Las informaciones relativas a la Milicia de Michigan y los demás grupos de extrema derecha pertenecientes al llamado Movimiento de los Patriotas, presuntamente vinculado al atentado de Oklahoma City, les retratan como un fenómeno de los últimos años. Una crónica del New York Times, por ejemplo, remonta los orígenes del grupo a 1983 como mucho.
Pero sus opiniones políticas y su psicología forman parte de una historia que se remonta mucho más atrás. Los grupos del Patriota interpretan el mundo principalmente en términos de teorías conspirativas: el gobierno federal está conspirando para negar sus libertades constitucionales a los estadounidenses; los sionistas conspiran para hacerse con el control del gobierno, como otros países. Como es propio de este enfoque, los derechistas afirman que el gobierno federal orquestó la deflagración de Oklahoma City, como forma de granjearse las simpatías y justificar las medidas adoptadas contra el colectivo de los Patriotas.
Esta obsesión con las conspiraciones se desprende de una herencia muy antigua de pensamiento estadounidense y europeo. Sólo examinando los colectivos a través de este prisma se puede entender quiénes son, la amenaza que plantean, y cómo tratar con ellos.
Occidente alberga dos grupos principales de teorías conspirativas: una, de derechas principalmente, teme que los judíos aspiren a la hegemonía mundial; la otra, de izquierdas sobre todo, teme a las sociedades secretas como los jesuitas o los masones. Cada una de estas fobias, en sus extremos más distantes y oscuros, se remonta a las Cruzadas, las guerras cristianas entre 1096 y 1291 que aspiraron a conquistar Tierra Santa.
Las Cruzadas elevaron de forma sustancial la incidencia del antisemitismo en la vida cristiana; alrededor de esta época echan raíces los libelos contra los judíos - como el asesinato ritual de niños cristianos y la profanación de los objetos cristianos de culto. Los antisemitas desarrollaron eventualmente una teoría conspirativa unificada que parte de Herodes e incluye a todo hijo de vecino, desde los rabinos medievales a Karl Marx. Acabaron convencidos de que los judíos aspiran a controlar el mundo.
Alrededor de la misma época, el fracaso eventual de los Cruzados a la hora de hacerse con Tierra Santa suscitó teorías conspirativas acerca de esas órdenes militares cristianas secretas, y sobre todo de los Caballeros Templarios. Muchos sospechaban de traición entre los Templarios; y en siglos posteriores, este miedo a la traición se amplió a grupos tan distintos como los filósofos de la Ilustración francesa, la banca internacional o el Council of Foreign Relations.
Las dos teorías conspirativas cristalizaron en su forma actual en Rusia durante la década de los 90 en el siglo XIX. Dos publicaciones jugaron un papel clave: En la derecha, la policía secreta del Zar ingenió Los Protocolos de los Sabios de Sión, texto imprescindible del antisemitismo; en la izquierda, Lenin elaboró sus propios escritos teóricos acerca del imperialismo. Estos escritos jugaron un papel muy relevante a la hora de motivar a Hitler y a Stalin, respectivamente, obsesionados los dos con las conspiraciones; las teorías conspirativas contribuyeron así de forma sustancial al acontecimiento más desagradable con diferencia de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial.
Pero las teorías conspirativas no son solamente un fenómeno europeo. Hasta en Estados Unidos, el país más distante y afortunado, la lista de sospechosos de conspiración es larga. Como explica el historiador David Brion Davis, los estadounidenses "se han obsesionado por afición" a "los miedos conspirativos" a los Illuminati franceses, a los oligarcas federalistas, a los masones, a los círculos económicos, a la Iglesia Católica, al poder político de la élite esclavista del Sur, a los anarquistas extranjeros, a los banqueros de Wall Street, a los bolcheviques, a los judíos internacionalistas, a los fascistas, a los comunistas y al movimiento de orgullo racial de los negros".
Estas amenazas ficticias inspiraron a un amplio abanico de instituciones conspirativas obsesivas durante el siglo XIX -- el Partido Antimasónico, el Partido de los Nativos y el Ku Klux Klan entre otras; los orígenes de la Milicia de Michigan se remontan a esas formaciones. El miedo al Comunismo alumbró al McCarthynismo; la John Birch Society de la segregación aisló e institucionalizó por entonces la variante más paranoica del McCarthynismo; en una memorable intervención electoral, tachó el uso de fluoruros en el agua potable para combatir la caries de conspiración comunista.
