Camp David II tuvo una faceta adulterada, como dos hechos sugieren. En primer lugar, Israel, el poder principal en Oriente Medio, el vencedor en guerra, el país económicamente más próspero y políticamente más estable, dio todo mientras que los Palestinos - los perdedores, débiles, pobres, e inestables - consiguieron las ventajas prácticas.
Con el temor de que esto parezca una exageración, considérese los temas a discusión en Camp David: Jerusalén, fronteras, asentamientos Judíos, refugiados Palestinos. En cada uno de éstos, Israel da y los Palestinos toman. Los asuntos que beneficiarían a Israel - normalización de las relaciones, cambio de los libros de texto escolares, la Liga Árabe declarando el fin formal del conflicto - ni siquiera estaban en el panel. La vieja fórmula de "tierra-a cambio de-palabras" de la Resolución 242 de las Naciones Unidas está al parecer difunta, sustituida por la lógica de Oslo de "tierra-a cambio de-nada".
En segundo lugar, y más extraño, es el hecho de que el lado Israelí hizo casi cada concesión en Camp David. Hizo un compromiso de corazón en Jerusalén, uno estratégico en el frente del río Jordán, y uno Sionista con la vuelta de los refugiados Palestinos. A pesar de la naturaleza notable de estos pasos, bastante al contrario de la política tradicional, las encuestas demostraron que la opinión pública Israelí, con reservas, aprobaba los esfuerzos del primer ministro.
En contraste, el lado Palestino montó una pared de oposición a la presencia de Yasser Arafat en las negociaciones, considerando este mero hecho algo terrible. Hamas, el principal grupo Islamista, declaró que la reunión de Camp David era nada menos que "una nueva conspiración Sionista y Americana" contra "los derechos de nuestro pueblo".
La Jihad Islámica, un grupo hasta más radical, concurrió: "la cumbre es en interés Israelí e Israel y los Estados Unidos intentarán ejercer presión sobre los Palestinos e imponer la posición de Israel respecto a ellos".
La perspectiva de Arafat haciendo cualquier concesión era anatema para sus partidarios. Sobre el asunto de la vuelta de los refugiados a Israel, por ejemplo, un miembro del Consejo Legislativo Palestino, Hussam Khadir, advirtió a Arafat de que "un tiro de pistola ha estado pasando de generación a generación y su destino será atravesar el corazón de aquellos que cedan sobre el derecho de los refugiados a volver". Con esta clase de amenaza pendiendo sobre la delegación Palestina, no es sorprendente que se mostrasen resistentes a cada punto.
Lo que quiera que la cumbre pudiera haber alcanzado habría sido incómodo para los Palestinos. "Considero cualquier acuerdo que se pueda alcanzar en Camp David como un fracaso porque no es lo que los Palestinos están buscando", proclamó el Jeque Ahmed Yassin de Hamas. Como Hafez Assad cuatro meses antes, el sí no sería una respuesta para los Palestinos.
Todo esto es realmente anómalo. No sólo el poder más fuerte está entregando unilateralmente sus ases, sino que el destinatario es reacio a cogerlos. ¿Qué falla en este cuadro al revés?.
Los Palestinos han, a lo largo de los siete años del proceso de Oslo, crecido acostumbrados a tomar de Israel y ofrecer muy poco a cambio. De hecho, han venido tomando esto gratis. Esperan más de lo mismo - tierra, autonomía, rentas de impuestos - culminando en la declaración de un estado Palestino.
Mientras que los Palestinos se han convertido en los beneficiarios del largesse Israelí, su miedo anterior a Israel ha sido sustituido por un desdén de desprecio a las fronteras. El resultado está ahí para quien lo quiera ver. El gobierno de Barak marca una buena voluntad de entregar casi el 90 por ciento del West Bank, un porcentaje mucho mayor que cualquiera discutido con anterioridad, y los Palestinos reaccionan con indiferencia. Por qué molestarse con esto, se preguntan. ¿Para qué conformarse con menos que el control de toda la tierra?.
En el mejor de los casos, pueden aguantar hasta una oferta mejor. O pueden volverse hacia la alternativa, la que representa Hezbolá en el Líbano.
En vez de la indignidad de las negociaciones, los Palestinos pueden recurrir al (para ellos) más noble y redimido uso de la violencia para sacar a los Sionistas de cada metro de lo que consideran es su tierra.
Una perversa dinámica, en otras palabras, está en marcha aquí. Cuanto más razonables y flexibles son los Israelíes, menos probable es que los Palestinos acepten un compromiso con ellos. Cuanto más magnífico sea el gesto de Barak, más trivial y hasta incómodo parecerá a sus opositores.
Esta lógica de auto-derrota es probable que continúe hasta que Israel demuestre otra vez la clase de fuerza que una vez le hizo famoso.