Existe la noción extendida de que si Israel retirara sus efectivos y su población de Cisjordania y Gaza, la violencia palestina contra los israelíes se detendría y comenzarían las negociaciones. ¿Por qué otra cosa tendrían que luchar, después de todo?
En esta línea, el gobierno galo insiste en que el ejército israelí "tiene que retirarse". El Presidente Bush dijo a Israel que "la ocupación tiene que acabar mediante la retirada para garantizar y reconocer fronteras consistentes con las resoluciones de las Naciones Unidas". Y nada menos que el Secretario General de la ONU Kofi Annán dice que "el mundo entero exige a Israel que se retire".
Suena bien -- pero solamente si se ignora el precedente histórico. Hemos visto esta película antes y no tenía final feliz. La cinta se titula "Líbano 2000", y merece volver a relatarse por las lecciones que enseña.
En 1978, Israel envió tropas al Líbano para impedir atentados contra el estado judío. Esos efectivos militares permanecieron allí de forma constante durante dos décadas, protegiendo el norte de los ataques sobre todo del grupo islámico Hezbolá. Con el tiempo, las tácticas de Hezbolá se volvieron progresivamente más mortales y sofisticadas. Sus asaltos incluyeron ataques de tenaza en los que tropas militares disparaban a objetivos militares israelíes a corta distancia bajo la cobertura de la artillería pesada a kilómetros de distancia. O andanadas de proyectiles Katyusha lanzados por Hezbolá contra poblaciones civiles de Israel. También se especializó en las emboscadas con sofisticadas minas antipersona.
Los ataques costaron la vida a una media de 25 israelíes al año y minaron la moral. Las cosas iban de mal en peor en febrero de 1997, cuando dos helicópteros de transporte que transportaban tropas al sur del Líbano colisionaron, matando a los 73 soldados a bordo. Cuatro madres israelíes de soldados caídos celebraron posteriormente una pequeña manifestación contra la presencia de Israel en el Líbano, desatando un movimiento que asoló el país. La organización "Cuatro Madres" instaba a la retirada de una guerra que muchos israelíes equiparaban a la experiencia norteamericana en Vietnam. La presión de la opinión pública siguió creciendo hasta mayo de 2000, cuando Israel retiró sus efectivos y volvió a una frontera con el Líbano reconocida por la ONU.
Los israelíes tenían muchas esperanzas en la retirada, al considerarla un nuevo modelo de armonía árabe-israelí: se hace lo que el mundo exterior quiere y a continuación se deja claro que cualquier futura vulneración será abordada con severidad. El gobierno de Ehud Barak avisó a Hezbolá (y a sus respaldos iraní y sirio) de que no iba a tolerar más agresiones. El mundo convino en acuerdo. La mayoría de los israelíes se creía felizmente más segura que antes de la retirada.
Para aprovechar esta ocasión, el Primer Ministro Ehud Barak convencía en julio de 2000 al Presidente Clinton de celebrar una cumbre para Yasser Arafat y él mismo. En Camp David ofreció concesiones sin precedentes, esperando cerrar el capítulo palestino como pensaba que acababa de cerrar el libanés. El problema era que tanto los palestinos como Hezbolá sacaron de esta retirada las conclusiones diametralmente opuestas. Hezbolá presumía de que las fuerzas islámicas "del país árabe más pequeño del mundo" habían hecho que Israel se retirara "en derrota y resignación".
En cuanto a Arafat, en lugar de haberse inspirado por la voluntad israelí, consideraba a Israel débil y desmoralizado. Inspirado por el éxito de Hezbolá, la entidad política palestina y él perdieron el interés en la democracia y lo que podría acarrear -- el logro parcial de sus objetivos. En su lugar, adoptaron el modelo de fuerza de Hezbolá para alcanzar la victoria total.
Como era de esperar pues, Arafat rechazó de plano las propuestas enormemente generosas de Barak y no hizo ningún gesto de oferta alternativa. Por supuesto, la victoria completa en esto significa la destrucción de Israel, no la coexistencia con él. ¿Cómo podía aspirar a menos Arafat, cuando había rechazado una oferta tan generosa en Camp David?
Y por eso, el 29 de septiembre de 2000, los palestinos iniciaban la violencia que perdura hoy.
Transcurrido un año y medio de guerra, los palestinos están convencidos de que su campaña está triunfando. Han asesinado a dos tercios más de israelíes que durante la guerra de 1967 y un análisis del Washington Post explica que consideran la violencia herramienta para alcanzar el objetivo "de desmoralizar y obligar a huir a Israel, perjudicar su economía y debilitarlo al extremo de que sólo es cuestión de tiempo que ceda a las exigencias palestinas". Los palestinos hablan de entrar en las ciudades de Israel "como conquistadores" y están seguros de que la victoria es inminente.
En resumen, cuando Israel hizo lo que decía el mundo y se retiró del Líbano, redujo de forma catastrófica su propia seguridad. Sí, Annán dio sus bendiciones, ¿pero qué es eso frente a una campaña de violencia palestina revitalizada? En un mal vecindario como Oriente Próximo, la capitulación atrae a los matones.
La historia del Líbano tiene una contundente moraleja para los que aspiran a una retirada israelí de Cisjordania y la Franja de Gaza. La experiencia histórica sugiere claramente que los palestinos van a interpretar un avance así como señal de que Israel capitula bajo presión, invitándoles todavía más a perseguir su premio final -- la destrucción de Israel y su reemplazo con "Palestina".
Algún día, cuando los palestinos hayan renunciado a su determinación de eliminar el estado judío, Israel podrá y deberá retirarse de los territorios con los que se hizo en 1967. Pero un paso así ni siquiera se contemplaría, y mucho menos se discutiría en negociaciones, antes de que palestinos y árabes hayan demostrado estar dispuestos a aceptar la existencia de Israel, y luego a vivir realmente en armonía con él durante un período de tiempo prolongado. Este proyecto a largo plazo llevará décadas. Con independencia de lo lento que sea, es la única forma de resolver el conflicto; no hay atajos.
En el ínterin, los israelíes podrían muy bien cansarse de tener el control de Cisjordania y Gaza, pero el experimento de Oslo de autonomía palestina (1994-2002) recién fenecido demuestra que no les queda otra.
En cuanto a Estados Unidos, habiendo salido tan mal parada en los últimos años su política frente al conflicto árabe-israelí, a lo mejor ha llegado el momento de considerar seriamente un enfoque muy distinto. Empecemos por los principios: nuestro interés está en garantizar la seguridad israelí, mantener relaciones funcionales con los estados árabes, y evitar un conflicto árabe-israelí total. Felizmente, estos objetivos se pueden lograr poniendo el acento en una política ambiciosa -- la de reducir la hostilidad árabe hacia Israel. Eso, a su vez, se logra trabajando con Israel y los líderes árabes para reventar la burbuja de la sensación árabe de debilidad israelí.