El asesinato de John F. Kennedy en noviembre de 1963 consternó a muchos estadounidenses, dejando a muchos incapaces de reconciliarse con un suceso tan sin sentido y sobre todo con la noción de que un único hombre armado podía fracturar de forma tan fácil el Estado. Esta negativa a creer abrió la puerta a multitud de explicaciones conspirativas que intentaban encajar la muerte de Kennedy en un plan más amplio, que lo haría por tanto más aceptable. El tiempo no ha cerrado esta herida. Los sondeos demuestran que durante la década de los 60, alrededor de los dos tercios de los estadounidenses sospechaban de alguna conspiración; en 1992, debido en parte a la polémica en torno a la cinta de Oliver Stone JFK, película saturada de conspiraciones acerca del asesinato, las encuestas demostraron que el 77% de los estadounidenses estaban convencidos de que Lee Harvey Oswald no actuó en solitario; y la friolera del 75% creía que el caso se encubre oficialmente.
El conspirativismo de Oliver Stone le hace protagonista de chistes. |
Hoy, los estadounidenses pueden estar más anegados en teorías conspirativas que nunca desde los tiempos de Joseph McCarthy hace 40 años. Circulan sospechas de que dos de los siete últimos presidentes (Johnson y Reagan) llegaron a la administración mediante complots ofensivos. El éxito de ventas de la feminista Susan Faludi, Represalia, sostiene que las mujeres son víctima de una conspiración a gran escala orquestada por el Estado, los abogados, los medios convencionales, los diseñadores de moda y la industria del celuloide. La desproporcionada incidencia de la drogadicción y el SIDA entre los negros estadounidenses suscita la percepción extendida de que hay una conspiración; los sondeos indican que el 60% de los negros creen que el gobierno estadounidense reparte deliberadamente drogas entre su minoría, mientras el 29 cree lo mismo en el caso del SIDA. En resumen, la cultura estadounidense está empapada de teorías conspirativas.
Tan extendidas como están, las ideas conspirativas tienen en estos tiempos escasa importancia funcional. Tras largos siglos de creciente relevancia, culminando en la Segunda Guerra Mundial, Occidente se ha sacudido en la práctica la mayor parte de la maldición del conspirativismo. Gracias sobre todo a Hitler y a Stalin, que pusieron de relieve el grotesco precio de dejar a sus anchas las teorías conspirativas, la larga fascinación occidental con las teorías de conspiración ha perdido interés. Votantes y políticos de países occidentales han dejado de actuar función de creencias conspirativas; el núcleo del pensamiento es sólido. A excepción de Rusia, muy pocas veces estas ideas impulsan la legislación pública.
Las teorías conspirativas han terminado interpretando más bien dos papeles en Estados Unidos. Sirven de variante de la pornografía política, circulando pero sin repercusión. Disfrutamos de películas largas de temática conspirativa (como El candidato de Manchuria, Los Tres Días del Cóndor o Wrapped in the Flag) y compramos sin parar libros de la materia (en febrero de 1992, cinco libros acerca del asesinato de Kennedy entraron en la lista de más vendidos); pero prácticamente no tienen importancia funcional. En segundo lugar, las teorías conspirativas hacen las veces de refugio de los perturbados y los descontentos. Para los que odian el orden vigente, a los márgenes de la izquierda o la derecha, las teorías conspirativas ofrecen una forma de ver el mundo. Lo que ayer era juicio se convierte en patología.
Esta historia tiene una implicación positiva y una implicación negativa. Por el lado positivo, insinúa que cifras ingentes de estadounidenses no adoptan las ideas perversas de la extrema derecha. Por el lado negativo, las ideas retorcidas del Movimiento de los Patriotas no pueden despreciarse como los delirios de mentes enfermas; han de interpretarse más bien como la cabeza de una bestia con 900 años de historia a sus espaldas. Por suerte, últimamente sus colmillos se han desgastado. Pero merece el trato de rigor debido a la fuerza que durante los siglos ha sembrado una destrucción tremenda a su paso. En consecuencia, los extremistas de la derecha han de ser combatidos no sólo en términos de orden público, sino también al nivel de las ideas.