Vidas separadas
Aunque han transcurrido dos décadas desde que Jerusalén fue unificada en la guerra de 1967, el municipio sigue dividido. La frontera internacional, las barreras elevadas y los efectivos armados se han marchado, pero ha cambiado menos de lo que cabría esperar. Los árabes viven en Jerusalén Oriental, los judíos en el Occidental, y no se mezclan con frecuencia. Llevan vidas, trabajos y ocios separados.
Me sucedió una cosa no hace mucho que me hizo entenderlo más claramente, cuando necesitaba desplazarme de Jerusalén Oeste al Este. Llegó un taxi con letrero árabe en las puertas; el taxista era árabe. Escuchó mi destino, un famoso restaurante del centro del Jerusalén judío, y me miro pálido. Yo, el extranjero, le daba en árabe las señas de dónde y cómo llegar allí. El taxista intentó seguir mis instrucciones, pero se perdió enseguida. Acabamos en la parte equivocada de la ciudad - y llegué una hora tarde a la cena. Que un taxista árabe pueda ser desconocedor del Jerusalén judío, más de la mitad del reducido municipio en el que reside, hace patente la ilimitada separación de las dos comunidades en Israel.
El mismo patrón de separación se manifiesta - aunque en menor grado - en el resto de Israel. Los árabes residen en la parte baja de Nazaret, los judíos en la parte alta. Los árabes viven en Jaffa y los judíos en Tel Aviv. Las dos poblaciones casi nunca comparten manzana, y mucho menos bloque. En las ciudades en las que llegan a vivir cerca, como Haifa, Ramala o Lod, el aislamiento de judíos y árabes es consecuentemente denso. Los judíos que se han mudado a Jerusalén Este han elegido una ubicación físicamente aislada de la población árabe - el barrio judío de la Ciudad Vieja es prácticamente inaccesible desde las calles árabes.
Este patrón no surgió por accidente. Desde el nacimiento del Sionismo en la década de los 60 del siglo XIX, la segregación entre judíos y árabes ha sido la norma, dado que los colonos judíos querían minimizar el contacto con los árabes, y los árabes preferían lejos a los judíos. Desde la primera ciudad judía moderna de Rishón Leztión en 1882, los sionistas casi nunca se mudaban a asentamientos árabes vigentes, sino que empezaban desde cero en zonas despobladas. Los nacimientos de Tel Aviv en 1909, Eilat en 1949, el Alto Nazaret en 1956 y Kiryat Arba en 1978 casan por separado en este patrón. De igual forma, los pequeños municipios y villorrios tienden a estar poblados por árabes o por judíos casi por completo. Los sionistas hicieron indispensable la práctica de adquirir escombreras y demás yermos a los árabes; así, las aldeas y terrenos judíos de todo Israel están ubicados en terrenos inhóspitos abandonados por los árabes. El resultado es un tapiz de cantones por todo el país.
Los asentamientos judíos de Cisjordania, que normalmente están aislados de los vecinos árabes, plasman el patrón. En esta colina viven árabes, en aquella judíos. Al-Azariya y Maale Adumim, por ejemplo, municipios de unos 10.000 habitantes cada uno, están pegados a las afueras cisjordanas de Jerusalén. El primero es totalmente árabe, el segundo completamente judío. Los dos mantienen un contacto apenas mínimo; el municipio judío está emplazado sobre una colina antes abandonada, y una franja de terreno yermo divide los campos de las dos poblaciones. Maale Adumim ha llegado a construir carreteras comunicando el municipio con territorio israelí evitando las zonas árabes. En la práctica, Cisjordania alberga carreteras árabes y carreteras judías.
La zona más sensible quizá de las relaciones entre árabes y judíos tiene que ver con el sexo y el matrimonio. Sólo hay pruebas anecdóticas, pero parece que la cifra de parejas inter-comunitarias es minúscula; de éstas, la mayoría encaja en el patrón de varón árabe y mujer judía. De nuevo, crónicas anecdóticas indican que la mayoría de estas relaciones nacen en la universidad, única institución relevante en la que árabes y judíos conviven y trabajan juntos.
