¿Va Turquía — por su tamaño, situación, economía y sofisticada ideología islamista — camino de convertirse en el gran problema de Occidente en Oriente Próximo?
Una agitada década ha transcurrido desde que el Partido Justicia y Desarrollo saliera elegido por primera vez el 3 de noviembre de 2002. Casi inadvertido, el país abandonó la era pro-occidental iniciada por Mustafá Kemal Atatürk (1881-1938) y entró en la era anti-occidental de Recep Tayyip Erdoğán (1954-).
El primer ministro turco Recep Tayyip Erdoğán en la portada de la revista Time en 2011. |
Fueron tiempos de oportunidades políticas perdidas, mala gestión económica y corrupción endémica. La era estuvo marcada por el escándalo Susurluk de 1996 — en el que la investigación de un accidente de tráfico en carreteras secundarias destapó las conexiones del gobierno con la mafia y los asesinatos de estado — y la torpe respuesta del gobierno al terremoto de 1999, sacando a la luz cotas de incompetencia e insensibilidad desconocidas hasta la fecha.
Tales fallos empujaron al electorado hacia el recién constituido Partido Justicia y Desarrollo, conocido como AKP, no tanto por sus políticas islamistas como por sus promesas de ingreso en la Unión Europea, mejor democracia y mayores libertades. Ayudado por un excéntrico sistema político que exige que las formaciones obtengan un mínimo del 10% de los votos para tener representación parlamentaria, el AKP se hacía con el 34% de los votos y ocupaba el 66% de los escaños en 2002.
Erdoğán interviene en un congreso del AKP con motivo del décimo aniversario de su llegada al poder. |
Lo más importante, Erdoğán marginó al estamento militar (autoridad política última de Turquía desde los días de Atatürk) y al resto de sus coaliciones antidemocráticas — los servicios de Inteligencia, el estamento judicial, las fuerzas del orden y sus aliados criminales. El gobierno del AKP también invirtió la herencia de Atatürk con Occidente como referencia e inspiración.
El colapso casi total de las fuerzas anti-islamistas — los atatürkistas, los socialistas, los de la occidentalización y el ejército, entre otros — constituye el suceso más sorprendente de la última década. Los líderes de la oposición no pasaron de decir "no" a las iniciativas presentadas por el AKP, ofreciendo escasos programas positivos y a menudo adoptando posturas todavía peores que las del AKP (como promover políticas pro-Damasco y pro-Teherán). De igual forma, intelectuales, periodistas, artistas y activistas se indignaron y denunciaron pero no propusieron una visión alternativa no islamista.
Y así el AKP entra en su segunda década en el poder con Erdoğán clausurando un congreso del partido acerca de "un comienzo histórico" y dominando el país como ningún político turco lo ha dominado desde Atatürk.
Su principal reto es contenerse y no extralimitarse. Pero hay señales de que está haciendo eso justamente — alienando a las minorías no sunitas que no hablan turco; endeudándose demasiado; implantando a rodillo la ley sharía con demasiada celeridad; modificando la constitución; y minando al ejército encarcelando a su antigua guardia. A nivel internacional, flirtea con una guerra con Siria impopular y preside relaciones progresivamente más tensas con Irán, Irak y Chipre. Una alianza con Israel otrora floreciente se ha evaporado.
Si Turquía era para Newsweek entre otras publicaciones "la nueva superpotencia" de Oriente Próximo hace apenas un año, las desmedidas ambiciones de Erdoğán — atribuidas a menudo al sueño de recuperar el poder y el prestigio del Imperio Otomano (1200-1923) — estarían poniendo de relieve los límites de la influencia turca. Distanciada de la OTAN, rodeada por estados cada vez más antagónicos y acosada por las crisis internas, Ankara se encuentra progresivamente más aislada y más alejada de su estatus de gran potencia.
Artillería montada turca de camino a la frontera siria cerca de Akçakale. |
Si Erdoğán perdiera la popularidad electoral, le hago adoptando medios no democráticos para permanecer en el poder. Esbozó este camino antes incluso de llegar a primer ministro, afirmando públicamente que "La democracia es como un tranvía. Cuando llegas a tu destino, te bajas". Su mentalidad proto-dictatorial puede verse ya en acciones tales como desafiar al estamento judicial independiente, diseminar estúpidas teorías conspirativas para encarcelar a sus rivales, meter en prisión a incontables periodistas e imponer multas absurdamente elevadas a los conglomerados mediáticos desfavorables. Este estilo autocrático prolifera con el tiempo.
Tras una década de gobierno razonablemente democrático, las crisis abiertas -- económica, siria, y la de la minoría kurda de Turquía -- podrían anunciar el momento de bajarse del tranvía de la democracia para Erdoğán. A medida que el AKP descubre sus intenciones, es de esperar que la República de Turquía rechace progresivamente a Occidente y se parezca más a los regímenes represivos, estancados y hostiles que caracterizan al Oriente Próximo musulmán. Y atención a los líderes occidentales, si perciben los cambios y actúan en consecuencia o siguen aferrados a una visión del país de Atatürk que ha pasado a la historia.