La masacre de chiítas y kurdos en Irak me enferma, pero he llegado a la conclusión a regañadientes de que el Presidente Bush acierta a un nivel básico al no salir en su defensa.
Es evidente la razón de que debamos ayudar a los kurdos. No sólo el ejército estadounidense podría detener con facilidad la masacre de civiles sino que Bush ha alentado en varias ocasiones a esta población iraquí a expulsar del poder a Saddam Hussein. The Voice of Free Iraq, una emisora clandestina patrocinada probablemente por la Agencia Central de Inteligencia, refuerza a menudo este mensaje. "Estamos con vosotros", decía a los presuntos revolucionarios, "a cada latido, a cada sentimiento y a cada movimiento que hacéis". Para agravar las cosas, las promesas estadounidenses de abatir la aviación ligera iraquí no se cumplieron.
Es innegable que el gobierno estadounidense ha incurrido en alguna responsabilidad moral a la hora de ayudar a las fuerzas anti-Sadam. No obstante, los intereses tanto de los estadounidenses como de la población de la región se satisfacen mejor a través de la paciencia.
Para empezar, esa responsabilidad moral norteamericana es limitada. El gobierno estadounidense ha puesto el acento todo el tiempo en que no determinará el futuro de Irak. Al producirse sólo unas semanas después de llevarse a cabo decenas de miles de ataques contra objetivos iraquíes, esta declaración tiene un tono reconocidamente peculiar. Pero con la excepción de algún comentario desafortunado (y desautorizado) por parte del Presidente Bush, Washington siempre limitó los objetivos de la Operación Tormenta del Desierto a Kuwait; específicamente se excluyó Irak. Si el inicio de las hostilidades se anunció con un alentador "La liberación de Kuwait ha comenzado", el final se producía unas horas después de que los efectivos iraquíes hubieran sido expulsados de Kuwait. Más que eso, como señalaba el Secretario de Estado James A. Baker III, las autoridades norteamericanas "han repetido una y otra vez que la expulsión de Saddam Hussein no era un objetivo militar ni político". A modo de prueba, ofrecía personalmente a la prensa "volver y consultar la hemeroteca".
En segundo lugar, se contemplan peores situaciones que el que Saddam Husayn permanezca en el poder. He aquí dos: una ocupación norteamericana de Irak o la disolución de ese país. El apoyo del gobierno estadounidense a las fuerzas anti-Sadam podría comprometer a los americanos en Irak. Lo que comenzaría con ayuda humanitaria y militar podría acabar como algo mucho más ambicioso. Proporcionar mantas lleva a arreglar la electricidad y las carreteras; abatir la aviación acaba garantizando fronteras internacionales. La lógica inexorable del poder induciría con el tiempo a los estadounidenses a derrocar a Saddam. Antes de darse cuenta, las fuerzas estadounidenses estarían ocupando Irak, con Schwartzkopf Pashá gobernando desde Bagdad.
Suena romántico, pero cuidado. Al igual que los israelíes en el sur del Líbano hace nueve años, los efectivos estadounidenses acabarían siendo rápidamente odiados, perpetrando los chiítas atentados suicida, reanudando su rebelión los kurdos y planeando nuevas formas de sabotear la administración estadounidense los gobiernos sirio e iraní. Quedarse sería demasiado doloroso, y marcharse demasiado humillante. Saddam en el poder sería menos desagradable que la ocupación norteamericana.
Alternativamente, existe el riesgo de que Irak sea desmembrado. Como observaba el presidente turco Turgut Özal, esto conduciría a una "incalculable agitación". La economía mundial necesita que un Irak razonablemente fuerte sirva de contrapeso a Irán y garantice el libre flujo de crudo a través del Golfo Pérsico. Si la potencia iraquí desaparece, Irán se convertiría en la potencia hegemónica regional, racionando el crudo a voluntad. La disolución de Irak también plantea la posibilidad de que los iraníes impongan un régimen islámico fundamentalista en el sur de Irak. Este nuevo estado no sólo querría hacerse con Bagdad y reconstruir Irak a imagen de un país de dominio chiíta, sino que podría revitalizar la revolución islámica de Teherán, llevando a nuevos estallidos de agresión de corte jomeinista.