Las actividades independientes no son un fenómeno nuevo, sino que llevan muchos años siendo cotidianas. De ahí que cuando los británicos se hicieron con el control de Palestina y consideraron la creación de un Cuerpo de Defensa de Palestina formado por reclutas locales, pensaran en términos de dos batallones, uno judío y uno árabe. Claramente identificaron el problema que surgiría de mezclarse las dos comunidades.
Las iniciativas ocasionales encaminadas a romper estas divisiones se topan con la firme oposición de ambos bandos. Los problemas surgen invariablemente, ya sean árabes que intentan medrar mudándose a la zona judía de Nazaret, o judíos que intentan restablecer su presencia histórica en Hebrón. Como era de esperar, los experimentos de integración tienen escaso seguimiento entre los árabes o los judíos. El asentamiento agrícola mixto (moshav) de Nes-Tziona comenzó durante el periodo del Mandato. La iniciativa más destacada encaminada a unificar las dos comunidades es Neveh Shalom, fundado en 1978 a las afueras de Jerusalén. A pesar de la considerable ayuda exterior, sólo cuenta con sesenta residentes, incluyendo siete familias judías y seis familias árabes.
La profundidad de la separación
La separación en Israel se extiende a todas las facetas de la vida cotidiana. Judíos y árabes no sólo llevan vidas separadas; también llevan cultos, trabajos, vida social y ocios independientes. La misma película americana puede estrenarse simultáneamente en dos salas de Jerusalén, en una para unos espectadores íntegramente árabes y proyectarse para los espectadores judíos en el otro cine. Los árabes tienden a votar los políticos árabes, los judíos a los judíos. Este patrón se aprende desde joven; con la única excepción de Neveh Shalom, en ninguna parte de Israel los menores árabes y judíos ocupan las mismas aulas.
La guía telefónica de Jerusalén en árabe plasma otra faceta de esta segregación. La telefónica israelí no publica guía en árabe, de manera que los emprendedores árabes han publicado su propia guía de Jerusalén. Omiten todos los nombres judíos y publican los nombres árabes exclusivamente. El supuesto tras la omisión - que los árabes no llaman a los judíos por teléfono - dice mucho de la vida cotidiana.
Las rutas de autocar son igualmente reveladoras. Los árabes se desplazan a bordo de autobuses propiedad de, y dirigidos por, colegas árabes; los judíos utilizan autobuses propiedad de, y conducidos por, judíos. Los dos viajan de forma independiente siempre que es posible, hasta cuando sus rutas se solapan. Dos empresas independientes, por ejemplo, cubren la ruta entre Jerusalén y Belén; la que dirigen árabes sale de unas cocheras de Jerusalén Este; los judíos son clientes de la que sale de Jerusalén Oeste. Un árabe no tiene dificultades a la hora de viajar en la línea judía de autocares, ni un judío en la árabe, pero ambos prefieren evitar el contacto mutuo.
Como sugieren estos muchos ejemplos, los caminos de árabes y judíos sólo se cruzan cuando un propósito completo les conduce a una parte desconocida de la ciudad. Los árabes no pasan tiempo de forma rutinaria en las zonas judías de las ciudades; se marchan a trabajar a Jerusalén Oeste o Tel Aviv. De igual forma, los judíos se abstienen de entrar en la zona árabe; pasan por Jerusalén Este principalmente de camino a la oración en el Muro de las Lamentaciones; van a Jaffa por la vida nocturna en la recién remodelada Ciudad Vieja (de propiedad judía). Cuando árabes y judíos llegan a encontrarse, normalmente no se dirigen la palabra. Tienen que compartir la acera a nivel físico; cada uno habita su propio mundo a nivel mental. En el mejor de los casos, los unos actúan como si los otros fueran invisibles o no existieran. En el peor de los casos, responden con miedo o agresión. Cuando un judío se cubre como un árabe o lleva un periódico árabe y entra en la zona judía de Jerusalén, descubre que "los transeúntes me miran igual que a una bomba con patas".
