Al declarar su propia guerra contra el terrorismo la semana pasada, el Primer Ministro de Israel Ariel Sharon hizo una sorprendente denuncia. Dijo que Yasser Arafat, el líder Palestino, "es responsable de todo cuanto sucede aquí", una referencia al impacto de cuatro operaciones suicidas que acababan de dejar 26 Israelíes muertos y unos 200 heridos.
A lo que uno se preguntará razonablemente: ¿Por qué culpa a Arafat?.
Nadie culpa al Presidente Bush de la catástrofe del 11 de Septiembre o a otros políticos del terrorismo que aparece en su terreno. ¿Por qué debería ser distinto con Arafat?. ¿No es Sharon injusto?.
Miremos la evidencia.
Cada investigación en los atentados suicidas Palestinos, y especialmente el destacable informe de Nasra Hassan en un número reciente del The New Yorker, encuentra que éstos no suceden espontáneamente sino solamente como resultado de una infraestructura grande y sofisticada.
Esta infraestructura existe por una razón: para hacer que hombres normales deseen morir. Al prohibir la ley Islámica el suicidio, un suicida no puede ser reclutado para ir en una misión. Algo, es (perversamente) necesario para enviar solamente a los que no sean suicidas.
La Jihad Islámica, organización que junto con Hamas entrena a los terroristas suicida, explica: "no cogemos a gente presionada. Si hubiera una posibilidad entre mil de que una persona fuera suicida, no le permitiríamos que se martirizase. Para ser un terrorista mártir, tienes que desear vivir". La misma extraña lógica se aplica a Hamas, que rechaza a cualquiera "que cometa suicidio porque odie el mundo".
Convencer a individuos sanos de que se vuelen en pedazos no es fácil obviamente, sino que requiere ideas e instituciones. En proceso comienza con el adoctrinamiento de la Autoridad Palestina (AP) que inculca dos cosas a su población, comenzando con los niños: odio a los Judíos y amor a la muerte. Los planes de estudios, actividades de campamentos, programación de TV y adoctrinamiento religioso, todo retrata a los Israelíes de una manera al estilo Nazi, como seres sub-humanos dignos de matarse; y entonces desaprueban el instinto de auto conservación, diciendo a gente joven impresionable que sacrificar sus vidas es la más noble de todas las metas.
El sistema funciona: Hassan informa que "hordas de hombres jóvenes" claman ser enviados a su propia destrucción. Hamas y la Jihad Islámica han establecido un proceso de selección que se basa en las mezquitas, donde "una juventud notablemente entusiasta" lista para el martirio se hace notar por los clérigos que les recomiendan para la selección.
Los que dan el paso entran en un régimen prolongado, altamente supervisado, y disciplinado de estudios del espirituales y entrenamiento semi militar. Se enseña a estos adeptos a ver las operaciones suicidas como una manera de "abrir la puerta al Paraíso" para ellos mismos y para sus familias. "Me encanta el martirio" dice uno de los tales "mártires vivientes".
Momentos antes de partir a un atentado, los hombres comienzan preparativos exquisitamente piadosas (las abluciones, ropa limpia, servicio comunal de rezo. Sus muertes son celebradas por Hamas o la Jihad Islámica orquestando un funeral festivo de celebración ("como si fuera una boda", observa Hassan) y distribuyendo cintas de video con una declaración más allá de la tumba. Las organizaciones que patrocinan se cercioran después de que la familia recibe privilegios sociales y recompensas financieras.
Estos hechos nos dicen tres cosas: Los asesinos suicidas militantes Islámicos no nacen; se hacen. Al igual que los cuatro secuestradores suicidas del 11 de Septiembre, los cuatro atentados casi simultáneos en Israel la semana pasada fueron el resultado de una larga planificación de organizaciones sofisticadas. No pueden funcionar clandestinamente, sino que requieren el permiso de una autoridad gobernante, sean los Talibán o la AP.
Todo lleva a la conclusión de que Sharon estaba en lo cierto al responsabilizar a Arafat del impacto de los atentados terroristas contra Israelíes.
Esto, alternativamente, tiene una implicación para la guerra contra el terrorismo. No menos que en Afganistán, la meta Americana debe ser el cierre de la fábrica de suicidas en las áreas Palestinas.
Y mientras sería maravillosamente conveniente si se pudiera delegar esta tarea en Yasir Arafat, las posibilidades de hacer esto son tantas como las de que los Talibanes se deshagan de al-Qaeda - en otras palabras, ninguna. Arafat ha estado en el negocio de asesinar Israelíes durante casi cuatro décadas; no se merece otra oportunidad.
Afortunadamente, al contrario que en otras partes del mundo donde los Americanos tienen que luchar por su cuenta, en este caso un aliado - Israel - está preparado y deseando luchar contra el terrorismo por su cuenta. Ha llegado el momento de impulsarle para hacer justamente eso.