Dos leones cenan en Oriente Próximo. Uno de ellos, Saddam Hussein, captó de forma ruidosa la atención mundial el 2 de agosto cuando mordió Kuwáit y lo tragó de un único bocado de cuatro horas. Luego, el 13 de octubre, el otro felino, el sirio Hafiz al-Asad, se sirvió discretamente Beirut Oriental y acabó así el plato principal de su almuerzo libanés de 15 años.
Los íntimos de los déspotas de Oriente Próximo llevan tiempo observando que Assad es un político mucho más sibilino que Saddam Hussein. Hace uso de la violencia solamente para obtener un objetivo concreto, no por placer personal en ello; en contraste, Saddam Hussein se regodea en la crueldad y la brutalidad. No sorprende por tanto que mientras la agresión iraquí dio lugar a una coalición internacional sin precedentes en oposición, la siria se llevó a cabo sin que nadie del mundo exterior llegara a protestar. Esto sugiere que si bien la conquista grosera de su pequeño aliado por parte de Saddam Hussein probablemente fracase, la estudiada y paciente campaña de Assad por tener a su servicio el Líbano triunfará casi seguro.
No faltan razones para creer que su sucesor en el Líbano satisfará el apetito de Assad. Por esta razón es importante, aun en medio de la crisis de Kuwáit, ampliar nuestra atención hasta los acontecimientos que tienen lugar a unos cuantos cientos de kilómetros al oeste y ver que Hafiz al-Asad aprovecha este tiempo de trepidación para realizar cambios más extendidos en el levante.
Solamente captando el impacto potencial a largo plazo de los logros de Assad en el Líbano, Estados Unidos puede esperar formular una política inteligente. Las cosas cambian con rapidez: Efectivos regulares estadounidenses y sirios se despliegan de forma coordinada en Arabia Saudí; y los sirios votaron el jueves contra una resolución de la Liga Árabe que condenaba a Estados Unidos. ¿Es buena idea esta emergente asociación entre los dos países?
En principio, no hay razón para no cooperar con el régimen Assad. Si pudimos aliarnos con Stalin para combatir a Hitler, podemos unirnos a Assad para combatir a Saddam Hussein. A pesar de sus muchas diferencias, los dos bandos comparten un objetivo común en la cuestión del momento, la necesidad de deponer a Saddam Hussein. De hecho, el inminente enfrentamiento en el Golfo Pérsico es tan importante que casi todo lo demás de la región, incluyendo el precio del crudo, el futuro de la monarquía saudí, el conflicto árabe-israelí, las relaciones entre Israel y Estados Unidos y la propia Gran Siria pende del resultado de esa confrontación.
Pero también hay problemas potenciales, relacionados con el hecho de que los líderes estadounidenses tienden a olvidar que una alianza táctica no es una alianza estratégica. Cuando el otro gobierno no comparte ni valores y objetivos con nosotros, la alianza ha de considerarse estrictamente limitada a los terrenos de interés común. Por desgracia, los estadounidenses dotan a menudo de facetas románticas esa clase de relaciones y a continuación terminan realizando concesiones innecesarias. A causa de expectativas irreales, Franklin Delano Roosevelt prestó servicios incómodos para Stalin, y Richard Nixon hizo lo propio tanto con la URSS como con la República Popular de China. Más recientemente, la administración Bush siguió intentando dialogar con Saddam Hussein mucho tiempo después de haber finalizado la amenaza iraní a la región.
La clave de las relaciones con Damasco es pues recordar dos ideas: Las incursiones sirias en el Líbano entre otros lugares son secundarias con respecto a una coalición fuerte contra Saddam Hussein; pero esos turbios precedentes de Assad no le hacen idóneo para ser más que un aliado temporal y táctico de los Estados Unidos.
Dos ideologías bien conocidas han dominado durante mucho tiempo la forma de interpretar Oriente Próximo de los estadounidenses. El nacionalismo pan-árabe sostiene que las poblaciones arabeparlantes de Marruecos a Irak constituyen una única nación, y en última instancia lucha por unir todos esos países bajo un único gobierno. En contraste, el nacionalismo palestino considera Palestina una unidad solvente y por tanto pretende establecer un estado palestino independiente.