La gente de todas partes tiende a relacionarse con los de su grupo y se alejan de los que son distintos, pero la segregación que se da en Israel pertenece a un orden de magnitud diferente a cualquiera de los que se encuentran en el mundo occidental. París tiene sus quartiers y Chicago sus barrios bajos, claro está, pero estas divisiones son solamente parciales. Los dos pueblos de Israel se distancian más que las minorías comparables en Occidente, donde un amplio abanico de presiones - la vida urbana, los centros públicos, los negocios, el ocio, el transporte público - combaten las costumbres parroquianas.
El patrón de separación es aún mayor que en las ciudades divididas de Occidente. El estudio realizado por el Instituto Jerusalén de Estudios de Israel en 1984 explica:
La relación entre las zonas judías y árabes de Jerusalén tras 1967 revela un patrón de separación mucho más inusual y generalizado que el de otras situaciones comparables. La separación entre sectores árabe y judío y sus poblaciones se concluyó mucho más extrema que el de otras "ciudades mixtas" como Belfast, Nicosia, Montreal o Bruselas.
Hasta en las ciudades en las que identidades nacionales distintas se acompañan de diversos grados de conflicto político, el grado de separación, definido según los indicadores [utilizados en el estudio] y la calidad de las relaciones funcionales, dista de ser tan sustancial como en el caso de la Jerusalén unificada. A efectos de toda comparación relevante, la segregación residencial no es tan tajante, y no todos los taxis o autobuses tienen afiliaciones minoritarias, ni siquiera en las ciudades en las que el conflicto político se manifiesta espontáneamente en el día a día cotidiano de forma más extrema que lo que caracteriza la coexistencia en Jerusalén desde la reunificación.
El estudio también destaca la ausencia de "voluntariados conjuntos, relaciones vecinales o matrimonios mixtos" en Jerusalén.
Traducido de la sociología, este informe afirma que aunque los judíos y los árabes de Jerusalén disfrutan de una coexistencia más pacífica que los habitantes de otras ciudades asoladas por hostilidades, se evitan mutuamente de forma más sistemática.
Parte de un patrón más extendido
¿A qué se debe un patrón de separación tan manifiesto? En parte, la razón está relacionada con la desconfianza y el temor mutuos entre las dos poblaciones de Israel. La hostilidad árabe ha alimentado la política fundamentalista de la OLP y provocado innumerables casos de terrorismo. La tónica en el lado judío se mueve en la misma dirección. Según un sondeo dado a conocer en enero de 1986, el 58 por ciento de los israelíes judíos creen que es "imposible confiar en la mayoría de los árabes". Meir Kahane puede estar manifestando abiertamente lo que piensan muchos israelíes cuando aduce que la confraternización conduce a los matrimonios mixtos.
Más importante que el rechazo mutuo, sin embargo, es la tradición de segregación impuesta en el mundo árabe desde hace tiempo. Con independencia de lo mucho que difieran de los de Occidente los patrones de vida en Israel, plasman fielmente la norma en todo Oriente Próximo. Las múltiples minorías del Líbano llevan vidas independientes, conservando sus propias costumbres y sus propios líderes. Al igual que en Israel, sólo interaccionan en la medida en que no tienen más remedio. Maronitas, griegos ortodoxos, sirios ortodoxos, armenios, sunitas, chiítas y drusos tienen sus propios barrios, escuelas, locales de ocio y negocios. Las diferencias étnicas y religiosas condujeron a la guerra civil que comenzó en 1975 y que todavía se prolonga.
En Egipto, los cristianos viven en sus propias aldeas de la región egipcia del valle del Nilo y en sus propios distritos de El Cairo. Las relaciones entre comunidades también están extremadamente fracturadas en Siria e Irak. Existen divisiones comparables en Marruecos, Turquía, Irán y Pakistán. En lugares tan distantes como Malasia o Indonesia, las relaciones entre las minorías chinas y las mayorías musulmanas están regidas por las mismas normas.
