El visitante de Kuwáit se da cuenta en primer lugar de que prácticamente cualquier rastro de la invasión iraquí se ha esfumado. Con una prisa que sorprendió a todo el mundo, los kuwaitíes lograron hacer desaparecer cientos de oleoductos en llamas, recuperar miles de edificios y casas y retirar millones de minas terrestres. Las labores de limpieza y remodelación han sido tan integrales, que si no se supiera con antelación de la invasión iraquí, echando un vistazo no se diría que tuvo lugar. De hecho, en contados casos el Estado ha cancelado realmente las labores de reparación para salvar alguna prueba testimonio del desagradable salvajismo de la invasión.
Pero si Kuwáit ha vuelto externamente a su antiguo ser, interiormente es un lugar muy diferente. En palabras de un kuwaití durante la visita del mes pasado: "La invasión nos ha vuelto serios". Tiene razón. Antes de la invasión, los kuwaitíes llevaban vidas de sorprendente privilegio y hedonismo. Los ingresos del crudo aportaban el sustento de la buena vida y una administración pública sensata daba libertades a la población. Los kuwaitíes tenían mejores esperanzas que todos los demás exportadores de crudo, dado que la inteligente política de ahorro les proporcionaba intereses y dividendos al tiempo que sus homólogos de la OPEP bregaban con el abaratamiento del petróleo.
Parte de aquel privilegio sigue presente. En sentidos fundamentales, Kuwáit sigue siendo una sociedad de dos velocidades, los amos (léase los ciudadanos kuwaitíes) y los criados (todos los demás). Para los bastante afortunados para ser atendidos en lugar de servir, el dinero sigue siendo más que suficiente, aun no siendo ya lo que solía ser. El problema es que la invasión iraquí hizo pedazos el viejo supuesto de antaño de que el Estado se ocupaba de todo hijo de vecino. Muchos kuwaitíes antes satisfechos de vivir de sus sueldos públicos ahora quieren dinero en el extranjero en cuentas privadas. Con este fin, han de pelear comercialmente. Intuí esto directamente, cuando un agradable joven asignado por el gobierno para ayudarme en la visita se mostró ligeramente sobrecargado entre su restaurante, su concesionario automovilístico y ocuparse de mi visita.
Los kuwaitíes han cambiado profundamente sus opiniones del Estado y del mundo exterior. La familia Sabaj en el poder ha sido objeto de importantes críticas. Parte se refieren a la invasión: ¿Por qué había entregado Kuwáit a Irak más de 15.000 millones de dólares durante la década de los 80? ¿Por qué estaba tan aislado estratégicamente el país aquel 2 de agosto de 1990? ¿Por qué le pilló la invasión tan totalmente desprevenido? Las críticas también se amplían a otras cuestiones, destacando entre ellas la desaparición de alrededor de 5.000 millones de dólares en inversiones oficiales en España.
El restablecimiento del parlamento de Kuwáit hace algo más de un año proporciona un foro a este descontento. La jornada de enero en que observaba su sesión, los legisladores debatían la delicada cuestión de la imputación ministerial (es decir, cómo juzgar a los responsables del fiasco español) y el gobierno perdió la votación 39 a 0. La amarga animadversión de este pleno y la atención generalizada que se prestó ilustran dos ideas: Los kuwaitíes acusan la necesidad acuciante de encontrar la forma de ordenar su sociedad y el lugar de la familia en el poder en su seno; y las consideraciones nacionales dominan hoy el debate público.
De hecho, que los kuwaitíes no acusen una perentoria sensación de urgencia a propósito del mundo exterior sorprende bastante. Al ser consultados, prácticamente todos los kuwaitíes reconocen que Kuwáit sigue siendo rico y débil; que Irán e Irak siguen siendo países agresivos; y que los efectivos estadounidenses siguen siendo el único garante de la integridad de Kuwáit, de su misma existencia incluso. Pero las cuestiones nacionales absorben tanta atención, que sólo unas cuantas voces sofisticadas expresan preocupación por el mundo exterior.
A este respecto, los kuwaitíes recuerdan a los estadounidenses: ambas poblaciones han desviado su atención de las cuestiones externas para concentrarse en la reconstrucción de sus sociedades. La diferencia reside en que mientras los estadounidenses pueden permitirse tales ejercicios de reflexión, los kuwaitíes no. Me preocupa que la fascinación kuwaití por los asuntos nacionales exponga a su país, una vez más, a sus criminales vecinos.
Esta perspectiva me preocupa no sólo en interés de Kuwáit, sino del estadounidense. La resurrección de Kuwáit logra algo importante para los intereses estadounidenses. Kuwáit ingresó en la larga lista de países que disfrutan de una existencia libre gracias a los Estados Unidos de América. De forma expresa, Kuwáit es bastante irrelevante en comparación con los demás países que encajan en esta descripción - la totalidad de Europa, la antigua Unión Soviética, Japón, Corea del Sur, Taiwán e Israel - pero destaca al ser el primer país árabe dentro de la categoría.
Por tanto, representa una oportunidad extraordinaria Carente del acusado antiamericanismo que se encuentra en todos los demás países arabeparlantes, Kuwáit podría ser nuestro primer aliado árabe. Tenemos acuerdos tácticos con otros países (Arabia Saudí, Egipto), pero Kuwáit podría ser distinto - un aliado real con el que compartir valores y objetivos a largo plazo. A pesar de su pequeño tamaño y su reducida población, kuwaití tiene mucho que ofrecer: un emplazamiento crítico, un lugar destacado en el seno de la OPEP, una influencia cultural de referencia y un modelo político para sus vecinos.
El problema es que tanto kuwaitíes como estadounidenses han perdido interés entre sí por el momento. Ha llegado el momento de que ambos prestemos más atención al otro y cosechemos los muchos beneficios potenciales de una relación norteamericano-kuwaití más firme. Si no lo hacemos, lo pagaremos cuando el Golfo Pérsico inicie su siguiente ronda de problemas.