La pasada semana, cuando el congresista por Missouri Richard Gephardt retiró la candidatura de Salam Al-Marayati a la recién constituida Comisión Nacional del Terrorismo de 10 miembros que auspiciaba, dio un paso más importante de lo que pudo haber reparado. El cambio de opinión del secretario de la oposición en la Cámara representa la primera vez que una importante figura musulmana de América ha sido rechazada a consecuencia de sus políticas radicales. Con suerte, esto será un punto de inflexión; los musulmanes serán ahora objeto de los mismos controles políticos que todos los demás.
¿Quién es Salam Al-Marayati, y por qué son un problema sus opiniones? Nacido en Bagdad, Irak, en 1960, Al-Marayati vino a América con su familia en 1964. Estudió en la Universidad de California y trabajó como oficial ingeniero químico en el sector de los semiconductores. Llegando a la política como enlace de la comunidad musulmana con un concejal del consistorio de Los Ángeles, en 1988 ayudó a fundar y se convirtió en director del Consejo Musulmán de Relaciones Públicas. Además, Al-Marayati es miembro del Comité Ejecutivo del Partido Demócrata de California, y fue delegado por Clinton en la Convención Nacional Demócrata de 1966. Su mujer Laila también tiene una profesión en el sector público; el Presidente Clinton acaba de elegirla para formar parte de otro panel federal de reciente creación, la Comisión de Libertad Religiosa Internacional de los Estados Unidos. En resumen, Al-Marayati es uno de los líderes musulmanes más influyentes de América y un jugador emergente del terreno político.
El problema reside en que, como tantos otros líderes musulmanes norteamericanos, Al-Marayati oculta una agenda política fundamentalista en la que pocas personas parecen reparar o interesarse. He aquí tres elementos de su fundamentalismo: En primer lugar, se vale del patriotismo estadounidense para colar algunas de las facetas menos atractivas de la vida cotidiana en Oriente Próximo. En 1993 afirmó memorablemente que "Cuando Patrick Henry dijo 'Dame la libertad o quítame la vida', aquella intervención resumía la yihad [guerra santa islámica]". En 1996 realizó la observación inexacta y tonta de que "los defensores estadounidenses de la libertad hace cientos de años también fueron considerados terroristas por los británicos". La intención de Al-Marayati es evidente en esto: hacer del terrorismo y la yihad algo aceptable entre los estadounidenses.
En segundo lugar, Al-Marayati disculpa a los regímenes más repulsivos de Oriente Próximo y traza equivalencias morales entre América y ellos. En su opinión, Irak no es ni mejor ni peor que América: "El comportamiento de Saddam Hussein en el seno y en lo que respecta a Irak ha sido tachado de inclemente. Lo mismo puede decirse de la política norteamericana como resultado de su faceta reaccionaria". (Cómo puede decir cosas así Al-Marayati es un misterio cuando, como ha informado el Los Angeles Times, su primo en Irak "falleció a consecuencia de una enfermedad renal hace unos años por no poder recibir medicinas ni atención quirúrgica adecuada; varios parientes más han sido sometidos a torturas y han sido asesinados por oponerse" al régimen de Sadam).
En tercer lugar, Al-Marayati se hace el sueco hacia el terrorismo si pertenece a la persuasión musulmana fundamentalista (lo que no es una estupenda credencial viniendo de alguien que espera formar parte de una comisión de contraterrorismo). Véase el incidente de febrero de 1996 en el que un palestino llamado Mohammed Hamida profirió el grito de guerra fundamentalista Alaju Ajbar (Alá es grande) mientras empotraba su vehículo contra un autobús atestado en Jerusalén, matando a un israelí e hiriendo a otros 23. Antes de poder escapar o herir a alguien más, Hamida fue abatido a tiros. Comentando el suceso, Al-Marayati no dijo una palabra de la criminal acometida de Hamida sino que puso el acento en su lugar en la muerte de Hamida, que llamó "un acto de provocación", y exigió la extradición de su verdugo a América "para que sea juzgado en una sala norteamericana" bajo cargos de terrorismo".
Intervenciones así han granjeado con razón a Al-Marayati fama de ser "pro-terrorista", como escribe el columnista del New York Daily News Sidney Zión, y "un crítico obsesionado de Israel que alberga preocupantes simpatías por terroristas islámicos", según un editorial del New York Post. Pero en su mayor parte, políticos, periodistas y hasta ciertos activistas judíos han optado por pasar por alto esta desagradable trayectoria.
Con Al-Marayati fuera de la comisión de contraterrorismo, ¿quién ocupará su lugar? La idea del congresista Gephardt de incluir a un líder musulmán es excelente, y haría bien en encontrar a otro musulmán para ocupar la vacante. Pero debería de encontrar a alguien que, al igual que los demás miembros, condene frontalmente el terrorismo en lugar de justificarlo; que conozca los problemas en juego, y que suscriba opiniones políticas norteamericanas de amplia referencia. Estos requisitos, por desgracia, excluyen a la mayoría de los líderes musulmanes, que no son menos fundamentalistas que Al-Marayati; afortunadamente, hay dos candidatos excelentes a elegir por parte del secretario de la oposición.
Mohammed Hisham Kabbani, líder de la orden sufí Naqshbandi en Estados Unidos y fundador del Consejo Islámico Supremo de América, se ha establecido como portavoz de referencia del islam moderado y el anti-terrorismo. Kabbani se ganó sus credenciales por las bravas, plantando cara a casi todas las organizaciones musulmanas radicalizadas de América. Realizó una valiente intervención en el Departamento de Estado en enero de 1999 en la que destacaba con precisión que los fundamentalistas "se han hecho con más del 80% de las mezquitas" de América. Más de un centenar de mezquitas y organizaciones firmaron en respuesta a una petición de condena a Kabbani e instando a su boicot y el de su organización.
Riad Nachef, responsable de la Asociación de Proyectos Islámicos de Caridad, es otro candidato notoriamente idóneo al panel. Como secretario de un movimiento dinámico no fundamentalista que se desarrolló primero en el Líbano y que ahora cuenta con una creciente red en Norteamérica, forma parte de una organización que tiene gran experiencia de primera mano - demasiada, de hecho - con el terrorismo. (Dos de sus líderes fueron asesinados por rivales fundamentalistas en los últimos años). "Pancistas" es como describe Nachef a Al-Marayati y los demás responsables de organizaciones fundamentalistas. Y ellos no hacen más que devolver el favor. Cuando el nombre de Nachef surgió a la vez que por primera vez era propuesta la Comisión Nacional de Terrorismo por el congresista de Virginia Frank Wolf, suscitó respuestas vivamente hostiles entre organizaciones fundamentalistas como el Consejo de Relaciones Islámico-Norteamericanas.
Así que, a como dé lugar, hay que incluir a musulmanes en la comisión, como en todas las instituciones de la vida pública norteamericana; pero hay que cerciorarse de que aceptan las premisas básicas de este país.