También hay una tercera ideología en el Oriente Próximo árabe, que no ha cobrado menos importancia durante el siglo XX, y es el nacionalismo pan-sirio. Los nacionalistas pan-sirios hacen hincapié en el papel de un país sirio diferente de un país árabe o un estado palestino, que consideran se extendería (como mínimo) de las fronteras de Turquía hasta las de Arabia Saudí. Esta región, comúnmente conocida como la Gran Siria, incluye la república siria, el Líbano, Israel y Jordania. Versiones más ambiciosas de la Gran Siria incluyen también la Península del Sinaí, zonas de Turquía, Chipre e incluso Irak.
Desde tiempos bíblicos hasta 1920, Siria ha significado siempre este rectángulo grande e irregular, para poblaciones occidentales y de Oriente Próximo por igual. Un escritor egipcio de principios del XIX se refiere a una persona oriunda de El Arish (norte de la Península del Sinaí) como un sirio; la Universidad Americana de Beirut nació como Academia Protestante Siria; y así otros casos. Si bien la Gran Siria sí describe una región de considerable cohesión cultural y geográfica, nunca ha constituido el sustrato de un país, sea en tiempos antiguos o modernos.
El nuevo territorio más reducido con ese nombre sólo nació después de la Primera Guerra Mundial, cuando británicos y franceses se repartieron Oriente Próximo según sus objetivos. En el ínterin, alumbraron todos los países que hoy existen en el levante. Pero justamente a causa de lo arbitrario de esos repartos, muchas de las poblaciones naturales se les opusieron y reivindicaron entidades más significativas.
La Gran Siria fue probablemente la más atractiva con diferencia de esas entidades, y el nacionalismo pan-sirio fue la fuerza nacionalista más poderosa de Oriente Próximo hasta 1950 más o menos. El monarca Abdalaj de Jordania dedicó su carrera a la Gran Siria. Una gran cantidad de políticos, incluyendo al rey Faisal iraquí, al muftí de Jerusalén Amín al-Husayni o al autor pan-arabista George Antonius apoyaron este enfoque, al igual que un buen número de formaciones políticas. La Gran Siria atrajo la atención favorable de occidentales tales como Arnold Toynbee o Winston Churchill. En resumen, el nacionalismo pan-sirio dominó el debate de aquella era igual que hoy domina el nacionalismo palestino.
Pero la ideología se esfumó. Para cuando Hafiz al-Asad llegó al poder hace casi exactamente 20 años, en noviembre de 1970, el nacionalismo pan-sirio estaba en las últimas. No había motivos para esperar que Assad, nacionalista pan-árabe desde joven, fuera a impulsar la noción antitética de la Gran Siria. Pero lo hizo, por motivos relacionados con la frustración con la Siria moderna, la evolución de la ideología del Partido Baaz y los antecedentes sectarios de Assad. En el ínterin, abandonó en la práctica el sueño ambicioso de gobernar una única entidad política árabe desde el Océano Atlántico al Golfo Pérsico, sustituyéndolo con el objetivo mucho más factible de la Gran Siria.
Para alcanzar este objetivo, Assad no se apoya en medios tan rudimentarios y censurables como tumbar fronteras o anexionarse países enteros. Es demasiado sibilino para eso. Muy al contrario, él practica un proceso sutil de adquirir influencia a base de despertar una oposición mínima; le gusta particularmente hacer esto a base de doblegar la voluntad de las instituciones asentadas (como el parlamento libanés).
En términos operativos, Assad ha emprendido tres iniciativas diferentes encaminadas a ampliar la influencia siria progresivamente hasta la Gran Siria. De cara a Jordania, se ha satisfecho cerciorándose de que el rey Hussein presta gran atención a los deseos sirios y no hace nada por perjudicar a sus intereses. De cara a Israel, sigue una política en dos vertientes consistente en plantar cara al estado judío a nivel militar y buscar la forma de dominar al movimiento palestino a nivel político. De cara al Líbano, saca tajada pacientemente de las oportunidades alumbradas por las rivalidades étnicas y religiosas para hacerse gradualmente con el control de cada vez más territorio. Lo más imponente es que normalmente se encuentra a alguien que le invita a morder otro trozo del Líbano.
