Las fotografías recientes de Hafiz al-Asad, hombre fuerte de Siria, le muestran extremadamente delgado y débil. En realidad, Asad lleva enfermo desde finales de 1983 y su salud, a juzgar por las imágenes, manifiesta un deterioro constante. Esto plantea interrogantes relativos a Siria fallecido Asad. Quién le sigue y cuáles son las consecuencias.
Para los sirios, es cuestión de particular relevancia, dado que Asad ha reformado radicalmente su gobierno. Cuando llegó al poder en 1970, el país llevaba sufridas dos décadas de golpes anuales. Ninguna administración se había afianzado y el país acusaba una posición internacional débil. Asad puso fin a esta inestabilidad y debilidad, imponiendo un liderazgo firme a través de una infraestructura policial, brindando continuidad y convirtiendo Siria en actor de referencia en la política de Oriente Próximo.
De lo que se desprende desde fuera, Asad no ha elegido ningún sucesor; cuando fallezca, un buen número de actores relevantes se disputarán el gobierno. De ocurrir esto, habrá bastantes posibilidades de que la infraestructura de represión entera se derrumbe. La política siria volvería entonces a sus viejos derroteros, a medida que los oficiales protagonicen golpes y proliferen las facciones.
La interpretación de la dinámica política de Siria - y de las opciones probables tras Asad - significa resolver las relaciones étnicas de ese país. Las demás consideraciones - economía, conflicto con Israel, vínculos con la Unión Soviética - también importan, claro está, pero no tanto como el hecho de que Asad y casi toda la actual cúpula sean miembros de una minoría religiosa selecta y tradicionalmente menospreciada, los alauitas. Su administración despierta una profunda indignación entre la población siria mayoritaria, los musulmanes sunitas. Un debilitamiento grave del régimen podría conducir al restablecimiento del gobierno sunita y la transformación radical de la política siria.
Alienación de los sunitas
Los sunitas conforman alrededor del 90 por ciento de la mayoría de los musulmanes en todo el mundo, y representan casi el 69 por ciento de la población de Siria. Además, ostentan una larga tradición de poder político; los sunitas dan por descontado mandar. Cuando no lo hacen, normalmente surgen problemas.
Tradicionalmente, los sunitas llegaron a gobernar en Siria. Durante mucho tiempo constituyeron la clase terrateniente y poseían grandes negocios comerciales. Musulmanes sunitas ocuparon 9 de cada 10 puestos en la administración durante los años previos a 1914 y, a pesar de los esfuerzos de la potencia imperial francesa por negarles el derecho de sufragio, prácticamente conservaron este poder hasta la independencia en 1946. Con la independencia, fueron ellos los que heredaron la administración. Durante los cambios posteriores de gobierno y las cambiantes ideologías de los veinte años siguientes, los conservadores y acaudalados sunitas de Damasco y Alepo controlaban la capital.
Los alauitas se hicieron con el poder en 1966; el impacto de este acontecimiento no puede ser más relevante. Un alauita al frente de Siria fue una noticia sin precedentes que impactó a la mayoría de la población que venía monopolizando el poder durante muchos siglos. Significaba el final del dominio de la élite urbana sunita y la inversión de muchos postulados profundamente arraigados y de relaciones asentadas. La llegada al poder de esta minoría despreciada auguraba, como escribe Michael van Dusen, "la total ruina social, económica y política de la élite política tradicional siria". Van Dusen no exagera al llamar a este acontecimiento "el dato político más significativo de la historia y la política sirias del siglo XX".
Entre 1966 y 1970, los alauitas monopolizaron paulatinamente cargos militares y políticos clave, proceso que culminó con la llegada violenta al poder de Hafiz al-Asad en 1970. Asad se rodeó de miembros de su tributo y parentela; lo coparon todo, desde la seguridad personal a los altos cargos del Estado. En febrero de 1971, Asad dio un paso profundamente rechazado entre los sunitas al marginar al candidato sunita a jefe de estado y adjudicarse la presidencia.
