La labor del historiador consiste a menudo en no dar por certeza lo que dice la prensa, sino ir más allá de las crónicas y determinar la razón de que digan lo que dicen, del momento en que lo dicen y del efecto de lo que se ha dicho.
-- Lucy Maynard Salmon, La prensa y el historiador (1923)
Hincapié en Israel y Estados Unidos
La cobertura de la guerra del Líbano de 1982 en la prensa norteamericana despertó con razón muchas críticas. Como han demostrado varios análisis, se cometieron errores en el relato de los hechos y la tendencia anti-Israel campaba a sus anchas. Pero las falsedades y los desequilibrios no son normalmente la principal fuente de imprecisión en lo relativo a Oriente Próximo. Más bien se desprenden del sujeto elegido en la cobertura.
Hablando en plata, a los periodistas estadounidenses solamente les interesan dos materias de Oriente Medio: Israel y Estados Unidos. Cualquier cosa que suceda relacionada con estos países se amplifica y difunde al mundo; lo que no, prácticamente es ignorado.
Unas estadísticas bastarán para avalar la idea. Examinando las tres grandes cadenas entre 1972 y 1980, concluimos que la media de minutos al año dedicados a Israel fue de 98,4. En contraste, Egipto solamente ocupó 54,7 minutos, 42,4 minutos la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Siria 25,7 minutos, 18,4 minutos el Líbano, 12,7 minutos Arabia Saudí, 8,5 Jordania y 7,2 minutos Irak. En cuanto a Estados Unidos en Oriente Próximo, el espacio medio en la cobertura de nueve años fue de 152,7 minutos, mientras la cobertura de la Unión Soviética se limitó a 19,4 minutos y 13 la de Europa.
La fascinación mediática con Estados Unidos se presenta en el caso de Irán de la forma más dramática de todas. Entre 1972 y 1978, la presencia de Irán en los informativos se redujo a apenas 9,6 minutos al año; luego, en 1979-80, la crisis de los rehenes hizo que el interés en Irán se multiplicara por 39, hasta los 375,2 minutos. Como concluye el autor del estudio en el que se publican estas cifras, William C. Adams:
En conjunto, el hincapié en el conflicto árabe-israelí ha alejado la información relativa a Oriente Próximo de los márgenes de la región que carecen de continuidad territorial con Israel. Al mismo tiempo, el hincapié en la política norteamericana y su papel ha escorado la información en detrimento de las relaciones del mundo con respecto a Oriente Próximo… Hasta los acontecimientos de Afganistán e Irán en 1979 y 1980, la información de Oriente Próximo consistía sobre todo en el conflicto árabe-israelí y en el papel estadounidense en la región.
Este hincapié exclusivamente en dos regiones de un todo mucho mayor posibilita una cerrazón extrema de visión, lo que a su vez explica el gran número de errores y distorsiones del periodismo estadounidense con respecto a Oriente Próximo.
Israel a ojos estadounidenses
A pesar de la gran distancia que separa y el pequeño tamaño de Israel, los estadounidenses saben más de su vida política que de la de cualquier otro país extranjero. Un número mayor de líderes de Israel, por ejemplo, resultan familiares por su nombre en Estados Unidos que en el caso de cualquier otro gobierno, incluyendo Gran Bretaña y la URSS. Muchos estadounidenses pueden hablar con soltura de los acontecimientos más recientes acaecidos en el conflicto de Israel con los árabes o saben enunciar opiniones concretas relativas a la política israelí actual. Como destaca un observador, Marvin Shick, aun cuando la población israelí es inferior al error estadístico del censo chino, "Sé mucho más de la economía israelí y casi nada del sistema económico chino". En resumen, Israel acusa lo que vendría a llamarse el porcentaje de fama per cápita más elevado del mundo. (La India registraría quizá el menor). Ningún otro país de tamaño comparable - Benín, Laos, Noruega, Paraguay - despierta en Estados Unidos ni una fracción de la familiaridad israelí.
Esta intimidad es producto en gran medida del interés especial que tiene la prensa en Israel. Los conglomerados mediáticos estadounidenses tienen destacados más corresponsales en Israel que en ningún otro país extranjero a excepción de Gran Bretaña. Nada referente a Israel, al parecer, es insignificante como para no merecer cobertura en Estados Unidos; y todo puede ser titular. Además de los grandes acontecimientos que tienen lugar con imponente regularidad - hostilidades, terrorismo, resoluciones de la ONU y similares - muchas facetas de la vida cotidiana despiertan atención internacional cuando tienen lugar en Israel. ¿De qué política de asentamiento o tasa de inflación de qué otro país pequeño se informa con tanta frecuencia o con tanta prominencia? Hasta los acontecimientos más anodinos, de los normalmente ignorados por la prensa norteamericana - una huelga de médicos o los conflictos municipales entre formaciones religiosas y no practicantes - revisten interés cuando tienen lugar en Israel.