La sensación de que Siria y el Líbano deben ser una entidad única ha suscitado muchas iniciativas por unir las dos entidades desde que los franceses crearon el Líbano moderno en 1920. Los políticos sirios han realizado llamamientos de manera reiterada a que el Líbano se integre en su propio país. En 1926, por ejemplo, el responsable del estado sirio pedía "una entidad Siria única con libre acceso al mar", refiriéndose a la absorción del Líbano. Veinte años más tarde, un diplomático sirio anunciaba que "Siria, el Líbano, Palestina y Jordania están divididos por fronteras artificiales".
Pero el deseo de unidad no es en absoluto unidireccional; muchos libaneses también aspiran a ingresar en Siria. En 1923, un grupo de musulmanes libaneses tachó de "demencial" distinguir entre Siria y el Líbano, y exigía "agregarse a Siria en un sustrato centralizado". Unos años más tarde, otro colectivo libanés instaba a "un país que pueda hacer vibrar nuestros corazones", aludiendo a la unión con Siria. Pero la iniciativa más importante de esta naturaleza es el Partido Social Nacionalista sirio, fundado en 1932 por un libanés y dedicado principalmente a hacer de Siria y el Líbano un país único. Casi sesenta años más tarde, la formación sigue existiendo y sigue trabajando con esta idea.
Como pasa con todo lo demás en el Líbano, las posturas hacia la unión con Siria han afectado fuertemente a las afiliaciones religiosas. Si los musulmanes sunitas y los griegos ortodoxos cristianos han sido los más deseosos de pasar a ser sirios, los maronitas y los católicos francófilos en cuyo nombre los administradores franceses crearon un Líbano independiente al principio fueron de forma consistente los menos complacidos con la perspectiva de ser incorporados a una Siria de dominio musulmán.
La campaña de Assad por hacerse con el control del Líbano empezó al poco de llegar al poder. Ya en agosto de 1972 anunció que "Siria y el Líbano son un único país. Somos más que hermanos". Con un matiz más amenazante, su ministro de información afirmaba en enero de 1975 que "El Líbano no va a escapar de la deseada unidad entre Siria y el Líbano". Pero los verdaderos esfuerzos por controlar el Líbano sólo comenzaron después del inicio de la guerra civil libanesa de abril de 1975. No sólo los políticos sirios elevaban el tono de su retórica ("El Líbano era parte de Siria y lo vamos a recuperar"); también jugaron al juego de las afiliaciones étnicas y minoritarias en el Líbano en su favor, construyendo y rompiendo alianzas tácticas con las milicias libanesas. Un mes, por ejemplo, combatían con los maronitas contra sus propios amigos palestinos; al mes siguiente cambiaban felices de idea.
Cuando ni siquiera estas maniobras granjearon a Assad la hegemonía del Líbano, despachó a las fuerzas armadas sirias en junio de 1976. Hasta la fecha, hay unos 40.000 efectivos regulares sirios destacados en el Líbano. Hacia 1980 venía a controlar las dos terceras partes del territorio libanés. Pero por grande y prolífico que sea, este ejército no podía pacificar el país entero, dado que los libaneses están fuertemente armados y bien organizados en milicias. El tercio ajeno a su control incluía Beirut y el enclave maronita del este y el norte de Beirut.
Para contener al enemigo sirio, los líderes maronitas se apoyaron en una cadena de alianzas extranjeras a principios de los 80. Francia, protector tradicional, vino primero, acompañado de Israel y luego de Estados Unidos. Cuando todos demostraron ser demasiado endebles para competir en el virulento clima libanés, los maronitas se conformaron con un aliado que era por lo menos igual de duro que Assad: Saddam Hussein. La conexión bagdadí paso a ser especialmente importante en 1988, cuando finalizó la guerra irano-iraquí. Liberado de este mortal problema, Saddam Hussein encontró el tiempo y los recursos para complicar la vida de su otrora rival, Hafiz al-Asad; y en Michel Aoun (pronunciado Aún), nuevo hombre fuerte maronita, encontró a un líder violento, audaz y sin escrúpulos a su imagen.
El apoyo iraquí a Aoun aparentaba que los sirios se habían topado finalmente con la horma de su zapato, y que el sueño de Assad de controlar la totalidad del Líbano podría aplazarse muchos años. Pero entonces la invasión de Kuwáit por parte de Saddam Hussein alteró la ecuación de forma radical. Frente a una fuerza internacional de intervención en su frontera sur y un enorme ejército más allá, no podía seguir adelante con su entretenimiento libanés.