Los alauitas han rentabilizado el régimen de Asad en muchos sentidos. Compensando antiguas discriminaciones, ahora disfrutan de oportunidades desproporcionadas en relación a sus filas. En 1988, por ejemplo, 97 de los 100 estudiantes enviados a la URSS desde la provincia de Tartús eran alauitas, 2 eran sunitas y 1 era cristiano. Según fuentes de la oposición, 286 de los 300 estudiantes de la escuela de artillería de Alepo en junio de 1979 tenían orígenes alauitas. Dicho favoritismo también posibilita que los alauitas copen y se hagan con el control de todas las instancias, no sólo las fuerzas armadas sino también la burocracia.
El grueso del gasto público viene concentrándose en Latakia, región más pobre de Siria y donde está afincada la mayoría alauita. Entre los grandes proyectos de inversión hay una red de transporte público, plantas industriales y canales de riego. El tercer centro universitario de Siria, Tishrín, se creó en el municipio de Latakia. El Estado adelantó el dinero para construir en Latakia un hotel de lujo de la cadena Meridien. Hasta la ayuda norteamericana se canaliza a Latakia.
Las contratas públicas han alumbrado una clase nueva entera - los alauitas pudientes. A instancias del Estado, los alauitas han impuesto su presencia en regiones de Siria en las que nunca se habían afincado con anterioridad. El gobierno Asad ha distinguido a los agricultores alauitas con grandes porciones de terreno fuera de Latakia, sobre todo en las provincias de Homs y Hama. Los alauitas se han mudado a las ciudades en gran número, y han pasado a ser la población mayoritaria de Homs. Trabajar para el Estado también ha desplazado a los alauitas por todas las regiones de Siria.
Los alauitas fueron tradicionalmente maltratados por la mayoría sunita, y su actual comportamiento se percibe de forma generalizada como venganza por siglos de vejaciones. Mutá Safadi, baazista, recuerda su experiencia en el penal de Mazza:
Había centenares de reclusos en Mazza tras el 18 de julio [de 1963, jornada de un golpe frustrado en Siria], y yo era uno de ellos. Todo el mundo recordará al alcaide, que daba carta blanca a la hora de torturar e interrogar. Durante cientos de noches, su escolta no se contuvo en el uso del látigo, la electricidad, los puñetazos o las bofetadas, o los insultos contra las confesiones con las fórmulas más perversas. A pesar de esto, los reclusos inteligentes entendieron el plan conspirativo. De esa manera se prohibieron odiar a todos los alauitas - aun cuando el alcaide era alauita, al igual que el líder del grupo de torturas. La mayor parte de sus ayudantes eran alauitas que manifestaban su alauismo vejando las creencias de los que estaban siendo torturados.
Veinte años más tarde, los no alauitas tenían más dificultades a la hora de contenerse. Riyad at-Turk, secretario del Partido Comunista de Siria, explica en 1983: "A nivel mental ya existen dos estados, sunita el uno y alauita el otro. Un veterano de 15 años de militancia nos abandonó para reunirse con su clan alauita... Hasta yo, comunista y marxista-leninista, experimento cierta desconfianza cuando veo un alauita. No todo el mundo manifiesta la contención de estos dos caballeros; el resentimiento contra los alauitas se ha vuelto realmente fuerte.
Interviene un círculo vicioso: Los árabes sunitas se sienten progresivamente alienados, de forma que los dirigentes cierran filas y dependen progresivamente más del apoyo alauita; y a medida que el régimen es representado por una casta con presencia alauita cada vez mayor, el descontento sunita se agrava. Al mismo tiempo, la necesidad de complacer a los alauitas desplaza al carácter ideológico del régimen. El nacionalismo panárabe prácticamente desaparece a medida que dar cabida a las inquietudes de los alauitas se convierte en el principal motivo de preocupación. Hacia mediados de los 70, el gobierno de Asad ha degenerado en un estado de favoritismo y arbitrariedad.
