Durante un momento de infrecuente sinceridad hace dos años, el Primer Ministro iraquí en funciones Tarik 'Aziz admitió que "todo gobierno hace tonterías en ocasiones". No admitió, sin embargo, que su propio gobierno esté cometiendo más de la cuenta - como el mundo ha tenido oportunidad de ver durante los sorprendentes siete meses de crisis kuwaití en 1990-91.
Y ahora, Saddam Husayn vuelve a la carga. Su avance hostil de efectivos regulares iraquíes hasta la frontera con Kuwáit, acompañado de su decisión expresa ayer de replegarlas, parece otro error de proporciones monumentales. Considere tres puntos:
Capacidad escasa: Un ataque iraquí a Kuwáit es una imprudencia militar. Sesenta mil efectivos regulares iraquíes mal dotados no son rival para los efectivos de la coalición destacados en Kuwáit, Arabia Saudí, Turquía y las costas. Saddam perdería tan claramente como la última vez.
Mal compás: El pasado viernes, la misma jornada en que los militares empezaron a avanzar, se daba por descontado que Tariq 'Aziz anunciaría a las Naciones Unidas que por fin su gobierno acepta las fronteras y la soberanía de Kuwáit. Sería el telonero del responsable del equipo de las Naciones Unidas que desmantela el arsenal iraquí, Rolf Ekeus, para informar ayer que el respeto iraquí a las condiciones viene siendo satisfactorio y que a finales de este mes comenzaría a funcionar un amplio dispositivo de vigilancia. Estas dos medidas arrancarían la cuenta atrás del levantamiento de las sanciones económicas a Irak para que, en seguida, Sadam pudiera exportar con libertad cualquier volumen de crudo. Pero Saddam se pone belicoso en el preciso momento en que se recogerían los frutos de dos años de comportamiento mínimamente aceptable. Claro está que su agresividad va a aplazar el levantamiento de las sanciones.
Además, su maniobra se produce mientras el gobierno turco cambia de política hacia Irak. Esto habría podido acabar con el dispositivo militar estadounidense que protege a los kurdos al norte del paralelo 36 y habría permitido a Sadam recuperar el control del Irak septentrional.
Incorregible: Al volver a amenazar a Kuwáit, Saddam recuerda al mundo que no va a mejorar su comportamiento nunca, y que a nivel personal constituye el grueso del problema. A los ojos de los iraquíes no puede haber ganado peso, cúpula militar incluida, por ordenar de pronto al ejército avanzar sobre la frontera kuwaití y luego, de manera igual de súbita, replegarse.
Y aun así… la aparente imprudencia de esta última maniobra siembra dudas. ¿En serio Sadam es tan corto? Puede que haya un plan audaz o inteligente bajo su presunta equivocación. ¿Puede ser en serio así de incompetente alguien que gobierna como un dictador absoluto?
Sí, puede, y así es:
La carrera de Saddam se reparte en tramos, el nacional y el extranjero. Nacido en 1937 de campesinos asalariados en una casa de adobe, se afilia al Partido Baaz a la tierna edad de 20 años. Después irrumpe en el panorama político nacional iraquí participando en el magnicidio frustrado del presidente del país en octubre de 1959. Cuando el Partido Baaz llega al poder en 1963, Saddam era un funcionario de segunda pero con ambiciones en la oficina agrícola central. Hacia julio de 1968, ocupa el segundo cargo más importante del país y en seguida se convierte en el caudillo del régimen. En julio de 1979 se convierte en presidente oficial y oficiosamente.
Con su apoyo nacional seguro, Sadam se dispone inmediatamente a dominar Oriente Próximo. "Pretendemos dar a nuestro país su relevancia real", afirma a finales de 1979, "calculando que Irak es igual que China, la Unión Soviética o Estados Unidos". Con este fin, construye una instancia militar desproporcionada, practica una variante virulenta del nacionalismo panárabe y conspira para disponer del crudo del Golfo Pérsico. Para lograr este último objetivo, Sadam se apoya naturalmente en las mismas prácticas que tan bien le fueron al ascender en la política iraquí. Efraim Karsh e Inari Rautsi, sus biógrafos, las explican: un maridaje entre "cautela obsesiva, paciencia inagotable, perseverancia tenaz, imponentes dotes de manipulación y carácter despiadado". Repetidamente finge trabajar con otros, pero en realidad gana tiempo para poder destruirlos.
El problema fue que las costumbres y las tácticas que refinó en el mundo Hobbesiano e inclemente de la política iraquí no funcionaron igual de bien en el extranjero. En 1980, Sadam ataca al Irán revolucionario esperando explotar su inestabilidad para hacerse con sus yacimientos; se produce a continuación una guerra de ocho años que cuesta a Irak cientos de miles de vidas. En 1990 invade al indefenso Kuwáit para hacerse con su petróleo y sus cuentas de compensación en el extranjero; esta vez no llega a las ocho semanas. Ambas aventuras perjudican penosamente a la economía iraquí; la primera la sume en el endeudamiento, la segunda la mutila.