Además, la separación de Irak crearía caos entre el Golfo Pérsico, y la cordillera turca de Taurus. Los kurdos, por ejemplo, alcanzarían su esperada independencia en el norte de Irak -- y entonces empezaría el tomate de verdad. Perseguidos por los kurdos, los que no fueran kurdos abandonarían el nuevo estado. A continuación se producirían intercambios de población sustanciales y sangrientos. Los líderes kurdos, con la vista puesta en las zonas mayoritariamente kurdas de Irán, Turquía y Siria, desestabilizarían con entusiasmo a esos importantes países. Los conflictos fronterizos proliferarían. En palabras de un titular del New York Times de ayer, los kurdos se convertirían en "los nuevos palestinos". Douglas Streusand, un historiador de Oriente Próximo, señala que solucionar el problema kurdo se traduce en destruir Irak; ¿en serio quieren hacer esto los americanos? En tercer lugar, hay pruebas de que los gobiernos sirio e iraní utilizan su influencia para empujar al líder político kurdo del Partido de los Trabajadores Jalal Talabani a levantarse contra Bagdad. Y los kurdos no son inocentes; habiendo combatido contra el régimen durante décadas, sabían exactamente a lo que se exponían. Se la jugaron y perdieron. No es responsabilidad moral norteamericana sacarlos de su error.
Tercero, los iraquíes -- chiítas y kurdos incluidos -- sería nuestros rivales. El Presidente Bush expuso este hecho al afirmar que luchamos contra Saddam Husayn, no contra el pueblo iraquí. Pero como señala Daniel Boorstin, estas distinciones saltan a la vista de la asentada tradición norteamericana que responsabiliza al estamento político de las acciones de su estado. ¿No se tiene el gobierno que se merece? Cierto, los iraquíes son los que más han sufrido la tiranía de Saddam, pero también alentaron a su desquiciado régimen durante dos décadas. Los soldados iraquíes regulares cometieron atrocidades en Kuwait y ahora respaldan a Sadam. Cantidades ingentes de chiítas y kurdos se unieron al aparato del estado, formando parte de instancias que oscilan entre ser confidente y ser primer ministro. Si la maquinaria bélica iraquí fuera más competente, los iraquíes habrían matado a decenas de miles de soldados estadounidenses. Aunque la población iraquí no es exactamente enemiga de Estados Unidos, desde luego no es su aliada. No les debemos nada.
La tremenda virulencia de Oriente Próximo es el motivo final de no implicarse en Irak. Considere este patrón deprimente y predecible de violencia étnica. El ejército iraquí embosca y asesina a los kuwaitíes. Los saudíes expulsan a 700.000 residentes yemeníes de Arabia Saudí porque su gobierno se alineó con Saddam Hussein. Los kuwaitíes recuperan su país y matan palestinos. El ejército iraquí masacra a sus chiítas y a sus kurdos, vaciando aldeas enteras y destruyendo antiguos lugares de culto. Mientras tanto, las muertes se suceden, un año tras otro, en Chad, Sudán, el Líbano y Afganistán.
Esta desagradable letanía se podría ampliar en el tiempo tanto hacia atrás como hacia adelante. Para rematar, si los chiítas o los kurdos ganan a Sadam, a estas alturas habríamos visto escenas de árabes sunitas masacrados. ¿Los estadounidenses quieren ser parte de esos actos de barbarismo? Hay muchos sucesos desagradables en Oriente Próximo y Estados Unidos carece tanto de los medios como de la voluntad para arreglarlo. Oriente Medio es un lugar enfermo a nivel político; los profanos harán bien en mantener una distancia moral providencial.
Al mismo tiempo, los estadounidenses tienen que ser algo humildes. Aparte de la intervención militar directa, nuestros medios (económicos, diplomáticos) son modestos; y nuestra voluntad es todavía más limitada. Irak es un país enfermo con problemas desesperantes, muy pocos de los cuales se deben a nosotros. Teniendo en cuenta las realidades de Irak -- su cultura mayoritariamente musulmana en particular -- no podemos reformar ni desmontar Irak. La política de Oriente Medio reviste una inhumanidad es que no podemos contener ni detener.
Dicho eso, podemos hacer más que quedarnos mirando la masacre. Washington puede dar pasos limitados para proteger vidas sin dividir Irak ni meterse en los asuntos de ese país. Como mínimo, el Presidente Bush debería de condenar a Bagdad con mucha mayor pasión de la que ha mostrado hasta la fecha. Las fuerzas estadounidenses deberían reabastecer su famosa capacidad logística para brindar alguna ayuda humanitaria importante a los rebeldes anti-Sadam. Y para proteger a los refugiados que huyen de Irak, los aliados deberían de declarar zonas de exclusión aérea dentro de las cuales la aviación iraquí tendría prohibido volar. Si se copian los enclaves de refugiados sugeridos por el Primer Ministro británico John Major, estas zonas serían particularmente eficaces.
A diferencia del Wall Street Journal, que considera la tragedia actual resultado de no ir tras las fuerzas de Sadam Hussein lo suficiente, yo la considero producto del entusiasmo verbal de Bush. Con la vista puesta en el futuro, los políticos estadounidenses deberían de recordar este fiasco y ser mucho más comedidos, para no dar falsas esperanzas.