Además del control alauita del Estado y sus recursos, tres facetas concretas de la vida cotidiana bajo gobierno alauita indignan profundamente a los sunitas: el secularismo, el socialismo y la política exterior.
Las políticas laicistas, que instan a la exclusión del islam de la vida pública, son nefastas; condujeron, por ejemplo, a la abolición de las clases de islam en los centros escolares. Peor fue el hecho de que los alauitas fueran los que implantaban esta política. Muchos sunitas consideraron intolerable que los alauitas consideraran desfasado el islam y que denigraran sus prácticas.
El orden socialista daba preferencia a los alauitas y a otras poblaciones rurales al tiempo que ponía trabas a los comerciantes sunitas. El crecimiento del sector público era contrario a los capitalistas y alienó a la élite urbana tradicional. Los programas de nacionalización de 1965 en adelante destruyeron a las grandes familias sunitas de las ciudades sirias. Su objetivo fue formulado explícitamente por un funcionario alauita; uno habría explicado al parecer que el socialismo "nos permite empobrecer a la población de las ciudades y armonizar su estándar de vida con el de los habitantes de los pueblos… ¿Qué propiedad tenemos que podamos perder en la nacionalización? ¡Ninguna!"
Tres intervenciones externas también surtieron efectos secundarios en las relaciones entre minorías en el seno de Siria. Tres terrenos - el Líbano, Israel y la OLP - cobran importancia especial.
La alianza de Damasco con los maronitas contra los sunitas libaneses en 1976 despertó la indignación y el miedo entre los sunitas sirios, que respondieron concibiendo oscuras teorías conspirativas relativas a las intenciones de los alauitas. Sospechaban que los alauitas "unen sus fuerzas con las de los Cruzados maronitas contra los musulmanes libaneses. Acusaban a Asad de trabajar con los maronitas y los sionistas a la hora de enfrentarse a los sunitas. Los sunitas fundamentalistas vertían estas acusaciones - un predicador de Damasco atacó a los dirigentes por "irreverentes" en sus acciones en el Líbano y fue encarcelado - pero rápidamente se contagiaron a los sunitas de todo punto de vista.
La postura de Asad frente a Israel también dio problemas a nivel nacional. Antes de llegar al poder en 1966, los alauitas no mostraron ningún interés en el conflicto con Israel y a Asad se le ha acusado de albergar un febril insuficiente contra Israel. Al mismo tiempo, ha sido condenado de forma generalizada por las políticas anti-OLP. En palabras de los Estatutos del Frente Islámico en Siria: "Aunque la mayoría de los regímenes de la región adoptaron por costumbre las actuaciones contra el caso y la resistencia palestinos, el régimen sectario de Siria los desbancó a todos en su gratificación en este crimen". La Alianza Nacional para la Liberación de Siria acusó a Asad de "albergar una hostilidad febril hacia los árabes y el islam", y afirmó que "todos sus crímenes revierten en interés del enemigo sionista". Los Hermanos Musulmanes van más allá, al distinguir "una conspiración judeo-alauita internacional" contra los musulmanes sunitas en general y los palestinos en particular. Se llega a afirmar que "el acuerdo clandestino entre el régimen Asad y el enemigo sionista" sostiene la totalidad de la política exterior siria.