En Israel, árabes y judíos no sólo llevan siglos segregados - como plasma la distribución de la Ciudad Vieja de Jerusalén - sino que el mismo patrón se amplía a las diversas minorías no judías. Algunos municipios, como Belén, son mayoritariamente cristianos; otros, como Nablús, son de mayoría musulmana. Los drusos pueblan sus propias aldeas, al igual que otras minorías reducidas, como los circasianos. Incluso hay diferencias más especializadas; así, Jerusalén tiene tanto un barrio cristiano árabe como un barrio armenio.
En todos estos casos, el patrón de segregación se desprende de un origen común - los preceptos del islam. Según la doctrina islámica, judíos, cristianos y fieles de determinadas religiones diferentes ocupan una categoría especial. Siendo inferiores a los musulmanes, tienen no obstante derecho a practicar sus confesiones y vivir dentro de países gobernados por musulmanes. Cuando los musulmanes controlan un territorio, tienen que respetar la libertad de conservar su identidad religiosa a cristianos y judíos. Este precepto ha sido obedecido normalmente.
Al mismo tiempo, se disuade a los musulmanes de entablar relaciones íntimas con los no musulmanes, o de mezclarse socialmente con ellos. Las prácticas difieren de una región a otra, pero la norma general ha sido que las comunidades no musulmanas lleven vidas separadas de los musulmanes. En las ciudades, las múltiples comunidades religiosas pueblan de forma típica barrios distintos. (Los eruditos remontan los guetos judíos de las ciudades europeas al prototipo del norte de África). En el campo, normalmente habitan aldeas distintas. Este patrón se ha vuelto tradicional en Oriente Próximo y allí donde han gobernado musulmanes, de África Occidental al subcontinente índico. Hasta cuando dejan de gobernar los musulmanes, como en Chipre, Israel o la India, el patrón ha cobrado vida propia y la separación perdura.
¿Es tolerable la separación?
A nivel histórico, la segregación ha revestido muchas consecuencias. Por una parte, vivir separados y conservar sus propias costumbres urbanísticas facilitó la supervivencia de las minorías judía y cristiana durante los casi catorce siglos de dominio musulmán. La separación permitiría a las minorías soportar la constante presión de conversión ejercida por la mayoría musulmana.
Por otra, la separación inculcaba la lealtad a la minoría étnica y religiosa antes que al Estado. Para desesperación de muchos gobiernos de Oriente Próximo, la fidelidad a la comunidad aún hoy sigue siendo más fuerte que los vínculos con los gobiernos centrales. Las lealtades a la minoría están detrás de la guerra civil libanesa que comenzó en 1975; fracturan la instancia política de Siria entre los alauitas en el poder y los resentidos musulmanes sunitas; ser un iraquí es menos relevante que pertenecer a alguno de los bloques étnicos que dividen al país, y así sucesivamente.
Llevar una vida segregada también reviste múltiples implicaciones para las relaciones judeo-árabes en Israel. A un nivel muy práctico, se facilita el terrorismo al proporcionar objetivos aislados. El que cada población utilice su propia línea de autocares explica que los terroristas intenten atentar contra el transporte en autobús con tanta frecuencia. La OLP secuestró un autobús israelí en marzo de 1978, matando a treinta y dos israelíes y provocando una represalia israelí a gran escala contra la OLP en el Líbano, y en septiembre de 1984, hirió a siete judíos que viajaban en autobús en Cisjordania. En el otro bando, veinticinco judíos eran detenidos bajo cargos de terrorismo en mayo de 1984, acusados de conspiración para colocar explosivos a bordo de una flota de autobuses árabes. Y en octubre de 1984, un joven soldado israelí fue detenido por volar por los aires un autobús de la estación de Jerusalén, matando a tres árabes.
La separación hace improbable la posibilidad de unas relaciones cordiales reales entre árabes y judíos. Las dos poblaciones simplemente coexisten. No se conocen, respetan o caen mejor mutuamente. Cualquier plan de futuro en Israel que contemple más que una tolerancia mutua será por tanto probablemente irreal. La noción de un estado binacional en el que árabes y judíos compartan el poder parece especialmente impracticable.