He aquí un ejemplo de un periódico local. The News en Lynchburg, Virginia, limita su contenido internacional a una plana llamada "Noticias del mundo", pero Israel protagoniza de manera desproporcionada este espacio. Por ejemplo, el 6 de agosto de 1984, uno de los cuatro contenidos de su Noticias del mundo era un relato detallado referente a las acusaciones vertidas por el gobierno israelí de que cuatro de las mayores entidades bancarias del país habían constituido un cártel ilegal para manipular los tipos. De todo lo acaecido en el mundo durante la víspera, es difícil entender cómo cobraría esto la mayor importancia para los habitantes de la región de Virginia.
Lo mismo se da a nivel internacional, donde Israel y todo lo relacionado con ello es noticia. Liberia, al restañar relaciones formales con Israel en 1983, atrajo la atención de una prensa que hasta la fecha lo venía ignorando totalmente. Las ventas armamentísticas israelíes atraen constantemente la atención pública. Durante la crisis de las Malvinas en 1982, suministró armas a Argentina; la suspensión de la venta de armas norteamericanas a América Central convirtió después a Israel en un satélite estadounidense. Esta atención facilita olvidar lo menudo de Israel en el mercado global de armas; y la frecuencia con que otros aliados estadounidenses venden armas a regímenes polémicos (Gran Bretaña a Argentina, Francia a Sudáfrica, Italia a Libia, etc).
Por supuesto, la cobertura consistente y en profundidad de Israel es encomiable en sí misma y de sí misma. Los estadounidenses están poco expuestos en general al mundo más allá de sus fronteras, y la cobertura de Israel, en cierta medida, ayuda a remediar esta deficiencia. De hecho, la tesitura israelí es tan distinta a la de América - de su reducido tamaño y posición entre vecinos agresivos a su cultura multilingüística y su economía socialista - que aprender de Israel educa a los estadounidenses sobre gran parte del mundo lo sepan o no.
Pero también reviste costes. El hincapié en Israel distorsiona de manera fundamental la forma de percibir Oriente Medio de los estadounidenses y dificulta más que facilita captar los acontecimientos entre Israel y los árabes.
Para empezar, la extraordinaria importancia que se da a lo israelí da la impresión de que Israel es el factor clave en todas las facetas de la política en Oriente Medio. Cualquiera que sea la cuestión - que si los precios del crudo, la estabilidad del Golfo Pérsico o las relaciones soviéticas con los árabes - Israel parece interpretar siempre el papel protagonista. Esto no solamente resta importancia a otros factores importantes, como el islam o el panarabismo, sino que limita la complejidad de la política de Oriente Próximo a una única dimensión. La verdad es que Israel no explica la volatilidad de la política árabe, las políticas antioccidentales de la OPEP, la guerra Irán-Irak, la guerra civil del Líbano o el alineamiento prosoviético del gobierno sirio. Si los medios no estuvieran tan interesados en Israel, los estadounidenses tendrían una visión más correcta y equilibrada de su papel en Oriente Próximo.
Se produce a continuación una segunda distorsión, que de forma algo paradójica se desprende de la primera: puesto que lo que concierne a Israel es titular y que se entierra en páginas interiores en el mejor de los casos lo que no, los estadounidenses tienden a pasar por alto el grado en que los problemas políticos israelíes son característicos de Oriente Próximo. Por ejemplo, casi cualquier frontera de esa región del mundo, desde Libia a Pakistán pasando por Turquía o Yemen, está definida con alfileres o en disputa. Algunos de estos problemas vecinales han conducido a guerras (como la causada por las diferencias entre Irán e Irak). Pero los estadounidenses tienden a conocer únicamente los problemas fronterizos de Israel y no se dan cuenta de que encajan en un patrón recurrente por todo Oriente Próximo. Como resultado, tienden erróneamente a considerar exclusivo el caso israelí.
