"El fallecimiento de [Hafez] Assad parece ser el último clavo del ataúd de los esfuerzos de paz entre Israel y Siria". Eso afirma la valoración típica. Pero este análisis lo interpreta justamente al revés. Mientras el Presidente sirio Assad estuvo vivo, nunca hubo posibilidad de tratado de paz sirio-israelí; ahora que está muerto, es novedosamente posible.
Hafez al-Assad en sus últimos años. |
Peor aún, un tratado con Israel habría suscitado esperanzas de libertad de movimiento y de prensa, de desproporcionado potencial facilitado por las comunicaciones modernas y menores obligaciones militares. Habría significado inversión exterior, grupos de derechos humanos, formaciones políticas y un parlamento que haría algo más que tramitar lo que se le ordena. Assad, que durante 30 años administró un régimen sustentado en el uso de la fuerza, no tenía idea de cómo gestionar las sutilezas de un sistema de democratización, y no quería tener absolutamente nada que ver con esas innovaciones.
Dicho eso, tras el colapso soviético de 1991, necesitaba cortejar a Occidente. De manera que siguió la corriente de las exigencias occidentales de un proceso de paz, dejándose llevar por negociaciones que no tenía intención de ver triunfar nunca. Durante casi nueve años, interpretó de forma brillante los papeles de estar participando en una negociación creíble con Israel. Un rápido vistazo a ese proceso, sin embargo, saca a la luz un comportamiento recurrente: Assad hacía a Jerusalén una audaz exigencia nueva, los israelíes se resistían inicialmente, accediendo luego a su exigencia. A lo que, en lugar de decir "Vale, firmamos", Assad volvía a la carga con otra exigencia más. Y así van las cosas; a pesar de las reiteradas concesiones por el bando israelí, las dos partes nunca estuvieron cerca del acuerdo -- la nueva exigencia de Assad daba siempre al traste con las cosas.
La inteligencia de Assad en negociación, combinada con un deseo ferviente de acuerdo entre los escalafones estadounidense e israelí, cegó a muchos ante este patrón. De ahí que los planes de Assad salieran a las mil maravillas: Se llevó el mérito de resolver el conflicto con Israel y nunca tuvo que firmar el temido acuerdo de paz.
Pero con la defunción de Assad durante la mañana de ayer, la situación en Damasco cambia por completo. Si bien es demasiado pronto para saber quién hará qué en el futuro, parece bastante seguro que con independencia de lo que suceda, los temores y la lógica que movían a Hafez Assad son historia. Nadie más allí se acerca a la experiencia o el instinto del difunto dictador -- desde luego su hijo Bashar no; ni cualquiera dominará el país como él, un tiempo al menos. Esto alberga la feliz implicación de que nadie va a temer una apertura de la vida siria como el anciano Assad. El gran obstáculo al proceso de paz sirio ha desaparecido. Lejos de ser "el último clavo" del ataúd del proceso de paz, su defunción abre el ataúd y permite que el cadáver cobre vida por primera vez.
Dicho eso, las cosas también pueden empeorar. Igual que Assad evitó escrupulosamente un tratado de paz con Israel, también se aseguró de que no hubiera una guerra abierta. Claro está que sus tentáculos en el Líbano se enfrentaban a las fuerzas israelíes, pero él insistía en que hubiera una calma total en su frontera común de los Altos del Golán, donde las cosas podían ponerse realmente mal y conducir rápidamente a un enfrentamiento importante. Irónicamente, esto convirtió los Altos del Golán en el lugar más seguro de Oriente Próximo. Finalizados los 30 años de reinado de Assad, eso puede cambiar; las rivalidades en el seno del escalafón sirio, por ejemplo, pueden conducir a la guerra. En otras palabras, lo que era una situación predecible y profundamente estática, se ha abierto en canal.
Los legisladores estadounidenses salen de casi una década de frustraciones, provocadas por no haber entendido nunca el magistral juego de un totalitario de los de antes como Assad. El baile de figuras que se inicia ahora ofrece enormes oportunidades -- justamente porque la nueva cúpula es más abierta hacia Occidente y piensa más al estilo de los americanos. Si Assad padre no se dejaba emocionar por la promesa de paz con el vecino israelí, la devolución de los Altos del Golán o sumas importantes de dinero, estos beneficios cobrarán probablemente mucho más peso en las decisiones de sus sucesores. De ahí que el acuerdo sirio-israelí sea ahora más probable que nunca antes.