Assad respondió a la tesitura de Saddam Hussein como el cerebro ajedrecista que es. En primer lugar envió efectivos militares a Arabia Saudí para combatir cualquier crítica de sus nuevos aliados occidentales. (Parece que el Secretario de Estado James Baker habría trasladado el visto bueno estadounidense a un avance sirio en el Líbano; pero podría no haber sido necesario, dado que ninguna potencia occidental ha movido un dedo por el Líbano desde que efectivos estadounidenses e israelíes abandonaran la región de Beirut en 1984 y 1985 respectivamente). Luego Assad envió tanques al Líbano a aplastar la resistencia maronita de una vez por todas. Privadas de apoyo exterior, las fuerzas de Aoun cayeron a las pocas jornadas. Los sirios establecieron entonces su control cometiendo atrocidades comparables a las cometidas por los iraquíes en Kuwáit, como un león de Oriente Próximo anticipando sustanciales placeres.
Desaparecido Aoun, la iniciativa infinitamente paciente de Assad por ampliar al Líbano la Gran Siria ha logrado una victoria importante. Parece que Assad se ha hecho finalmente con su buscada hegemonía sobre el Líbano. No va a renunciar a este premio a corto plazo. Un libanés era citado diciendo de los sirios hace unos días que "Nuestros invitados han llegado para quedarse para siempre". Podría estar en lo cierto.
Esto no significa que el Líbano se haya pacificado, dado que no lo está y podría no estarlo en muchos años. El país sigue estando fuertemente armado y Assad tiene muchos enemigos, entre los chiítas radicales fundamentalistas en especial. Aun de esta manera, es difícil ver de dónde va a salir una fuerza poderosa organizada que desafíe su control.
Por ahora, la victoria siria ha tenido repercusiones menores. No ha marcado la vida cultural beirutí, hecha ya pedazos. No altera de forma apreciable el equilibrio de poderes entre Israel y Siria. Podría representar una etapa en la finalización de la guerra civil libanesa, pero ese conflicto se prolonga durante demasiado tiempo para que alguien se ponga a predecir que acabará enseguida. Moscú no va a crear un nuevo puerto en Beirut.
La victoria en el Líbano tampoco supone el inicio de la agresividad siria. La economía siria está tocada y los aliados soviéticos y de Europa Oriental ya no están interesados en la zona como antes. Además, la conquista de Kuwáit por parte de Saddam Hussein ha pasado a Assad una factura elevada con respecto a Jordania y los palestinos. Durante cinco años, el rey Hussein había sido un vecino obediente, siempre atento a no ponerse en contra a Assad de palabra o actuación. Pero ahora tiene más miedo a Bagdad que a Damasco, y Jordania se ha convertido en un aliado fiel de Saddam Hussein. Los muchos grupos palestinos afincados en territorio bajo control sirio o que deben lealtad a Assad se han pasado de forma fulminante al bando iraquí. A corto plazo, la invasión de Kuwáit plantea un maridaje a Assad entre oportunidades y peligros.
La retirada de Aoun es importante a largo plazo, no obstante. Tras quince años de iniciativa pan-siria, supone el primer logro tangible de Assad. La Gran Siria pasa ahora del ámbito de las intenciones al de las realidades. Al llegar en un momento en que el futuro de Oriente Próximo es muy cuestionado, esto augura un papel más activo para Damasco. Si la monarquía jordana se derrumba o el país se convierte en un camposanto iraquí o israelí, Assad estará allí desde luego, entre dos archienemigos, conspirando para tener a su servicio una segunda parte de la Gran Siria. Lo mismo puede decirse de los palestinos. Si Saddam Hussein sale mal parado en los próximos meses, Assad buscará sin duda formas de recuperarlos, permanentemente esta vez quizá.
Por estos motivos, la derrota de Aoun supone algo más que un simple giro en la guerra civil sin fin del Líbano. Apunta un paso importante hacia la materialización de una de las ideologías nacionalistas de Oriente Próximo más antiguas y más longevas. Si las cosas salen bien en el Golfo Pérsico y la salud de Assad no se resiente, podría no ser el último.