Nota del autor: El presente pasaje procede de la mitad de un capítulo que aduce que, en lo concerniente a las teorías conspirativas, "la izquierda tiene una presencia más nociva y mayor alcance que la derecha".
La sofisticación de la izquierda le permite explotar el conspiracionismo en un grado mayor que la derecha. El analista mundano e instruido no cae presa de tentaciones conspirativas con la misma honestidad que un bedel. Los brutos de la derecha parecen casi universalmente sinceros en su miedo a los judíos y los libremasones; los izquierdistas sofisticados carecen de la misma veracidad. Más bien parecen difundir teorías conspirativas como medio de impulsar su programa político; en un caso tras otro, el conspiracionismo satisface sus objetivos. A una escala mayor, si Hitler representa el conspiracionismo demencial, Stalin plasma algo directamente más diestro. El estado Nazi mantuvo el antisemitismo conspirativo como su verdad más elevada y lo desarrolló de la forma más resuelta, pero el estado soviético se valía del antiimperialismo de forma más instrumental, conservando cierto margen para suscitarlo o desactivarlo en función de que las circunstancias lo requirieran. Si los Nazis eran criaturas del conspiracionismo, los soviéticos eran sus amos.
La misma diferencia se aplica al contexto estadounidense, principalmente en el uso del conspiracionismo por parte de la izquierda en el asesinato de Kennedy, la Sorpresa de Octubre y el juicio de O. J. Simpson. La izquierda impulsa teorías conspirativas que explican de forma conveniente que dos de los cuatro presidentes Demócratas anteriores (John F. Kennedy y Jimmy Carter) dejaran su cargo a través de conspiraciones que la mayoría detestan.
El caso de Kennedy es notable por su calado teniendo en cuenta que el actor principal, Lee Harvey Oswald, era un izquierdista radical que se mudó a la Unión Soviética, renunció a su ciudadanía norteamericana, participaba en un grupo pro-Castro (el Comité de Justicia para Cuba) y casi asesina al General Edwin Walker, figura reconocida de la derecha. Pero la atención se desvió de Oswald poco después del crimen de Kennedy, gracias a la labor de una red de activistas de izquierdas (por ejemplo, Jim Garrison) y de escritores tanto famosos (Edward Jay Epstein, Mark Lane)[1] como desconocidos (Thomas Buchanan, Joachim Joesten, Sylvia Meagher, Harold Weisberg).[2]
Estos "asesinólogos" dan dos versiones. Una convierte a Oswald en un derechista radical ("Oswald estaría más cómodo con el Mein Kampf que con Das Kapital")[3] y su vida en una elaborada pantalla (el Justicia para Cuba se consideraba una fachada de la Inteligencia norteamericana). La otra versión de los hechos convierte a Oswald en una figura irrelevante al poner el acento en una gran conspiración, en el seno de la cual no era sino un peón sacrificable. La orientación política de Oswald, el móvil y las conexiones con la Inteligencia soviética prácticamente se esfuman, reemplazadas por temas que apuntan a otros implicados en el magnicidio. Los entusiastas del crimen plantean dudas a tenor del número de armas de fuego que fueron accionadas (hasta dieciséis) Posner 448, el número de disparos, su trayectoria y el número de proyectiles que alcanzaron a Kennedy. En el ínterin, señalan como cómplices de Oswald a una treintena de hombres armados. Esta profusión de cómplices aleja la atención de Oswald y la orienta hacia los artífices de esta enorme empresa.
Los sospechosos célebres incluyen a la CIA (porque Kennedy planearía clausurarla), a los cubanos anti-Castro (debido al fracaso de la invasión de Bahía Cochinos), a los bielorrusos (indignados con la mejora de las relaciones con la Unión Soviética), a la mafia (para detener la investigación del crimen organizado abierta por Robert Kennedy), al FBI (Hoover temería ser obligado a abandonar la administración), al conglomerado ejército-sector privado (que odiaba el Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares) a los Generales (decididos a detener la retirada de Vietnam), a los millonarios del crudo texano (para acallar los rumores de anulación de las costas petroleras), a la banca internacional (que rechazaba la política monetaria actual) y a Lyndon Johnson (que temería ser sacado de la lista electoral de 1964). A esta lista, los estadounidenses de color añaden la idea, todavía viva una generación más tarde, de que el Ku Klux Klan u otra organización supremacista blanca mató a Kennedy a causa de su postura a favor de los derechos civiles.
