Con el óbito del Presidente de Siria Hafez al-Assad la mañana del sábado [10 junio], un titán de la política de Oriente Próximo abandona las tablas tras casi 30 años en el poder. Su marcha se traduce en que las posibilidades de democracia en el seno de Siria y de reconciliación con sus vecinos son hoy mucho mayores.
Assad tuvo un impacto profundo en el levante desde que llegó al poder en noviembre de 1970. Imponiendo un estado policial en Siria, estabilizó un país que venía siendo el más volátil del mundo. El abandono por su parte del nacionalismo panárabe ayudó a transformar el clima ideológico de Oriente Próximo. Su decidido hincapié en conservar el poder transformó Siria en un peso pesado militar durante la primera mitad de su gobierno, alterando así el equilibrio de poderes de la región, reformando el Líbano y prolongando el conflicto árabe-israelí.
Claramente, su detención tendrá un enorme impacto sobre Siria y revestirá implicaciones de peso de cara a las negociaciones árabe israelíes, la ocupación siria del Líbano y otros aspectos de la política de Oriente Próximo.
Antes de que Assad llegara al poder en noviembre de 1970, Siria venía sufriendo una cadena sin fin de golpes de estado. Ningún gobernante había logrado establecerse con garantías. De hecho, un análisis global de la estabilidad de los líderes políticos en la horquilla entre 1945 y 1961 situaba a Siria en los últimos puestos entre los 87 países estudiados. El régimen practicaba una variante de izquierdismo romántico completamente irrelevante de cara a sus problemas reales. Los efectivos sirios lo sabían todo de derrocar a los líderes de Damasco y muy poco de combatir en el campo de batalla (como quedó en evidencia en su innoble actuación en 1967 contra Israel).
Assad transformó esta república bananera de Oriente Próximo en un estado policial estable de corte Brezhnev. Su consolidación en el poder dio finalmente a Siria cierta continuidad administrativa. Sus ayudantes y él dominaron Siria con puño de hierro y tomaron decisiones vitales por 15 millones de súbditos. Assad dirigió 15 agencias policiales secretas diferentes y controlaba de manera estricta cualquier cosa que tuviera que ver con el ejército o la Inteligencia. Se decía que dos camellos no podían encontrarse en Siria sin que el presidente tuviera conocimiento de ello.
Además, contra toda probabilidad, las dotes políticas de Assad hicieron de Siria un influyente de Oriente Próximo. Antes de 1970, este país díscolo e inestable ocupaba una posición internacional débil; Bagdad y El Cairo se disputaban activamente el papel de referencia por delante de Damasco. Desde entonces, Siria se ha transformado en un líder regional, dominado el Líbano y ejercido enorme influencia sobre el gobierno de Jordania. Pero el conflicto árabe-israelí es el que mejor pone de manifiesto su influencia. Hasta que los sirios no accedan a cerrar el conflicto con Israel, no hay ninguna probabilidad de que este conflicto centenario llegue a puerto.
A pesar de los logros de Assad, la gestión siria sigue estando muy en el aire. Reste su mano firme, y - como en el antiguo bloque soviético - los problemas se manifiestan. El fracaso del socialismo, la militarización de la sociedad, la inestabilidad política o la brecha entre sunitas y alauitas, todo generará probablemente futuros problemas.
Assad siguió a sus aliados soviéticos por el camino de las consecuencias catastróficas. Damasco ha seguido su propia variante de socialismo impuesto desde el Estado, y la economía centralizada resultante ha sido una catástrofe para los sectores agrícola, industrial y comercial. La nacionalización rebajó la producción como era de esperar, contrajo la calidad, expandió la burocracia y obstaculizó la distribución. El PIB sigue estancado en la lánguida cota de los 900 dólares anuales y el estándar de vida recuerda más al país africano típico que a un país de Oriente Próximo.
Tras décadas de administración militar, Siria se ha convertido en un país dominado por inquietudes militares. La proporción de la población activa que trabaja para el ejército se ha triplicado, de rondar el 6% hasta el 18%. Los intereses militares marcan la jerarquía social de Siria. Los militares de alto rango son aristócratas en Siria, y pobre de quien se cruce en su camino. Un ejército desproporcionado alienta una política exterior agresiva, pasa factura a la economía siria y genera problemas sociales.
Aquellos factores que hacían débil a Siria antes de llegar al poder Assad - una identidad nacional frágil, una legitimidad gubernamental mínima, una herencia de dictadura militar, hostilidad hacia los foráneos, debilidad por las ideologías radicales y rechazo a las circunstancias - siguen vigentes. Como los líderes del bloque soviético, Assad alcanzó la estabilidad reprimiendo problemas, no resolviéndolos. Cuando la policía estatal desaparezca, las hostilidades de los años anteriores se reanudarán, y probablemente con rencor enconado. La muerte de Assad amenaza así con devolver al país a sus antiguos vicios.
Que Assad y los líderes clave de su larga gestión sean todos miembros de la comunidad alauita, una minoría religiosa reducida y tradicionalmente despreciada, ha desatado un resentimiento profundo entre la población mayoritaria siria, musulmanes sunitas arabeparlantes. La intensidad de las tensiones entre minorías se impone a todas las demás inquietudes políticas.
Los sunitas consideran repugnante la llegada al poder alauita en 1966. Acusaban la gestión pública, dado que el socialismo contrajo su patrimonio, el ateísmo insultaba a su religión, la administración alauita destruía el viejo sistema de patronazgo y el control autoritario significaba borrar la expresión política. Naturalmente, los sunitas pasaron a la oposición, obligando a las autoridades a mantener un control autoritario del país; la vida cotidiana de la ciudadanía se desarrolla totalmente en el contexto de la visión del Estado.
¿Podrá seguir en el poder el actual régimen desaparecido Assad o no? ¿La estabilidad o el malestar son muy probables? El hijo de Assad, Bashar, un oftalmólogo de 34 años de edad, ha adquirido posición y experiencia con premura, pero es un novato que ni siquiera es lo bastante mayor para suceder a su padre. Los veteranos - políticos, militares y miembros de la familia en el poder - intentarán desplazarle sin duda - y sobre todo su tío Rifat al-Assad.
Si bien no podemos predecir el resultado exacto de la defunción de Assad, podemos aventurarnos a hacer varias predicciones. En primer lugar, tanto si el destino de Siria es la estabilidad o la agitación, la oposición sunita fundamentada seguirá siendo el problema más urgente y más grande del régimen Asad. Más en general, las diferencias étnicas y religiosas seguirán moviendo la política siria. La toma alauita del poder sólo consolida y agrava viejos prejuicios, garantizando su vitalidad durante muchos años.
En segundo lugar, la lucha prolongada y cotidiana por abandonar el control alauita seguirá marcando las posturas sunnitas. En concreto, facilitará que los sunitas busquen a líderes religiosos y soluciones religiosas.
En tercero, Assad ha jugado una mano magistral de paciencia y aptitudes; es prácticamente inconcebible que su sucesor sepa desenvolverse igual de bien. Por primera vez en una generación, los vecinos podrían volver a intervenir en Damasco. Una Siria débil facilita las tensiones por todo el levante. En particular, Israel encuentra a su principal rival militar enormemente debilitado. El Líbano empezaría a salir de la ocupación siria.
La muerte de Assad revestirá repercusiones en gran parte de Oriente Próximo. La ausencia de este gobernante fuerte inicialmente desestabilizará probablemente tanto a Siria como a la región. A largo plazo, sin embargo, la mayoría de los sirios y la mayor parte de los países vecinos saldrán ganando con la desaparición de este autócrata brutal y ambicioso.