La inquietud mediática con Israel también conduce a exagerar la relevancia de un único actor árabe, la OLP. A diferencia de los países árabes, que son naciones formales con políticas nacionales e identidades independientes de Israel, la OLP se limita por naturaleza a Israel. Como organización que existe para destruir a Israel, su destino está indisolublemente ligado al del estado judío. Como alter ego israelí, también es objeto de cobertura desproporcionada por parte de los medios norteamericanos. Las declaraciones de cualquier líder palestino de segunda fila son destacadas con la misma atención que se dedica a las figuras políticas israelíes de segundo orden. Al igual que Israel, la OLP se figura más poderosa de lo que es realmente por tener un seguimiento tan estrecho.
Por motivos parecidos, los refugiados palestinos despiertan una atención desproporcionada con respecto a sus cifras o su tesitura. Mucho después de que otras poblaciones desplazadas desaparecieran de la consciencia norteamericana hace una generación - los turcos de Crimea, la población de Alemania Oriental, los coreanos, los hindúes, los paquistaníes, los judíos de países árabes - los palestinos siguen de actualidad. En una era en que cifras mucho mayores de refugiados vietnamitas, camboyanos, afganos o somalíes sufren infortunios mucho peores, la absorción con Israel lleva a muchos observadores a concluir erróneamente que la tesitura de los palestinos es la más digna de su atención.
La información relativa a los vecinos de Israel también está alterada por el hincapié en sus relaciones con Israel. Apenas una fracción de la información relativa a la vida política del Líbano, Siria, Jordania o Egipto llega a la audiencia norteamericana, referente en su mayor parte a Israel esa fracción. Por ejemplo, cuestiones egipcias clave como los problemas económicos endémicos, el apogeo del islam fundamentalista o la inminente crisis demográfica atraen la atención de la prensa en la medida en que afectan a las relaciones con Israel. Anwar as-Sadat se convirtió en un astro mediático en Estados Unidos porque dio el paso de poner fin al estado bélico con Israel; Hosni Mubarak sigue siendo un desconocido entre los estadounidenses porque no ha emprendido ninguna iniciativa relevante referente a Israel.
Si considerar Egipto a través de sus relaciones con Israel no hace justicia a su vida política, todavía es peor en el caso del Líbano. La guerra civil comenzó en ese país en abril de 1975 y prosigue una década después. Sólo pasó a ser una cuestión relevante en la prensa norteamericana en 1978, cuando Israel inició una operación en el sur del Líbano. A continuación la atención volvió a espaciarse, para reanudarse sólo a la segunda incursión israelí durante el verano de 1982. En términos de información, el Líbano es un apéndice de Israel.
La cobertura de las masacres en el Líbano deja en cruda evidencia esta idea. Durante los años de la guerra civil tuvieron lugar un buen número de masacres, alcanzando algunas de ellas el millar de víctimas (como las de Tel az-Zataar o Damur). Éstas solamente dejaron la más vaga de las nociones en los medios estadounidenses; se informó de ellas puntualmente, pero tendieron a perderse entre la confusión de acusaciones y réplicas. Estaban teniendo lugar cosas desagradables, pero los estadounidenses casi no conocían la naturaleza del conflicto, y mucho menos la identidad de los combatientes ni los motivos de su criminalidad. Entonces llegaron las masacres de Sabra y Chatila, que dominaron la cobertura informativa en Estados Unidos durante semanas interminables de septiembre y octubre de 1982, acompañadas del debate y la polémica de los meses posteriores. En este caso, los medios convencionales iniciaron destacadas crónicas de investigación de las muertes sin escatimar detalles, persiguieron a los autores materiales, y especularon en torno a la búsqueda de culpables.
¿Cuál fue la diferencia entre las masacres anteriores y las de Sabra y Chatila? La cifra de vidas no, ni la brutalidad de los asesinos. Sabra y Chatila destacan porque Israel es aludido de alguna forma. Que los árabes se hagan pedazos mutuamente no es noticia; la presencia de Israel convierte un mismo suceso acaecido en circo mediático. Pero la negligencia con los horrores previos y el total absorto con las masacres de Sabra y Chatila, como si fueran sui generis y no un acontecimiento más dentro de una larga secuencia, induce una vez más a la distorsión, y a una grave adulteración de la historia y la política árabes.
La obsesión con Sabra y Chatila tuvo un efecto más nocivo. La cobertura internacional se centró tanto en Israel que cualquiera que no estuviera prestando una estrecha atención habría creído que soldados israelíes perpetraron las masacres (aunque su culpabilidad se limitó en la práctica a dar acceso a los campamentos palestinos a la milicia falangista, y después no intervenir para detenerla). Durante los meses posteriores, la cobertura estadounidense siguió a la comisión israelí de investigación, no a su engañoso e inconcluso homólogo libanés, confirmando más la impresión de que solamente Israel merecía sentarse en el banquillo. Unos libaneses habían matado palestinos, y la opinión pública norteamericana condenaba a unos israelíes. En este caso, el hincapié excesivo en Israel hizo que se adulterara el suceso mismo acaecido.