Pero la separación reduce los roces y por eso reserva también verdaderas ventajas. El contacto es tan limitado que muchos árabes y judíos siguen con su vida diaria sin interaccionar mutuamente nunca. Los casos de violencia, hurto o vandalismo se registran con mucha menor frecuencia entre árabes y judíos que en el seno de cada comunidad. Lo mismo pasa con los casos civiles, las reyertas familiares, las tensiones laborales y los innumerables problemas de la vida cotidiana. En la práctica, las dos poblaciones ya conviven en paz. Las discrepancias irresolubles entre árabes y judíos se refieren a cuestiones abstractas de poder. Los problemas que tienen que resolver los políticos sólo implican las grandes cuestiones de soberanía y control final, no los asuntos mundanos de la existencia cotidiana.
La separación es una forma de enfrentarse a un reto histórico con eficacia demostrada. Si bien no es la solución que preferiríamos en Occidente, ni es tampoco una solución ideal, sí funciona. Ofrece una respuesta auténtica y autóctona a un problema característico de Oriente Próximo: cómo pueden coexistir en barrios próximos dos poblaciones.
21 de marzo de 2006: Como síntoma curioso de la urgencia de la separación, consulte mi crítica de Palestina: Guía del viajero de Mariam Shahin.
11 de marzo de 2013: Palestinos e israelíes pueden viajar espontáneamente en líneas de autocar independientes, pero la implantación de esta separación en el caso de los habitantes de Cisjordania que entran a Israel, hasta por razones prácticas, ha causado polémica y conducido a actos vandálicos. Véase aquí, aquí, aquí, aquí y aquí.
17 de marzo de 2013: Tan asentada está la separación que si los judíos israelíes deciden no obedecer sus principios, se meten en un jardín – incluso si nadie contemplaría tales ordenanzas comunitarias en Occidente. Jodi Rudoren, del New York Times, manifiesta su decepción por los acontecimientos en un artículo hoy, "Nuevas manzanas de apartamentos complican cuestión de Jerusalén". Unos extractos de aperitivo:
Maalot David no es el asentamiento israelí típico, una comunidad proyectada en las colinas, rodeada de puertas y vigilancia donde los judíos viven de forma separada y alejada de las aldeas palestinas próximas. Es una nueva manzana de apartamentos encajada en el tejido mismo del Jerusalén Este árabe, construcción que muchos dicen mina de forma fundamental la idea de que el área sirva alguna vez de capital de un estado palestino.
La construcción por parte de Israel de barrios judíos en Jerusalén Este y Cisjordania, territorios con los que se hizo durante la guerra de 1967, ha sido un continuo motivo de fricción entre Jerusalén y Washington… Si bien la mayoría de los expertos en el conflicto palestino israelí se figuran desde hace tiempo una Jerusalén finalmente dividida, con barrios judíos parte de Israel y barrios árabes uniéndose a Palestina, estas nuevas promociones complican más tales planes, por no decir que imposibilitan cosa que podría ser justamente la idea…
Los líderes palestinos dicen que Maalot David o Beit Orot forman parte de un indignante anillo de actividades israelíes en torno al llamado Recinto Sagrado de lugares de culto para judíos, cristianos y musulmanes, que incluye un vasto parque nacional y la academia militar que se proyecta. "Todo es parte del plan, parte de la trama, encaminada a minar la solución de los dos estados y Jerusalén Este como capital", decía Saeb Erekat, responsable palestino de las negociaciones, el jueves durante una visita para diplomáticos extranjeros organizada para dar protagonismo la cuestión con vistas a la visita de Obama.
Durante una excursión parecida el mes pasado, el gobernador de Jerusalén Adnán Husseini, de la Autoridad Palestina, declaró: "Esta fase de la colonización es muy peligrosa, porque desintegra los barrios palestinos desde dentro se pretende adulterar el aspecto del núcleo mismo".