A partir del 5 de enero y durante cuatro jornadas, ciertas maniobras militares de importancia sobradamente menor van a tener lugar en el Mediterráneo Oriental. Dos naves de Turquía y dos de Israel, además de una de Estados Unidos junto a varios helicópteros y aparatos, en palabras de la explicación oficial, "van a acudir a la búsqueda y rescate de supervivientes tras recibir la señal de socorro de un buque pesquero en aguas internacionales del Mediterráneo".
El objetivo de esta iniciativa es tan modesto como sus medios. "Al familiarizarse con la capacidad mutua y trabajar juntos", explica una circular estadounidense, "los integrantes de las tres fuerzas navales que operan con regularidad en el Mediterráneo responderán con mayor eficacia".
A pesar de su minúsculo tamaño y su objetivo inocuo, este ejercicio ha suscitado enorme hostilidad entre los gobiernos del sureste de Europa al sureste de Asia. Trabajando bajo el peso de teorías conspirativas, consideran la cooperación militar entre estos tres estados como precursor de un ataque integral contra ellos. Un rotativo sirio propiedad del estado, por ejemplo, insiste en que el verdadero objetivo de las maniobras es "espiar vía satélite a los países vecinos".
Si bien eso es directamente estúpido, las maniobras conjuntas sí suponen de hecho la maduración de un vínculo turco-israelí que, suponiendo que siga consolidándose, tiene potencial para alterar el mapa estratégico de Oriente Próximo, modificar alianzas occidentales allí y hasta acabar con el aislamiento estratégico de Israel.
Las relaciones entre Israel y Turquía se remontan a marzo de 1949 pero solamente despegaron con el proceso de Oslo que comenzó en el verano de 1993. En respuesta, Ankara firmó 13 acuerdos de menor importancia con Israel durante los tres años siguientes. Pero entonces, en julio de 1996, un golpe en apariencia fatal se asestaba a esta emergente relación: Necmettín Erbakán, un musulmán fundamentalista que juzga a Israel de forma igual de dura que los líderes de Irán, se convertía en el primer ministro de Turquía.
Si Turquía fuera igual que los demás estados de Oriente Medio, Erbakán habría cumplido sin duda su promesa de anular los acuerdos de Turquía con Israel. Pero Turquía es diferente. La herencia secular de Kemal Atatürk, fundador de la República turca, es quizá el elemento más característico, al igual que el guardián de la llama secular de Atatürk, el cuerpo de oficiales del ejército.
Cuando Erbakán llegó al poder en julio de 1996, el ejército turco eligió convertir a Israel en la cuestión más central de sus diferencias con los fundamentalistas. Que lograría ampliar vínculos con Israel se hizo evidente apenas semanas después de que Erbakán llegase al poder, cuando los contactos militares se reanudaron y hasta se incrementaron. Los resultados de los múltiples intercambios intensos de alto nivel no son públicos, pero los anuncios oficiales y los ayudantes propensos a hablar apuntan que incluyen la actualización del armamento existente (incluyendo un acuerdo por valor de 632,5 millones de dólares), la compra de hardware, la fabricación conjunta de armamento, la instrucción del personal militar y el reparto de la Inteligencia. Además, los vínculos turco-israelíes guardan otras dimensiones, incluyendo el comercio, el agua y la religión.
¿Qué es lo que explica la súbita floración de las relaciones después de todas estas décadas? El bando israelí no cambió: Jerusalén siempre ha pretendido mejores relaciones con Turquía a modo de cuña para romper el círculo hostil de vecinos árabes parlantes. ¿Pero por qué los turcos parecen buscar un vínculo tan estrecho con Israel, sorteando una marea que asola al mundo musulmán entero? La respuesta está muy relacionada con una historia larga y amistosa (la parte más célebre, los judíos expulsados de España en 1492 encontraron refugio en territorio otomano) en la misma medida que intereses comunes entre Turquía e Israel en la actualidad.
Ankara tiene problemas territoriales sin resolver con Irak y Siria, enemigos veteranos de Israel ambos. Turquía gana fuerza en su contra al trabajar con Israel. Si el sirio Hafiz al-Asad, por ejemplo, abre hostilidades contra Turquía, ahora también tiene que preocuparse por Israel al otro extremo de su país. En cuanto a Irán, desde la Revolución Islámica de 1979, el régimen pretende destruir a Israel y simultáneamente crear una República Islámica de Turquía. Con Saddam Husayn, hay que usar todas las herramientas disponibles.
Turquía e Israel hacen un gran equipo a nivel internacional también. Enfrentada a los grupos de derechos humanos de Europa y los grupos de presión griego y armenio en Estados Unidos, Turquía precisa de una fuente solvente de equipo militar de alta tecnología; para sostener su industria militar, Israel depende del mercado extranjero para vender estos mismos productos. Los turcos, siempre extranjeros en Washington, ahora tienen un aliado bien conectado. Los israelíes, la excepción permanente de su región, no están tan solos. En el caso de Turquía, nunca aceptada del todo como país occidental, los vínculos con Israel la diferencian de todos los demás países musulmanes. En el caso de Israel, nunca aceptado del todo como país de Oriente Próximo, atraviesa la barrera de inflexibilidad; los vínculos con Turquía pueden proporcionar el modelo de los futuros vínculos de Israel con otros países musulmanes.
Los analistas turcos e israelíes captan por completo la naturaleza puntual del nuevo vínculo. "Esta alianza en ciernes ha alterado el equilibrio de poder en el Oriente Próximo rico en crudo", escribe el destacado periodista Sami Kohen. Moshe Arens, ex ministro israelí de la defensa, lo considera "un importante cambio en la geopolítica de Oriente Próximo".
En Estados Unidos logra amplio apoyo. La administración Clinton, según el portavoz del Departamento de Estado, está segura de que su cooperación "es un ladrillo para la paz y en ninguna forma un elemento de tensión u hostilidad". Defense News la describe como "una brillante maniobra conjunta" que "eleva la seguridad turca e israelí a un nivel prácticamente inexpugnable".
Los vecinos manifiestan menos aprobación. "Nosotros no estamos contentos con una alianza así", entona el ministro egipcio de exteriores. Su homólogo griego advierte de que una alianza entre los dos países "se encontrará con nuestra oposición férrea". Tan intensamente críticos con los vínculos militares de Turquía con Israel eran los líderes musulmanes reunidos en el encuentro de Teherán el mes pasado que el presidente turco dio el paso sensacional de abandonar a sus homólogos.
La germinación de las relaciones entre Turquía e Israel es quizá la única buena noticia que sale de Oriente Próximo en estos tiempos. Si siguen creciendo, muy bien podrían alterar el mapa estratégico de Oriente Medio. Los estados agresivos tienen que vigilar sus acciones al medirse con la mayor fuerza militar de Oriente Próximo y la más avanzada, y esto reduce de forma drástica la probabilidad de guerra.
La alianza turco-israelí también puede proporcionar el núcleo de una sociedad regional orientada a Occidente compuesta de aliados democráticos -- en contraste con los dictadores autoritarios de los que ha dependido Washington durante cinco décadas. El Pacto de Bagdad de Eisenhower, los "pilares gemelos" de Nixon o "el consenso regional" de Reagan dependían principalmente de dictadores desagradables y monarcas que no eran de confianza. Pero el alineamiento turco-israelí genera, por primera vez, la posibilidad de desarrollar una alianza entre democracias pro-occidentales. Si se cultiva con cuidado, Jordania podría unirse, con más estados incorporándose más tarde (Kuwait a lo mejor). El resultado final podría ser el más esquivo de todos los objetivos: un Oriente Próximo más pacífico.