Durante 12 años, dos países distantes de tamaño intermedio y hasta la fecha no muy importantes han quitado el sueño a los presidentes norteamericanos. Jimmy Carter tuvo que bregar con la caída del shaj, el secuestro de la embajada norteamericana y el ataque iraquí a Irán. Ronald Reagan con el ataque iraní a Irak, el escándalo del Irán/ contra y los incidentes del U.S.S. Stark y el U.S.S. Vincennes. George Bush vivió la Sorpresa de Octubre, la invasión iraquí de Kuwáit, el "Irakgate" y la supervivencia de Saddam en el poder.
¿Por qué Irán e Irak? ¿Y qué reserva el futuro?
El problema iraní
Ahora cuesta acordarse, pero las relaciones norteamericano-iraníes prosperaron durante mucho tiempo. Los persas miraban a Estados Unidos con lo que un experto en Irán, Richard W. Cottam, llama "disposición abierta irracionalmente firme". Cuando los constitucionalistas iraníes precisaron de ayuda económica a principios de 1911, ¿a quién convocaron en Teherán como responsable último de las cuentas sino a un estadounidense, W. Morgan Shuster? Cuando en 1922 volvieron a precisar consejo económico, contrataron a otro estadounidense, Arthur Millspaugh. Los estadounidenses devolvieron el favor. Ya durante los años 80 del siglo XIX, el embajador estadounidense en Irán afirmaba por doquier que "El terreno es propicio al capital y la industria norteamericanos, que todavía han de presentarse y cosechar sus frutos". Casi un siglo después, el Shaj Mohammad Reza Pajlavi era distinguido en este país como modelo mismo de monarca benevolente. Cuando Lyndon B. Johnson homenajeó en 1964 diciendo "Lo que está sucediendo en Irán es lo mejor en cualquier parte del mundo", hablaba por muchos estadounidenses.
Las cosas empezaron a echarse a perder alrededor de 1970, cuando el shaj indujo a la OPEP a subir los precios del crudo. Con alguna ayuda de sus amigos árabes, abría la horquilla de los precios de los 1,80 dólares el barril de 1970 a los 11,58 dólares en apenas cuatro años. La primera crisis energética no provocó solamente problemas económicos (recesión, inflación) sino que suscitó una profunda sensación de pesimismo en Occidente. No era evidente en aquella época, pero este enfrentamiento abrió una nueva era mucho más hostil entre Irán y Estados Unidos.
Hacia 1977, cuando Jimmy Carter llegó al poder, el mercado del petróleo se había estabilizado. Respetando la amistad tradicional americano-iraní, Carter pasó la Nochevieja de 1977 con el shaj. Aprovechó la oportunidad para elogiar a Irán como "una isla de estabilidad en una de las zonas del mundo más problemáticas". Como invitado por este testimonio, el shaj pasó a la ofensiva una semana después, cuando dio el visto bueno personalmente a un calumnioso ataque en prensa al ayatolá Jomeini. El escándalo por aquel artículo provocó disturbios contra el gobierno que, casi exactamente un año después, acabaron con el shaj huyendo de Irán. En febrero de 1979, el ayatolá Jomeini volvía al país e imponía el orden islámico fundamentalista que se conserva hasta la fecha.
El colapso del shaj perjudicó enormemente a los intereses americanos. A nivel militar, un aliado en el seno de una región crítica se transformaba en un enemigo. A nivel económico, la segunda crisis energética elevaba los precios de los 13 dólares el barril de 1978 a los 30 dólares de 1979. La oferta de crudo del Pérsico quedaba extremadamente expuesta. Para agravar las cosas, la República Islámica emergía al poco como el régimen más integralmente antiamericano de todo el mundo. Tras los lemas de "Muerte a América" y el "Gran Satán" yacía una mentalidad que rechazaba no solamente las políticas de América, sino su sistema político entero y su cultura.
Las relaciones con Irán se agravaban posteriormente en noviembre de 1979, cuando un grupo que se hacía llamar "Estudiantes Musulmanes Seguidores del Imán" atacaba el complejo de la embajada norteamericana en Teherán e iniciaba 444 jornadas humillantes de secuestro. El secuestro violaba todas las normas internacionales de comportamiento y se transformaba en el símbolo de la parálisis estadounidense.
El rescate frustrado de abril de 1980 no hizo sino agravar las cosas. Lo peor fue que dos aparatos estadounidenses colisionaron entre sí, costando la vida a ocho soldados. El ejército estadounidense - el país entero, más bien - se sintió intensamente humillado. El peor extremo se alcanzó cuando el ayatolá visitó la zona del desastre y golpeó los restos incinerados de los soldados estadounidenses sobre el lecho del desierto.
