Mantener el curso - pero cambiar el curso. Ese fue el significado del inesperado, preciso y poco expresado cambio en la política de Washington en Iraq la semana pasada.
Después de que el administrador civil Americano de Iraq, L. Paul Bremer III, hiciese una visita apresurada a la Casa Blanca, el Presidente George W. Bush declaró que quiere "que los Iraquíes estén más implicados en el gobierno de su país" y ofreció algunas ideas para tal fin. Dos días más tarde, el Consejo de Gobierno Iraquí anunció que la anterior gobierno de Iraq concluiría hacia Junio del 2004, convirtiéndose en ese momento en una mera "presencia militar".
Los ambiciosos planes para una temprana constitución han sido dejados de lado; en su lugar, informa Associated Press, Bremer "nombrará un líderazgo Iraquí Interino con autoridad para gobernar el país hasta que pueda redactarse una constitución y celebrarse elecciones".
El ejército será "Iraquizado". El nuevo énfasis se pone menos en establecer una democracia Jeffersoniana que en transferir el poder y la responsabilidad a los Iraquíes, y hacerlo pronto.
Este bienvenido cambio marca una victoria para el realismo del Departamento de Defensa y un fracaso para el sueño del Departamento de Estado con la esperanza (como The Wall Street Journal lo expresa) "de recrear la Filadelfia de 1787 en Bagdad". Por supuesto, sería maravilloso si Americanos y Británicos pudiesen, empleando tiempo en darle forma, educar a los Iraquíes en las refinadas artes de gobierno. Pero los Iraquíes no son niños deseosos de aprender de profesores Occidentales. Están orgullosos de su historia, desafiantes al mundo exterior, suspicaces antes los Anglo-Americanos, y determinados a llevar su propio país. Cualquier intento de enseñarles seguramente fracasará.
Los Iraquíes hoy son profundamente diferentes de Alemania o Japón post-1945, principalmente porque existe una ecuación muy diferente.
Alemanes y Japoneses fueron cada uno vencidos como un pueblo, enterrados por una guerra total de varios años, y en consecuencia aceptaron la reconstrucción de sus sociedades y culturas. En contraste, los Iraquíes emergieron casi intactos de una guerra de tres semanas diseñada para no herirles. Sintiéndose liberados más que vencidos, los Iraquíes no tienen ánimo de que se les diga qué hacer. Cogen lo que les sirve de la ocupación y se atrincheran, a través del terrorismo y otras formas de violencia, ante lo que no.
A la inversa, al no haber pasado por una larga y brutal guerra contra los Iraquíes, los Americanos despliegan una preocupación limitada acerca del curso futuro de Iraq.
En resumen, la determinación Iraquí es bastante mayor que la de los tropas de coalición, limitando enormemente lo que pueda lograrse a la sazón.
La nueva aproximación sensata de Washington está en la línea de mi llamamiento de Abril del 2003 en favor de un "hombre fuerte Iraquí de mente democrática políticamente moderado pero operacionalmente duro", así como mi recomendación de dejar a los Iraquíes que gobiernen Iraq.
Eso no significa que quiera que los Americanos, Británicos, Polacos, Italianos, y otras tropas abandonen el país; no, deben quedarse pero limitarse a un papel decreciente.
- Presencia: Las botas en la calle Iraquí deberían ser Iraquíes, no extranjeros. Retirar las fuerzas de la coalición de áreas no habitadas, desplazándolas a los desiertos (los cuales son amplios en Iraq).
- Poder: Garantizar las fronteras, oleoductos y gaseoductos, y el gobierno en Bagdad. Dar caza a Sadam Hussein y a sus secuaces. Por lo demás, los Iraquíes deberían mantener el orden.
- Decisiones: Dejar que los Iraquíes tomen decisiones internas (seguridad, finanzas, justicia, educación, religión, etc.), manteniendo la política exterior y de defensa en manos de la coalición.
Debería darse a los Iraquíes - únicamente bajo supervisión lejana de la coalición - la oportunidad de arreglárselas solos. Cuando el gobierno se haya mantenido durante un período de tiempo amplio, se habrá ganado la soberanía total. Si las cosas salen mal, las tropas en el desierto siempre podrán intervenir.
Y, no confundirse, la Iraquización ofrece amplias posibilidades de que las cosas vayan mal. El historial Iraquí de autogobierno de los últimos 70 años ha sido desastroso; de manera realista, debemos esperar que el liderazgo futuro sea menos que ejemplar. Pero mientras no suponga un peligro para el mundo exterior ni actúe brutalmente contra su propia población, debería ser aceptable para los Americanos y Británicos que pusieron en peligro sus vidas en la guerra de primavera que se dejen menos en arreglar Iraq que en proteger a sus propios países.
No es probable que Iraq sirva al mundo Musulmán como modelo de democracia a corto plazo. Pero si la administración Bush mantiene el curso con su excelente nueva política, un nuevo gobierno Iraquí tiene la posibilidad de desarrollarse a través de los años y quizá décadas en un país decente con un proceso político abierto, economía exitosa, y floreciente cultura.