La súbita muerte de Mohammed Zia-ul-Haq pone fin a un periodo de relativa estabilidad en Pakistán y plantea a los estadounidenses dificultades tan desafortunadas como familiares.
En primer lugar, el contexto. Zia llegó a presidente en julio de 1977 a través de un golpe militar que depuso al ejecutivo electo de Zulfikar Alí Bhutto. Su gobierno comenzó desfavorablemente, dado que su paso al poder no le convertía en una figura popular, ni tampoco su decisión posterior de ejecutar a Bhutto.
De hecho, cada paso importante por su parte parecía abrir polémica y crearle nuevos enemigos. Zia prometía la celebración de elecciones una y otra vez, sólo para aplazarlas llegado el momento en favor de su autocracia personal. La adopción por su parte de un enfoque islámico fundamentalista sobre la ley condujo a la aplicación del látigo y otras formas arcaicas de administrar justicia, alienando a enormes sectores de la población, incluyendo a los no fundamentalistas, las mujeres y los chiítas.
Pero entonces Zia mejoró. Con independencia de lo inicialmente partidario de la disciplina dura que fuera, para el momento de su muerte había madurado hasta convertirse en un líder realizado. Celebró finalmente elecciones en 1985 y durante los tres años siguientes compartió el poder con el primer ministro civil, Mohammed Jan Junejo. Resultó que la islamización era más perro ladrador que mordedor, y tras asustar a muchos se relajó en cierta medida.
Zia también incorporó al puesto importantes cualidades. Resultó ser un gobernante de consenso bien informado que se apoyaba menos en la intimidación que cualquiera de sus antecesores. La experiencia mejoró la autoconfianza de Zia, y el resultado fue favorable. También entonces, la tragedia de Afganistán acarreó notables ventajas económicas y diplomáticas. La orientación al libre mercado obtuvo un crecimiento económico superior al 7 por ciento por ejercicio, logro notable en Pakistán. En resumen, los paquistaníes han tenido años buenos.
El mismo patrón de mejora con el tiempo se aplica a las relaciones de Zia con Washington. Al principio se creó problemas adoptando una postura relajada hacia el cultivo de la adormidera. Peor aún, prolongó y expandió los esfuerzos de Bhutto por crear un arsenal nuclear paquistaní, la denominada bomba islámica.
Pero también en esta cuestión las cosas mejoraron con el tiempo, gracias sobre todo a los acontecimientos fuera de las fronteras de Pakistán. El ayatolá Jomeini llegó al poder en febrero de 1979; fuerzas soviéticas invadían el vecina Afganistán en diciembre de 1979; y en septiembre de 1980 comenzaba la guerra irano iraquí. A medida que el vecindario degeneraba, los vicios de Zia perdían relevancia a los ojos estadounidenses.
El suceso clave, por supuesto, fue la invasión soviética, que Washington convirtió en su prioridad; Afganistán era más importante que Pakistán. Pero dado que los muyahidines afganos sólo podían armarse a través de la ayuda paquistaní, esto significaba trabajar en cooperación con Zia. El gobierno estadounidense empezó a pagar a Pakistán más de 500 millones de dólares al año y le concedió libre acceso a parte de su armamento más avanzado, incluyendo los cazas F-16. Esta alianza también se tradujo en dorar la píldora y aceptar lo más desagradable del gobierno de Zia: la autocracia, la ley islámica, la heroína y el opio, hasta el arsenal nuclear.
A cambio, Zia era un aliado resuelto: Moscú auspició múltiples episodios de sabotaje en Pakistán, algunos espectaculares (como la enorme deflagración producida por un polvorín de munición próximo a Islamabad en abril, que costó la vida a más de un centenar de personas), pero él se mantuvo fiel a su política.
En el momento de su muerte, Zia llevaba en el poder algo más de 11 años, lo que le convierte en el líder más longevo de la breve historia de Pakistán. A pesar de todos sus fallos, aportó a Pakistán un grado inusual de estabilidad, y esto sin duda se echará en falta.
¿Qué vendrá ahora? Las fuerzas armadas, árbitro definitivo del poder en Pakistán, insistirán probablemente en la declaración de la ley marcial en Pakistán. Un líder interino - el funcionario que preside el parlamento quizá - asumirá el poder. Si bien un cambio súbito o radical es improbable, las débiles instituciones políticas de Pakistán y el tenso clima reducen las posibilidades de recuperar la estabilidad pronto.
En cuanto a Afganistán, hemos de recordar que la guerra dista mucho de haber terminado. Claro, los efectivos regulares soviéticos se están retirando, pero esto deja atrás a los agentes del espionaje soviético, el abastecimiento de armas soviéticas y un abanico de instancias de control soviético sobre Afganistán. Hasta que el control soviético se haya interrumpido definitivamente, Afganistán debería seguir siendo la principal prioridad norteamericana en el Sur de Asia. Pero el control soviético sólo acabará si los gobiernos norteamericano y paquistaní son firmes a la hora de mantener la presión.
El peligro hoy es que la defunción de Zia se traduzca en el debilitamiento de la resolución paquistaní. Esto significa que habrá que seguir tolerando y trabajando con el sucesor de Zia, sin tener en cuenta prácticamente quién sea ni lo que pretenda.