La brillantez de Sadam a la hora de hacerse con el poder y su incompetencia en política exterior han demostrado ser una combinación letal. Contribuyen enormemente a explicar que el Irak burgués y rico cuya dirección asumió en 1979 sea hoy una escombrera de país tan miserable.
La clave es que la consistencia ciega es lo que explica los desastres de Saddam en el extranjero y sus triunfos nacionales en la misma medida. Como las prácticas en el mundo exterior difieren de las del interior de Irak, cuando lleva la política a sus últimas consecuencias en el extranjero no sabe parar. O como observa el Ministro sirio de Defensa, Mustafá Talás: "La verdadera tragedia de Sadam es que comete errores sistemáticos de cálculo". No hay que sobrestimar a Sadam cuando se trata de política internacional.
¿Pero por qué llega ahora hasta el final? En contra de las especulaciones del Departamento de Defensa, probablemente no haya mucho que hacer con efectivos estadounidenses desplegándose en Haití. Saddam se enfrenta más bien a un problema calamitoso: el nivel de vida en Irak se encuentra en una caída libre de corte cubano, agotándose productos de primera necesidad, prohibiéndose una importación tras otra y deteniéndose en seco las infraestructuras modernas. Sólo nueve días antes de que los efectivos iraquíes iniciaran el avance hacia Kuwáit, Saddam anunciaba una reducción de las raciones individuales de harina de nueve kilos al mes a sólo seis. Curiosamente quizá, finalizó la intervención aconsejando a los iraquíes tener paciencia "porque vienen tiempos de prosperidad, vienen tiempos de prosperidad". Inútil como desde luego fue, amenazar a Kuwáit probablemente pareciera a un Sadam desesperado su mejor apuesta a la hora de dar al traste con las sanciones de la ONU.
Asimismo, estas acciones recientes obedecen a su patrón asentado de "engañar y retroceder". Una y otra vez, Sadam ha puesto a prueba a la coalición de la ONU faltando a su palabra; cuando es rechazado, simplemente retrocede y aguarda a la siguiente oportunidad. Si se retira esta semana, la que viene volverá a intentar otra trama.
Saddam plantea a Washington un maridaje extraordinario entre retos y oportunidades. Al empeñarse en las formas imprudentes e impredecibles, adquiere la ventaja de la sorpresa. Al someter a la población iraquí a privaciones económicas y bajas militares ilimitadas, priva a los estrategas estadounidenses de instrumentos de presión importantes.
Al mismo tiempo, Saddam es un enemigo casi perfecto. Su salvajismo suscita la unidad entre aliados occidentales por lo demás divididos. Su acusada desconfianza hacia los ayudantes le obliga a tomar decisiones sin la información o el razonamiento idóneos. Sus errores garrafales prácticamente garantizan la victoria de sus rivales. En resumen, es un enemigo con el que ni Bill Clinton puede dialogar - ni obtener el apoyo bipartidista sólido en el ínterin.
La política estadounidense de las últimas jornadas fue acertada. Con enorme lucidez, hablando al unísono, los líderes advirtieron a los iraquíes de no recurrir al uso de la fuerza. Se suscitó el apoyo internacional. Se compuso una fuerza de verdadera disuasión y se destacó enseguida al terreno. Por una vez, la administración no se ablandó, y merece todo el mérito de obligar a retroceder a Sadam - si es lo que verdaderamente acaba haciendo.
Solamente hubo un gallo en toda esta hermosa pieza - las pistas liberadas por los portavoces estadounidenses de que los efectivos de la coalición podrían no detenerse en la frontera iraquí, sino continuar el avance hasta Bagdad y deshacerse de Sadam de una vez por todas.
Suena bien, pero eliminar a Sadam no sería tan fácil: está bien escondido y bien protegido. (Recuerde que los efectivos estadounidenses nunca atraparon al General Aidid en Somalia). Y de haber dispuesto de él, habrían comenzado los problemas de verdad. El gobierno estadounidense habría tenido entonces la responsabilidad práctica del bienestar de Irak: nuestros soldados habrían tenido que alimentar a la población, proteger las fronteras, montar un nuevo gobierno y ocupar el país durante meses o tal vez años. ¿Es una opción real para los Estados Unidos en la década de los 90, una era de introspección, no de construcción de identidades nacionales en el extranjero?
Si los iraquíes quieren deshacerse de Sadam, alentémosles discretamente al tiempo que dejamos absolutamente claro que depende de ellos.