Con vistas a la jornada en que los alauitas pierdan el poder en Damasco, los sunitas están convencidos de que Asad estaría sentando las bases para escindir una parte de Siria para crear un estado independiente de dominio alauita. Un rumor afirma que preparan la región remota de Yazira (al noreste de Siria) como refugio. Otros vaticinan un futuro bastión alauita en la zona de Latakia a Tartús. Hay quien apunta un asentamiento de 40.000 alauitas en el municipio norlibanés de Trípoli como primer paso hacia un estado alauita ampliado siguiendo la costa mediterránea. Según Annie Laurent: "El día en que el riesgo obligue a la minoría alauita a retirarse a las montañas de las que salieron (al noroeste de Siria, siguiendo las costas mediterráneas), el estado alauita dejará de ser una hipótesis académica y Trípoli pasará a ser su extremo Sur. Yasir 'Arafat ha afirmado que los alauitas desplazados por el régimen sirio al norte del Líbano fueron trasladados desde Alejandreta, Turquía. El asentamiento de los alauitas en Hama tras la masacre registrada allí en febrero de 1982 se achaca a esta trama.
Las versiones que circulan entre los sunitas en relación a sus dirigentes alauitas parecerán implausibles al observador profano. Pero es justamente esto lo que hace tan volátiles las cosas: cualquier cosa puede crearse, nada parece demasiado extravagante a los sunitas.
La oposición de la Hermandad Musulmana
La agitación sunita empezó poco después de que los alauitas alcanzaran posiciones de poder. Desde el principio estuvo encabezada por los Hermanos Musulmanes y tuvo una orientación religiosa. Los Hermanos Musulmanes de Siria son una organización consagrada a crear un gobierno administrado según los principios del islam fundamentalista. Pero el hecho de que los sunitas consideren que los alauitas son no musulmanes se traduce en que sería prematuro intentar implantar las leyes islámicas en Siria; el primer objetivo sería más bien la eliminación de la administración alauita. Por tanto, el atractivo de los Hermanos Musulmanes reside en su capacidad de concentrar el clima anti-alauita - y no tiene que ver con su orientación fundamentalista. Los sunitas ingresan en los Hermanos porque ello les brinda la organización más grande y solvente a la hora de combatir la administración de los no musulmanes.
Dos pruebas concluyentes sustentan esta conclusión. En primer lugar, hay motivos para creer que una proporción importante de la cúpula de los Hermanos no sólo es musulmana no fundamentalista, sino que hasta sería ilegítima; así, un miembro arrepentido de los Hermanos Musulmanes, Ajmed al-Jundi, afirmó en una entrevista emitida en Siria que ni rezaba ni respetaba el ayuno del ramadán. En segundo lugar, la disposición de los Hermanos a trabajar con colectivos de izquierdas y otros grupos no fundamentalistas presentes en la Alianza Nacional para la Liberación de Siria - incluyendo a los baazistas pro-iraquíes y a los seguidores de Gamal Abdel Nasser - indica que su principal prioridad es destruir el régimen Asad, no imponer un ordenamiento islámico.
Las actividades de los Hermanos Musulmanes comenzaron en octubre de 1963, a las órdenes de Isam al-'Attar. Incidentes violentos comenzaron a registrarse dos meses más tarde, provocados por episodios como la destrucción de un ejemplar religioso a manos de un docente. Más amenazadores para el Estado fueron una serie de retos a principios de 1964, empezando por enfrentamientos entre estudiantes alauitas y sunitas en Banias y una huelga en Homs. Los problemas alcanzaron su apogeo en Hama, desatados con la detención de un estudiante por borrar lemas del Partido Baaz en una pizarra. Esto precipitó los disturbios, una huelga y el ataque a una mezquita que costó la vida a 60 sunitas por lo menos.
Los temores sunitas se agravaron con la consolidación del poder alauita tras el golpe de febrero de 1966. Estos temores explican la respuesta sunita a un artículo aparecido en la publicación castrense en abril de 1967 que condena al islam como obstáculo al avance del socialismo y " una momia del museo de historia". Enormes concentraciones se registraban en todos los municipios relevantes, conduciendo la detención de muchos líderes religiosos, a huelgas a gran escala y a importantes actos de desorden público.