Los rehenes marcaron la campaña de las presidenciales de 1980, confinando a Carter en la Rosaleda de la Casa Blanca y perjudicando irremediablemente a su reputación. A medida que el día de las elecciones se acercaba, las especulaciones se centraban progresivamente en una "Sorpresa de Octubre" - que las concesiones de Carter liberarían a los rehenes. Pero los iraníes les despreciaban demasiado para eso. En parte para ilustrar su hostilidad (y en parte porque temían a Ronald Reagan), permitieron que los estadounidenses abandonaran el espacio aéreo iraní en el preciso momento en que Reagan era investido y la presidencia de Carter llegaba a su final.
Reagan inició un capítulo nuevo. Durante un año, su administración disfrutó de una calma relativa desde Irán. A continuación, partiendo de su fructífero uso del secuestro en la embajada de Teherán, la cúpula iraní alentó la práctica por doquier. Los chiítas libaneses cogieron el relevo. Empezando con el secuestro de David Dodge, presidente de la Universidad Americana de Beirut en julio de 1982, secuestraron a estadounidenses (y demás extranjeros), un quebradero de cabeza para el escalafón político norteamericano durante 10 años enteros.
La culpa por abandonar a los rehenes hacía del apaciguamiento una tentación presente. Eventualmente, la administración Reagan capitularía en 1985 durante lo que se conocería como el escándalo Irán/ contra. La mala fe de esta densa conspiración - con su ensalada de claves, sobornos, dinero prestado y centroamericanos - causaría heridas permanentes a la presidencia Reagan.
Además de los rehenes, los terroristas de respaldo iraní también mataban estadounidenses, a partir de abril de 1983, cuando atentaron contra la embajada estadounidense en Beirut matando 63 personas. Seis meses después, otras ramas iraníes volaron el cuartel de los Marines en Beirut, matando a 281 personas. Otro presidente de la Universidad Americana de Beirut, Malcolm Kerr, fue asesinado. Cuando agentes iraníes secuestraron en 1984 un aparato comercial de Kuwait Air con destino a Teherán, dos estadounidenses fueron las únicas bajas. El secuestro de un aparato de la TWA que volaba a Beirut en 1985 arrojó el balance de un americano muerto.
Matar a los estadounidenses presentes en Oriente Próximo revestía un objetivo estratégico: intimidar a los americanos y obligarlos a abandonar la región, objetivo logrado en Irán y el Líbano pero en ninguna otra parte. Con esta intención, los líderes iraníes instaban puntualmente al secuestro de los estadounidenses. En 1989, el presidente parlamentario Rafsanjani apelaba públicamente a los palestinos para que asesinaran a cinco estadounidenses, británicos o franceses por cada palestino muerto. En 1991, un importante ayatolá aconsejaba a los iraníes: "Matad solamente a quienes yo os aconseje matar, y son los americanos".
La red iraní también llegaba a Estados Unidos. En 1980, un antiguo responsable de la seguridad de la sección iraní de intereses mataba a Alí Ajbar Tabataba'i, opositor público iraní al régimen afincado a las afueras de Washington D.C. En 1983, agentes de Teherán casi incendian una sala de conciertos de Seattle que acogía el espectáculo de una compañía de teatro pro-shaj. Hacia 1989, Teherán podía atentar contra objetivos estadounidenses a voluntad. La red iraní presente en Estados Unidos, destaca L. Carter Cornick, es la más peligrosa y problemática de todos los grupos terroristas afincados en Estados Unidos. En aquella época, una bomba destruía el vehículo familiar del capitán del U.S.S. Vincennes, la nave que ocho meses antes había derribado un aparato de Iran Air.
El incidente del Vincennes remataba años de hostilidades encubiertas en la región del Golfo Pérsico entre Estados Unidos e Irán. Aunque Irak había invadido Irán en septiembre de 1980, el éxito militar iraní pasó a la ofensiva a partir de julio de 1982 hasta que finalizó el conflicto en agosto de 1988. La agresividad iraní durante la Guerra Irano-Iraquí condujo a reiterados desencuentros con efectivos estadounidenses. Naves norteamericanas protegían buques cisterna kuwaitíes, destruían cañoneras iraníes o amenazaban con hacerlo. En julio de 1988, el Vincennes abatía un aparato comercial de Iran Air. Aunque el episodio no fue intencional, los iraníes lo interpretaron como parte de una conspiración estadounidense de apoyo a Irak. Para desesperación de los iraníes, el mundo sólo respondió tibiamente a este escándalo. Comprendiendo finalmente el grado del aislamiento iraní, el ayatolá Jomeini decidía días más tarde "beber el veneno" y acceder a detener las hostilidades contra Irak. De esta manera los estadounidenses provocaron de forma involuntaria el final de la guerra irano-iraquí.
En otro acto de agresión en febrero de 1989, Jomeini dictó de pronto sentencia contra Salman Rushdie, escritor de Los versos satánicos, "y contra todos los implicados en la publicación que fueran conscientes de su contenido". Esta tentativa sin precedentes de asfixiar una obra publicada en un país extranjero redundó en la muerte de unas dos docenas de particulares, un enfrentamiento diplomático y la pérdida de miles de millones de dólares en actividades comerciales. También provocaría importantes tensiones culturales (Occidente contra el islam) y desataría un debate en Estados Unidos en torno a valores políticos fundamentales (la libertad de expresión, el secularismo) que en apariencia llevaban décadas o incluso siglos zanjados.