Por último, la sobreexposición de Israel conduce a que sea sometido a estándares morales imposibles. Los propios israelíes, por supuesto, aceptan los mismos raseros que las democracias occidentales y también aspiran a respetar el código moral contenido en la religión judía. Además, como importantes beneficiarios de la ayuda estadounidense, los israelíes han de cumplir y cumplen los exigentes criterios que los estadounidenses aplican a sus aliados. Esto está claro. Pero para la prensa Israel tiene tanta importancia, y sus enemigos tan escasa, que no es juzgado en relación a ellos ni a los demás países, sino según ideales abstractos. Al resto del mundo se le evalúa en el contexto de su época y su lugar; Israel es evaluado aparte.
Los ejemplos no son difíciles de encontrar. Casi ningún periodista que analice el gobierno israelí de Cisjordania incluye en sus crónicas informaciones relativas al gobierno jordano allí entre 1948 y 1967, ni ofrece comparaciones con las demás partes del mundo árabe. Aunque la evaluación apropiada de la administración israelí de los árabes tendría por fuerza que tener en cuenta la trayectoria árabe, la inquietud mediática con Israel borra la presencia árabe, y así elimina de la tesitura cisjordana actual toda consideración de tiempo y lugar.
De igual forma, las acciones militares de Israel se juzgan a menudo sin ninguna consideración a las acciones de sus enemigos. Durante el sitio de Beirut en el verano de 1982, muchos periodistas estadounidenses criticaron a Israel por matar a inocentes beirutíes; pero normalmente omitían destacar que los civiles venían expuestos al peligro desde el principio por la estrategia de la OLP de valerse de ellos como rehenes contra una incursión israelí. Los debates de la moralidad de la OLP nunca han despertado el interés estadounidense como el debate de la moralidad israelí; y si el comportamiento de Israel es considerado finalmente mejor que el de sus rivales, esto raramente importa. La verdadera prueba se reduce a la discrepancia entre las acciones de Israel y los ideales de Israel, ambos de los cuales son preferibles a los de los árabes.
En cada uno de estos casos, la obsesión mediática con Israel desequilibra gravemente la interpretación norteamericana de Israel, así como la de los demás actores de Oriente Próximo. Israel no es, en la práctica, la clave de las cuestiones regionales; la OLP tiene poco margen de acción independiente; la importancia de Egipto va más allá de su relación con Israel; Sabra y Chatila no fueron sucesos novel en el Líbano; las masacres allí fueron cometidas por libaneses y no por soldados israelíes; y la responsabilidad última del sitio de Beirut recae en la OLP. Enunciadas de esta forma, estas afirmaciones suenan evidentes, pero con demasiada frecuencia se han perdido en la andanada de atenciones que se prestan a Israel y prácticamente a Israel en solitario.
¿Por qué el hincapié en Israel?
¿Qué explica el protagonismo informativo de Israel? En parte se desprende del hecho de que Israel es el principal aliado norteamericano en un conflicto regional dramático, abierto y relevante. En este sentido, Israel puede compararse a Vietnam del Sur, que en su momento también acusó el excesivo escrutinio informativo - y que también fue juzgado según principios morales abstractos, no en relación a su enemigo. Pero Israel ejerce una fascinación propia que va más allá de su posición de aliado estadounidense relevante. Hasta los sucesos que guardan una escasa relación con el conflicto árabe-israelí, como el cierre de las aerolíneas El Al o los conflictos por la arqueología, son información en el extranjero, en un sentido que la información comparable relativa a Vietnam del Sur nunca fue, ni la información análoga relativa Egipto, Jordania o Arabia Saudí.
Captar esta fascinación exige distanciarse del flujo de acontecimientos cotidianos y traer a colación ciertos datos culturales. Para la prensa estadounidense y para sus consumidores en la misma medida, la razón más importante para hacer hincapié en Israel es el hecho de que se trata del estado judío.
Israel interesa enormemente a los judíos estadounidenses, cuya conexión entre su destino y el de Israel, y cuyo apetito de información detallada relativa al país y a todo lo que guarde relación con él, probablemente no tenga rival entre las demás minorías de Estados Unidos. La presencia de un gran número de judíos en los medios contribuye además al interés en Israel, igual que el hecho de que los judíos se concentran en grandes ciudades donde tienen sede los grandes medios convencionales - Nueva York en especial.
