionaje.
La vertiente positiva implica promover la democracia. El archivo histórico muestra que los países democráticos casi nunca declaran la guerra entre sí, y tienden a ser prósperos. Por lo tanto, elecciones parece ser lo que recetó el doctor para las enfermedades de Oriente Medio.
Pero esa combinación ha frustrado esta región con problemas. Las primeras elecciones funcionales de la Autoridad Palestina han dado la victoria a Hamas. En diciembre del 2005, el electorado egipcio se pronunció contundentemente en favor de la Hermandad Musulmana, un partido islámico radical, no en favor de elementos liberales. En Irak, el electorado post-Saddam votó como primer ministro a un islamista pro-iraní. En el Líbano, los votantes celebraron la retirada de las tropas sirias llevando a Hezboláh al gobierno democráticamente. De igual manera, los elementos islámicos radicales han prosperado en las elecciones de Arabia Saudí y Afganistán.
En resumen, las elecciones están llevando al poder a los enemigos más letales de Occidente. ¿Qué salió mal? ¿Por qué una prescripción democrática que ha mostrado tener tanto éxito en Alemania, Japón y otras naciones antes belicosas no ha funcionado en Oriente Medio?
Lo que explica esta diferencia no es el islam ni algún factor cultural; en lugar de eso, es el hecho de que los enemigos ideológicos en Oriente Medio no han sido derrotados aún. La democratización tuvo lugar en Alemania, Japón, y
Ése no es el caso en Oriente Medio, donde la tentación totalitaria permanece firmemente inamovible. Los musulmanes de la región – con la excepción singular e importante de Irán – se ven arrastrados hacia el programa islamista con su eslogan de que "el islam es la solución". Ése fue el caso de Irán en 1979 hasta Argelia en 1992, pasando por Turquía en el 2002 hasta la Autoridad Palestina esta semana.
Este patrón tiene varias implicaciones para los gobiernos occidentales:
- Desaceleración: Prestar atención a que la impaciencia por desplazar Oriente Medio hacia la democracia está saliendo constantemente por la culata, llevando al poder a nuestros enemigos más mortales.
- Hacerse a la idea del plazo largo: Sin importar lo valioso del objetivo democrático, costará décadas lograrlo.
- Derrotar al islam radical: Sólo cuando los musulmanes vean que es un camino sentenciado al fracaso se abrirán a las alternativas.
- Apreciar la estabilidad: La estabilidad no debe ser un fin en sí misma, pero su ausencia conduce probablemente a la anarquía y a la radicalización.
Volviendo al dilema planteado por la victoria de Hamas, las capitales occidentales necesitan demostrar a los palestinos que – al igual que los alemanes que eligieron democráticamente a Hitler en 1933 – han tomado una decisión gravemente inaceptable para la opinión civilizada. La Autoridad Palestina encabezada por Hamas tiene que ser aislada y rechazada a cada oportunidad, animando así a los palestinos a ver el error de sus prácticas.