El gobierno de Hafiz al-Asad surtió un efecto adverso sobre la oposición sunita. Asad se granjeó inicialmente el aperturismo de los sunitas aliviando presiones religiosas y económicas. Se relajaron las barreras comerciales (que afectaban principalmente a los comerciantes sunitas) y a la empresa privada se le permitía un mayor margen. Los terratenientes se sentían menos presionados y la clase alta de Damasco alcanzaba cargos de relevancia en el Estado. Los gobernantes alauitas hicieron lo posible por encajar, visitando mezquitas y hasta escenificando la peregrinación no obligatoria a la Meca. Enseguida renunciaron a la iniciativa de apartar de la constitución el islam. Los objetivos de la política exterior fueron rebajados y el ejército se despolitizó.
Pero el gobierno de Asad también cristalizaba la administración alauita y la hizo duradera. El paso del tiempo agravó el descontento sunita y la estabilidad de la administración Asad hipotecó la posibilidad de un cambio rápido, desatando el antagonismo musulmán sunita. Además, la vida cotidiana en Siria se volvió menos agradable a mediados de los 70. La economía acusó un desequilibrio entre la importación y la exportación, una fuga de cerebros, una creación de riqueza interna insuficiente, un gasto militar desproporcionado, la excesiva dependencia de los ingresos provenientes del crudo y el exceso de intervenciones públicas. Las injusticias sociales y la represión cultural crecieron en la misma medida. Efectivos sirios apoyaban a los maronitas del Líbano.
Los Hermanos Musulmanes pasaron a estar cada vez más activos contra lo que llamaban "el gobierno dictatorial y sectario del déspota Hafiz al- Asad". Lograron avances imponentes, por ejemplo, en los comicios locales de 1972. Durante las manifestaciones de 1973 contra el nuevo texto constitucional, los lemas instaban a poner fin al "poder alauita". Pero estas acciones no les llevaron lejos frente a la solidez del asentado régimen Asad. Así que, en septiembre de 1976, los Hermanos se plantaron iniciando una campaña de terror. Tres años después, su conflicto de guerrillas estaba cerca de deponer al régimen. La revuelta sunita alcanzó su apogeo con dos acontecimientos: la masacre de más de sesenta cadetes en junio de 1979 - alauitas casi todos - en una academia militar de Alepo, y el intento contra la vida del propio Asad en julio de 1980. No sin motivos, la prensa extranjera de aquellos meses exhibe titulares como "El tiempo de Asad se agota", "Régimen de Siria se desmorona" o "Incierto futuro el del régimen Asad".
Justo cuando parecía que el régimen se vendría abajo, Asad respondió con devastadora eficacia. Las iniciativas encaminadas a destruir la organización alcanzaron su apogeo a principios de 1982, cuando efectivos militares sirios intervenían en el municipio de Hama atacando las plazas de los Hermanos con artillería ligera, tanques, helicópteros militares y 12.000 efectivos (alauitas casi todos). Los soldados, que ni siquiera se concentraron en los afiliados a los Hermanos Musulmanes, mataron de forma indiscriminada a cerca de treinta mil árabes sunitas - la décima parte de los habitantes de Hama. Esta masacre puso punto y final al reto inmediato de los Hermanos Musulmanes y granjeó un nuevo punto de partida a los dirigentes. Los Hermanos vieron de primera mano lo que haría el régimen para protegerse con "acero, fuego, sogas y horcas", y los años siguientes fueron tranquilos.
Pero la oposición sunita no desapareció, sólo se volvió más cuidadosa y paciente. Escribiendo en 1983, Gérard Michaud advierte: "hoy parece que la maquinaria de represión ha triunfado a la hora de desmantelar el movimiento fundamentalista sirio. Pero ¿durante cuánto tiempo? ¡Y a qué precio!" De hecho, tras cuatro años de calma, los fundamentalistas comenzaron a atacar de nuevo al gobierno a principios de 1986.