Todavía más importante, sin embargo, es la inagotable fascinación de los cristianos con los judíos, que se desprende en medidas más o menos equivalentes de la teología y de la historia. El hecho de que el Cristianismo se desarrollara a partir del Judaísmo ha generado una duradera tensión entre las dos confesiones, cuyos puntos de fricción son múltiples y complejos. Jesús era un judío que rechazaba muchas prácticas judías; a su vez, los judíos rechazaban a Jesús como mesías. Los cristianos a menudo responsabilizaron a los judíos de la muerte de Jesús y creían que la Segunda Venida de Cristo aguardaba a la conversión de todos los judíos. Los cristianos califican de santa la Biblia Hebrea, pero le dan una lectura diferente a la de los judíos. Por estos motivos entre otros, los judíos ocupan un lugar único en la teología cristiana y también por tanto en la civilización cristiana. A lo largo de los siglos, lo que hacen los judíos ha sido siempre motivo de interés capital para los cristianos.
La historia acentuó este interés. A lo largo de la mayoría de las épocas medieval y moderna, los judíos fueron los únicos no cristianos que llegaron a encontrarse la mayoría de los europeos. Y se diferenciaban: vestían de forma diferente, tenían costumbres religiosas extrañas y vivían en comunidades separadas. Como inefable minoría religiosa con un papel crucial en la teología cristiana, los judíos siempre han destacado de forma desproporcionada en Europa.
Dos sucesos tuvieron lugar en los últimos tiempos que alteran este panorama. En primer lugar, Estados Unidos hereda, con ciertas modificaciones, el interés europeo en los judíos. En segundo, Israel hereda la inefabilidad achacada al pueblo judío de Europa. Pero mientras los judíos de Europa atraen la atención por ser distintos, los judíos de Oriente Medio, irónicamente, atraen la atención por resultar familiares. Israel, fundado por colonos procedentes de Europa, es el país occidental más moderno de su región. En consecuencia, para el estadounidense, es el país más inteligible de Oriente Próximo. (La pujante mayoría oriental en Israel no cambia esto, dado que la cultura política imperante sigue siendo la establecida por los pioneros a principios de siglo). Las esperanzas y los temores de los israelíes son mucho más cercanos a los estadounidenses que los de sus vecinos.
El parentesco relativo de Israel marca totalmente la diferencia para los periodistas carentes de conocimientos de Oriente Próximo. Los medios no son excepción a la norma genérica de que las instituciones americanas crean generalistas. El trabajador prospera en su empresa a base de rotar por puestos diferentes con frecuencia y manifestar destreza en muchos puestos. En consecuencia, el periodista estadounidense destacado en Oriente Próximo es casi invariablemente un profano en la materia y en la cultura de la zona que va a cubrir. La familiaridad de Israel, en contraste con la faceta extraña de la vida musulmana, hace todavía más atractivo el estado judío; he aquí un país que los periodistas intuyen poder entender. Y como señala S. Abdalá Schleifer, es también el único país de Oriente Medio en el que el corresponsal podrá encontrar novias.
Israel tiene también el único gobierno democrático y la única sociedad abierta de Oriente Medio; como tal, brinda a los medios internacionales unas oportunidades que no se facilitan en ninguna otra parte. (El gobierno libanés ha sido más o menos democrático, en función de las circunstancias; la prensa podía moverse con libertad, dentro de los límites marcados por el gobierno sirio y la OLP). Los periodistas israelíes, independientes y activos en sí mismos, brindan a sus colegas estadounidenses muchas ideas para sus crónicas. Dado que muchos periodistas estadounidenses son vagos en lo que respecta a consultar con todas las partes del conflicto de Oriente Próximo, se concentran en las cuestiones israelíes. En los países árabes (aludidos en ocasiones entre los periodistas como "el arco del silencio"), normalmente son objeto de un control estatal estricto. El gobierno sirio de Hafiz al-Asad pudo devastar uno de sus propios municipios, el de Hama, sin que viera a luz una sola instantánea. En Arabia Saudí, el hermetismo en torno a la familia real invitó a un funcionario diplomático estadounidense a afirmar que "Aprender el arcano idioma de los carteles de Pekín o cuantificar las fotografías del 1 de Mayo en Moscú para ver quién cuenta - esos cacharros son labor mucho más fácil que Arabia Saudí". Años después de que tuviera lugar, la toma de la Gran Mezquita de la Meca en noviembre de 1979 sigue siendo un enigma. ¿Quiénes eran esas personas y qué esperaban lograr? El relato de los acontecimientos los achaca a cualquiera, desde marxistas a fundamentalistas islámicos. En los países árabes los datos son esquivos, sobre todo para los que no están familiarizados con el idioma o la cultura.
