Triunfo sin Victoria, título de una obra de próxima publicación, resume la manera de pensar de la mayoría de los estadounidenses en la Tormenta del Desierto. ¿Por qué, preguntan, perdieron sus vidas decenas de miles de iraquíes, sólo para tener a Saddam Husayn en el poder un año después? ¿Cómo pudimos destruir las infraestructuras de un país, pero tolerar que continúen las agresiones y la represión? ¿Qué sentido tiene la victoria militar si no hay recompensa?
En realidad, el enfrentamiento logró mucho, tanto para los estadounidenses como para las poblaciones de Oriente Próximo. El paso del tiempo deja cada vez más claro que el uso de la fuerza fue la decisión correcta. Abortó la amenaza económica y militar iraquí, generó una referencia a la hora de plantar cara a los países disfuncionales, elevó la influencia norteamericana y reorganizó de forma radical el régimen de Sadam.
Más concretamente, el conflicto acarreó dos tipos de ventajas, las negativas y las positivas. Las negativas se traducen en que varias posibilidades problemáticas no llegaron a hacerse realidad. Éstas abarcarían:
El final de las atrocidades de Sadam en Kuwáit. Tendemos a olvidar la naturaleza delictiva de la ocupación de Kuwáit, pero los iraquíes recurrieron de forma rutinaria a las torturas, los robos y los homicidios como parte de su campaña por desahuciar de su país a los kuwaitíes y diezmar la existencia misma de la nacionalidad kuwaití.
El final de la amenaza militar de Saddam. Antes del 16 de enero de 1991, el arsenal iraquí amenazaba la región del Golfo Pérsico y gran parte de Oriente Próximo. Ahora sabemos que los científicos iraquíes disponían de capacidad química, habían montado un arma de destrucción masiva, y disponían de proyectiles de largo alcance. Estaban cerca de lograr la opción nuclear; sin la guerra, Sadam habría dispuesto enseguida de arsenales nucleares. Su reputación de crueldad y falta de escrúpulos habría empujado al mundo a apaciguarle. La hegemonía iraquí sobre la región del Golfo Pérsico se contaba entre las opciones.
Los aliados se pusieron por objetivo el arsenal iraquí, destruyendo la mayor parte de él. Y las inspecciones de Naciones Unidas se encargan orgánicamente de lo que queda.
El final de la amenaza económica de Saddam. La fuerza militar de Sadam le habría permitido ciertamente intimidar al Golfo Pérsico entero, una de las regiones más críticas del mundo. Irak alberga el 10% de las reservas mundiales de crudo; Kuwáit otro 10%; Irán, Arabia Saudí, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y el resto de la región representan otro 10%. Es decir, Saddam habría estado en posición de cortar el suministro de la materia prima más vital del mundo y de manipular así el precio. Esto le habría dado inmenso poder sobre la economía global. En lugar de venderse a 18 dólares el barril y a la baja, probablemente el barril se vendería a 50 dólares y al alza; las consecuencias para la economía mundial, en especial para los países más pobres del mundo y las democracias en problemas del antiguo bloque soviético, serían incalculables.
Pero las ventajas no se limitan a los desastres evitados. Las repercusiones positivas de la guerra incluyen:
Un precedente para los países disfuncionales. Las Naciones Unidas han impuesto a Irak un régimen sin precedentes. Durante 10 meses, los inspectores pudieron moverse con libertad por Irak, acudiendo a donde quisieran, examinando documentación, destruyendo armamento e identificando a empresas internacionales que fabrican herramientas de muerte. Curiosamente, estas inspecciones tienen lugar prácticamente sin oposición internacional. Están creando un importante modelo de futura negociación con dictadores agresivos discretamente.
Mejora de la influencia norteamericana. Los saudíes, los kuwaitíes y los demás países productores del Consejo de Cooperación del Golfo coordinan por primera vez su producción y su política de precios con Occidente. Y los viejos enemigos se tienen nuevamente respeto; por ejemplo, el sirio Hafiz al-Asad se muestra ahora impaciente por trabajar con Washington, unirse al proceso de paz con Israel y colaborar en la liberación de rehenes estadounidenses en el Líbano.
Un Oriente Medio menos peligroso. Desde 1945, el riesgo de conflicto a gran escala en Oriente Próximo no ha sido menor. La Tormenta del Desierto hace que Irak e Irán respeten nuevamente la presencia norteamericana en la misma medida. La victoria también da la oportunidad de sentar a negociar a israelíes y árabes a los diplomáticos estadounidenses.
Un régimen iraquí radicalmente alterado. La derrota en batalla no depuso a Saddam, pero debilitará significativamente su control de Irak, haciéndolo tenue y endeble. Los levantamientos kurdo y chiíta, aplastados la pasada primavera, se reanudarán cuando se presente la oportunidad. El miedo acecha así al palacio del tirano, dividida profundamente la familia en el poder. Las crónicas reiteradas de sangrientas purgas auguran disidencia en el seno de las filas militares y el Partido Baaz. Puede llevar tiempo, pero probablemente la Tormenta del Desierto conduzca a la caída eventual de Saddam.
Con independencia de los errores cometidos por la administración Bush al cese de las hostilidades - sobre todo la imprudente incitación a rebelarse a la ciudadanía iraquí - no se produjo nada como lo anterior.
En cuanto al prolongado gobierno de Sadam, es repugnante, pero deshacerse de él o corregir los daños causados por la gestión baazista nunca fue la meta norteamericana. Las fuerzas estadounidenses y aliadas salvaron Kuwáit y destruyeron el arsenal iraquí no convencional. Ahora depende de los propios iraquíes deponer a Saddam Hussein y su nociva prole.