Conclusión
Los sunitas tienen una larga lista de agravios contra el gobierno alauita. Rechazan el acopio de poder por parte de una minoría considerada social y religiosamente inferior. Acusan el socialismo que contrae su riqueza, las vejaciones del islam, los ataques a la OLP y lo que perciben como cooperación con sionistas y maronitas. Viven con el recuerdo de Hama y las demás masacres.
Esta hostilidad se ceba con la cúpula; de hecho, la oposición sunita de partida sigue siendo el problema más grande y acuciante del régimen Asad. Como minoría pequeña y dividida, los alauitas saben que no pueden gobernar indefinidamente en contra de los deseos de casi el 70 por ciento de la población. Además, tanto el lugar tradicional de los alauitas en la sociedad siria como la forma de medrar durante este siglo hacen probable que el poder alauita sea transitorio. Que los musulmanes sunitas consideren el gobierno alauita una aberración es probablemente un augurio para el futuro del poder político en Siria tan malo como otras cosas.
En el probable caso de que la élite en el poder se enfrente internamente a la muerte de Asad, la debilidad alauita podría brindar a los sunitas la buscada oportunidad de reafirmar su poder. La resentida mayoría de la población explotará a fondo cualquier traspié de los alauitas. Los efectos serán graves; como ha observado un analista: "a largo plazo, es muy peligroso para los alauitas. Si pierden su control, habrá un baño de sangre". Parece probable, por tanto, que la caída de Asad se acompañe de un cambio de régimen y de cambios profundos en la vida política siria.
13 de junio de 2011: Casi un cuarto de siglo más tarde, el escenario esbozado arriba, que "la resentida mayoría de la población [sunita] explotará a fondo cualquier traspiés de los alauitas", es algo que podría haber empezado a hacerse realidad. Anthony Shadid escribe en "Inestabilidad siria agita nuevos fantasmas de división sectaria más profunda" para el New York Times:
La recuperación de un municipio este fin de semana que venía alejándose de su control por parte del gobierno sirio está agravando las tensiones sectarias siguiendo una de las fracturas más volátiles del país: las relaciones entre la mayoría musulmana sunita y la secta minoritaria alauita a la que pertenece la familia del Presidente Bashar al-Assad, según funcionarios y residentes. Cada parte ofrece una letanía de denuncias de la otra, según entrevistas con refugiados, residentes y activistas, sugiriendo que, aun a pequeña escala, las enemistades se agravan en un país en el que el temor a la guerra civil es al mismo tiempo real y excusa para censurar a la disidencia...
La posibilidad [de enfrentamiento sectario] alarma a los extranjeros también, y viene siendo una razón de que Estados Unidos y los vecinos árabes se muestren en conjunto reacios a sacar al Presidente Assad. "La faceta sectaria, las divisiones y la animadversión están empeorando", decía un funcionario de la administración Obama en Washington, sin dar nombres. "No me parece que vayan a esfumarse", añade el funcionario. "Lo sucedido en el noroeste no hará sino endurecer las posturas alauitas, cerrarlos como colectivo y empeorar su desconfianza hacia los sunitas y viceversa. Ello no hará sino consolidar esta diferencia..."
En la región interior de Jisr al- Shoughour, zona mayoritaria sunita plaza en tiempos de la Hermandad Musulmana y conocida por su oposición a la familia Assad, las críticas se vierten contra los vecinos alauitas y los dirigentes sirios en la misma medida.
Hamza, un jornalero de 28 años que como la mayoría de los consultados no quiere dar su nombre de pila, afirma que algunos vecinos de Ishtabraq se han alistado en las fuerzas paramilitares de allí. Otro acusa al gobierno de armar a los vecinos alauitas, acusación muy presente. "La población de Jisr se conoce muy bien, y conocen a los habitantes que nos rodean y sabemos que estos aldeanos son alauitas de Ishtabraq", decía otro residente.
El artículo concluye con un sunita que afirma que "Los de este régimen nos obligan a odiar a los alauitas".