Por todas estas razones entre otras - el drama de su nacimiento, la resurrección del hebreo, la congregación de judíos procedentes de todo el mundo, la vinculación religiosa con la tierra desde siempre - Israel despierta una atención desproporcionada entre los medios estadounidenses.
Notoriedad de Estados Unidos.
El segundo eje del interés mediático estadounidense - los propios Estados Unidos - reclama escasa explicación. Los estadounidenses tienen intereses militares, políticos y económicos enormes en Oriente Próximo. Las empresas energéticas hacen negocios en la mayoría de los países de la zona y su equipo de prospección es prácticamente omnipresente. Las cinco sextas partes de la ayuda exterior norteamericana más o menos se destinan solamente a cuatro países de Oriente Próximo (Turquía, Israel, Egipto y Pakistán), mas Grecia. Hay instituciones norteamericanas de educación superior en Estambul, Beirut y El Cairo. Enormes cantidades de armamento norteamericano se han destinado desde 1971 a Israel, a sus vecinos y a la región del Golfo Pérsico. El Mando Central se creó en 1980 para coordinar las fuerzas de intervención rápida de los Estados Unidos destacadas en el Golfo Pérsico y la zona del Índico. Se firmaron acuerdos de cooperación estratégica con Israel en 1981 y 1983. Hubo Marines y barcos y aviones enviados a protegerlos destacados en el Líbano entre 1982 y principios de 1984. Y así sucesivamente.
La presencia de un equipo local lejos del país distorsiona la forma en que la prensa norteamericana cubre Oriente Próximo. Se fijan en los intereses de su país de una forma que, pongamos, los periodistas canadienses no hacen en el caso de Canadá. Los periodistas estadounidenses reconocen esta parcialidad y se muestran ingenuos a tenor de ella. Larry Pintak, corresponsal de CBS News en Beirut, lo resume del todo: "Mientras hubo Marines en el Líbano, la CBS tenía que estar allí".
Los problemas surgen cuando el punto de vista estadounidense acaba imponiéndose; los estadounidenses encuentran más interesante leer acerca de ellos mismos que acerca de extranjeros. Es inquietantemente fácil por su parte perder de vista la cuestión general en favor del papel estadounidense. Los periodistas son los primeros en caer en esta trampa.
Por ejemplo, cuando se encuestó a periodistas estadounidenses en torno al gran titular de 1983, por un amplio margen eligieron el atentado contra las instalaciones de los Marines del 23 de octubre en Beirut, que dejó 241 muertos. Esto tiene sentido viniendo de la perspectiva estadounidense: fue la cifra más elevada de daños personales sufrida por el ejército estadounidense desde la guerra de Vietnam. Pero desde el punto de vista de Oriente Medio, es una elección curiosa. El atentado de los Marines, por trágico que fuera, solamente provocó unas cuantas muertes más dentro de una guerra civil que comenzó en 1975. Los muertos sólo eran relevantes en la medida que dieron un vuelco a la resolución norteamericana de destacar efectivos regulares en el Líbano. Los periodistas estadounidenses estaban mucho menos interesados en las crónicas de 1983 que no se referían a Estados Unidos, aun siendo mucho más importantes para Oriente Medio - la transición pacífica a la democracia en Turquía, el fracaso de las conversaciones de reconciliación nacional en el Líbano, la dimisión del Primer Ministro israelí Begin, el encuentro Arafat-Mubarak en Egipto, la negativa del rey Hussein al plan Reagan, la ruptura de la OLP o el despliegue de proyectiles SA-5 y técnicos soviéticos en Siria, por poner unos cuantos.