A medida que la polémica gira en torno a la identidad exacta de los conspiradores derechistas, las cifras en juego van creciendo paulatinamente ("sus reuniones habrían tenido que celebrarse en el Madison Square Garden"),[4] y el papel de Oswald pierde protagonismo. Algunas obras casi pasan por alto su existencia; otras le convierten en un chivo expiatorio. Gracias a los esfuerzos combinados de los escritores de izquierdas, destacaba Gerald Posner en 1993, "El debate ha dejado de ser si JFK fue asesinado por Lee Oswald en solitario o como parte de una conspiración — consiste en su lugar en ¿qué conspiración es la correcta?"[5]
Esta orgía de especulaciones parece todavía más artificial cuando se examina en el contexto de los demás asesinatos americanos recientes que no suscitaron el conspiracionismo. Robert F. Kennedy perdió la vida en junio de 1968 a manos de Sirján Bishara Sirján, un palestino oriundo de Jerusalén que retrató explícitamente su actuación como protesta contra las opiniones proisraelíes de Kennedy. Hacia esa fecha, el Fataj de Yasser Arafat ya se había creado una reputación internacional de terrorismo, de manera que Sirján habría podido ser considerado parte de una conspiración muy bien, pero no lo fue. Los estadounidenses le vieron actuando en solitario, sin ninguna relación con un grupo organizado, y mucho menos con una campaña concertada de intimidación.[6]
De igual forma, el intento de asesinato de John W. Hinckley, Jr. contra Ronald Reagan en 1981 despertó escasas especulaciones, aunque la grabación del tiroteo contiene destellos de luz sin explicación y la seguridad presidencial mira inicialmente en la dirección equivocada en busca del arma — posibles indicadores de la existencia de más de un asesino. Más curioso todavía es que el padre de Hinckley fuera presuntamente amigo del Vicepresidente George Bush, que habría sido el beneficiario directo de la muerte de Reagan. Lo más curioso es que el hermano de John Hinckley, Scott, tenía previsto cenar con el hijo de Bush, Neil, la misma noche de autos. Pero aun así estas conexiones no arrojaron sospechas sobre el vicepresidente.
El silencio que rodea a los episodios de RFK y Reagan apunta la naturaleza excepcional, y probablemente prefabricada, de las especulaciones en torno al magnicidio de JFK.
[1]. Edward Jay Epstein, Inquest: The Warren Commission and the Establishment of Truth (Nueva York: Viking Press, 1966); Mark Lane, Rush to Judgment: A Critique of the Warren Commission's Inquiry into the Murders of President John F. Kennedy, Officer J. D. Tippitt, and Lee Harvey Oswald (Nueva York: Holt, Rinehart and Winston, 1966).
[2]. Thomas C. Buchanan, Who Killed Kennedy? (Nueva York: G. P. Putnam, 1964); Joachim Joesten,Oswald: Assassin or Fall-Guy? (Nueva York: Marzani and Munsell, 1964); Sylvia Meagher, Accessories after the Fact: The Warren Commission, the Authorities, and the Report (Indianapolis: Bobbs-Merrill, 1967); and Harold Weisberg, Whitewash: The Report on the Warren Report (Hyattstown, Md.: n.p., 1965); ídem., Oswald in Nueva Orleans: Case of Conspiracy with the C.I.A. (Nueva York: Canyon Books, 1967); ídem., Photographic Whitewash: Suppressed Kennedy Assassination Pictures(Hyattstown, Md.: n.p., 1967).
[3]. Jim Garrison, citado por Gerald Posner en Case Closed: Lee Harvey Oswald and the Assassination of JFK (Nueva York: Random House, 1993), página 443.
[4]. Steven E. Ambrose, "Writers on the Grassy Knoll: A Reader's Guide," The New York Times Book Review, 2 de febrero de 1992.
[5]. Posner, Case Closed, p. x; Posner conviene en la esencia rudimentaria de este argumento en una conversación telefónica con el autor mantenida el 5 de diciembre de 1996.
[6]. Como refutación definiitva de los esfuerzos por vincular a Sirján con una conspiración, consulte Dan E. Moldea, The Killing of Robert F. Kennedy: An Investigation of Motive, Means and Opportunity (Nueva York: W. W. Norton, 1995), especialmente el capítulo 30.