Cuando los periodistas estadounidenses se concentran en la implicación directa de su país, empujan al resto del país a hacer lo propio. Esto provoca dos problemas. En primer lugar, el debate de las cuestiones internacionales se nacionaliza. Lo que empiezan siendo discrepancias entre Estados Unidos y los gobiernos extranjeros acaban siendo disputas internas. Después de que los Marines asumieran un papel activo en el Líbano en septiembre de 1983, la principal cuestión en Estados Unidos acabó siendo su despliegue. Con la muerte de cada soldado, el debate interno (en torno al reparto de competencias en situación de guerra entre el legislativo y el ejecutivo y las cuestiones afines) cobraba mayor importancia y las cuestiones internacionales cedían protagonismo. A los pocos meses, el embajador libanés en Estados Unidos Abdalá Boujabib destacaba con desprecio que los líderes estadounidenses "sólo se interesaron en debatir la cuestión de los Marines. Han dejado de hablar del Líbano: la reconciliación nacional, el fortalecimiento del gobierno… La cuestión ha pasado a ser los Marines en exclusiva, no el Líbano". Transformar en debate nacional las cuestiones de Oriente Medio dificulta los esfuerzos estadounidenses por formular una política eficaz; a medida que los estadounidenses prestan menos atención en los fines y ponen más en los medios, menos objetivos logran.
En segundo lugar, el hincapié en Estados Unidos se traduce en que los sucesos de Oriente Medio se contemplan a través del prisma de los intereses norteamericanos. Entre enero de 1978 y enero de 1981, la prensa engañó gravemente a sus lectores al presentar los acontecimientos acaecidos en Irán bajo la luz de la implicación norteamericana allí. Mientras el sha se tambaleaba, la seguridad de los ciudadanos americanos afincados en Irán se convirtió en una preocupación de primer orden. El efecto de la caída del sha se valoró después en términos de actividad económica americana, capacidad militar norteamericana, relaciones estadounidenses con la URSS y precios del crudo en Estados Unidos. La prensa también debatió en profundidad el papel del gobierno estadounidense en el régimen del sha y lo que podría haber hecho Washington para impedir su caída. Con independencia de lo que hicieran los iraníes, los intereses estadounidenses permanecieron siempre en primer plano.
El secuestro de la embajada norteamericana en Teherán en noviembre de 1979 marginó todas las demás cuestiones en Irán. Durante quince meses, la crónica de los rehenes dominó todos los aspectos de la información que salía de Irán. Peor que la desproporcionada atención que se dedicaba a cuestiones tales como quién visitaba a los rehenes o lo que comían por Navidad fue la tendencia de los medios norteamericanos a presentar todo lo que estaba teniendo lugar en Irán como sucesos relacionados con la cuestión de los rehenes. El drama de la embajada, que era un síntoma (y no una causa) de la gran lucha de poderes en el seno de Teherán, fue seguido por los americanos como un fin en sí mismo - como la cuestión central de la política iraní, en la práctica. La implicación estadounidense directa indujo en este caso, y no era la primera vez, una malinterpretación profundamente equivocada de los acontecimientos de Oriente Medio.
El problema contrario es exactamente igual de peligroso. Siempre que no haya americanos implicados directamente en una cuestión, la cuestión desaparece de la actualidad. Dos conflictos - la guerra Irán-Irak y la invasión soviética de Afganistán - tuvieron lugar durante mucho tiempo en ausencia de participación militar norteamericana o incluso de papel diplomático estadounidense importante. Como era de esperar, ambas cuestiones eran olvidadas en la prensa norteamericana. En términos de daños personales, la guerra entre Irán e Irak fue la cuarta más cara del siglo XX (tras las dos guerras mundiales y el conflicto de Indochina). Los líderes iraníes amenazaron con bloquear la exportación de petróleo procedente del Golfo Pérsico, lo que habría inducido una caída en la producción de varios millones de barriles de crudo diarios en el mercado mundial. Pero las vidas arrebatadas y la estabilidad del crudo son cuestiones distantes cuando Estados Unidos no está implicado; los periódicos informaban de la guerra de forma tan tangencial (nada más que apresurados recuentos de muertos en municipios desconocidos, normalmente) que hasta que el lector más devoto perdía interés. En cuanto a Afganistán, los periodistas estadounidenses sí acudieron masivamente tras la invasión soviética, en parte quizá porque anticipaban un papel estadounidense directo; cuando ese papel no se materializó, la prensa perdió el interés en la crónica de los paletos que combatían a las tropas soviéticas.
La dificultad del acceso a las hostilidades en Irak, Irán o Afganistán no explica esta escasez de información. Cuando los periodistas ponen interés en una cuestión, no se ven disuadidos por restricciones gubernamentales. En Irán, por ejemplo, después de que la prensa norteamericana fuera expulsada al tercer mes de la crisis de los rehenes, los medios estadounidenses mantuvieron la cobertura casi sin interrupción a base de depender de particulares no estadounidenses. Y en el caso de Afganistán, está la ruta a pie desde Pakistán para cualquiera decidido a cubrir el conflicto. El nivel de interés americano en estos dos conflictos habría permanecido probablemente constante si un aliado como Francia hubiera respaldado militarmente al régimen iraquí o hubiera enviado armamento a los rebeldes afganos. Pero si Estados Unidos hubiera dado cualquiera de estos pasos, el interés se habría disparado - poniendo de manifiesto una vez más el hecho de que la implicación norteamericana es más noticia que el motivo de implicarse.
Repercusión internacional
El papel de los medios estadounidenses a la hora de modelar la opinión pública norteamericana e influenciar las políticas de Washington precisa de cierta elaboración, pero su impacto fuera del país es menos conocido. En gran medida, ellos marcan el programa del resto del mundo. Lo que recogen británicos o japoneses sí es noticia en unos cuantos países más, pero para que un suceso acaecido alcance la relevancia internacional, ha de estar por fuerza recogido en los principales conglomerados estadounidenses de prensa. Las crónicas informativas, no menos que los sopranos, han de triunfar en Nueva York. Con independencia de los protagonistas de la noticia, el sello estadounidense convierte una crónica en un suceso de interés mundial.
Así, el secuestro de la embajada de Teherán saltó a los titulares en todas partes por estar tan densamente cubierto en Estados Unidos. Dentro del propio Irán, la ocupación de la embajada cobró una relevancia mucho mayor a causa de la atención norteamericana. En contraste, cuando sesenta y seis checos fueron capturados por fuerzas de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola en marzo de 1983 en Angola, la cobertura informativa fuera de Checoslovaquia fue prácticamente nula. Preguntado por el contraste con la atención que se prestaba a los rehenes estadounidenses, Zdenek Porybny, editor de internacional de la principal cabecera de Checoslovaquia, el Rude Pravo, se quejaba del "egocentrismo de los medios estadounidenses de masas" y destacaba que un sólo estadounidense cautivo constituye una noticia de primer orden, "pero no sesenta y seis rehenes checos. Opinamos que si la prensa internacional fuera más activa, [la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola] habría puesto en libertad a los rehenes mucho antes".
El mundo entero es influenciado por la forma en que la prensa norteamericana cubre Oriente Medio. El énfasis desproporcionado en Israel y Estados Unidos se contagia también a otras regiones. Hasta los chinos - que carecen de cualquier interés histórico en Israel y están más inquietos por las acciones soviéticas que por las americanas - tienden a centrarse en Israel y Estados Unidos. Las propias poblaciones de Oriente Medio, de las que cabría esperar que tuvieran opiniones propias en cuestiones regionales, están profundamente influenciadas a través de su exposición a los medios estadounidenses; también ellas hablan en profundidad de los dos mismos temas.
En este sentido los medios no solamente cubren la información de Oriente Medio, también la crean. Semanas de atención a Sabra y Chatila agravaron una crisis para el gobierno de Israel. La escasez de atención a la invasión soviética de Afganistán ha ayudado a sentenciar a las fuerzas de oposición allí. Los motivos gemelos de preocupación de la prensa norteamericana han vuelto la atención de Estados Unidos, de sus aliados y de sus amistades de las grandes cuestiones a las pequeñas, y esto reviste numerosos efectos secundarios.
Para el historiador de Oriente Próximo, hay que prescindir de gran parte de lo que los medios convencionales consideran significativo. El historiador sabe discernir el diamante en bruto entre los materiales que facilitan los periodistas, pero ha de ignorar escrupulosamente su hincapié y sus interpretaciones, que tan a menudo resultan ir desencaminadas o peor.
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1988: Unas estadísticas sirven para confirmar que los periodistas estadounidenses siguen interesados principalmente en dos materias de Oriente Próximo - Israel y Estados Unidos: En enero de 1988, segundo mes de la intifada palestina, las tres televisiones norteamericanas dedicaron sorprendentes segmentos de los informativos de la noche a los acontecimientos de Cisjordania y la Franja de Gaza. Según la consultora neoyorquina A.D.T. Research, la ABC asignó 67 minutos a los palestinos y 5 minutos a la cuestión de la retirada soviética de Afganistán. La NBC les dedicó 50 minutos - y sólo 10 a los comités electorales presidenciales de Iowa. En la CBS, los mismos temas ocuparon sendos segmentos de 48 y 16 minutos, respectivamente.
17 de noviembre de 2009: Google News proporciona hoy un dramático ejemplo del protagonismo de Israel.
Las dos cuestiones destacadas en Google News el 17 de noviembre de 2009 se refieren a Israel. (Pinche para abrir una versión mayor). |