Como enquistados, los problemas con la República Islámica siguieron presentándose. Las acusaciones de que George Bush estuvo indirectamente implicado en el escándalo del Irán/ contra siguen apareciendo. El incidente del Vincennes sigue de actualidad: U.S. News & World Report afirmaba no hace mucho que la culpa de aquel incidente no recaería en los iraníes sino en un piloto estadounidense beligerante. En el caso más dramático, la teoría de la "Sorpresa de Octubre" marcaría la política norteamericana durante más de una década, 1980-93. Este argumento sostenía que el Reagan candidato alcanzó un acuerdo con los ayatolás, garantizando así que los rehenes estadounidenses en Teherán no fueron puestos en libertad antes de los comicios de noviembre de 1980. Aunque las investigaciones, tanto periodísticas como legislativas, han refutado cualquier veracidad en esta teoría, ella amenaza con seguir presente en la imaginación popular, envenenando la vida política norteamericana con su implicación de que las dos administraciones Reagan fueron ilegítimas de manera fundamental.
Mientras tanto, al lado
El pueblo iraquí veía desde hacía tiempo a Estados Unidos con parte del favor de sus vecinos iraníes. Valoraban las dudas de Woodrow Wilson a tenor del gobierno británico del país, y recurrían a Estados Unidos en busca de justicia. Un embajador estadounidense de los años 50 recuerda "una despensa de aperturismo a escala nacional" hacia Estados Unidos. Hasta durante la Operación Tormenta del Desierto, crónicas escogidas sugieren que los iraquíes seguían viendo con buenos ojos a Estados Unidos (un tendero de Bagdad, por ejemplo, afirmaba: "Nos estaban bombardeando, pero nosotros estábamos contentos. Pensamos que sería el final de la miseria").
Las relaciones entre los dos gobiernos también salieron bastante bien paradas. Washington ofreció ayuda y técnicos a Irak durante los años 50. El Pacto de Bagdad de 1955, una alianza antisoviética ingeniada por diplomáticos estadounidenses, debe su nombre y su sede a la capital iraquí. El golpe iraquí de 1958 puso punto y final a estas relaciones cordiales, y desde entonces los gobiernos iraquíes han sido ininterrumpidamente hostiles a Occidente. Durante los años 70, por ejemplo, Bagdad jugó un papel relevante a la hora de montar el Frente del Rechazo, un grupo de países antiisraelíes y antiamericanos radicales vehementemente contrarios a cualquier razonamiento del conflicto árabe-israelí. Por elevado que fuera el tono retórico procedente de Bagdad durante este periodo, al menos el régimen iraquí no llegaba a invadir a sus vecinos.
Esto cambió cuando Saddam Husayn, caudillo iraquí desde 1971, llegó a presidente en julio de 1979. Transformó Irak en una máquina militar, sumando por ejemplo unos 800 tanques en su primer año de presidencia. Pero el verdadero interés de Saddam residía en los arsenales no convencionales - el famoso súper-cañón, los agentes químicos y biológicos, los proyectiles balísticos y el armamento nuclear. La perspectiva de Saddam con la bomba inquietaba tanto a los líderes israelíes que en junio de 1981 lanzaron el único ataque preventivo del mundo contra unas instalaciones nucleares. Curiosamente, el gobierno estadounidense condenó por este acto a Jerusalén y aplazó el envío a Israel de los cazas F-16. En esto, como pasaría tanto en años posteriores, Washington concedió a Saddam Husayn el beneficio de la duda.
Saddam inició su carrera expansionista invadiendo Irán en septiembre de 1980. Cometió dos errores de bulto: calculó erróneamente la respuesta iraní, y no llegó a atacar el propio Teherán. Lejos de capitular, la cúpula iraní cerró filas. Hacia mediados de 1982, los efectivos iraníes amenazaban con entrar en Irak.
"Una plaga en ambos frentes", sería la reacción norteamericana. El gobierno estadounidense consideró a Irak el agresor, pero no pudo apoyar mucho tiempo a Teherán al tener secuestrados a 52 americanos. Sólo cuando los iraníes pasaron a la ofensiva en 1982, la administración Reagan - temiendo con razón la expansión del radicalismo iraní por todo Oriente Próximo - se puso claramente de parte de Irak. Este giro de los acontecimientos soportaría múltiples cambios durante los años siguientes, especialmente el ataque aéreo iraquí de 1987 contra una nave norteamericana, el U.S.S. Stark, que dejó 37 marineros muertos.
Sin aprender nada ni olvidar, el dictador iraquí invadió Kuwáit en agosto de 1990. Igual que 10 años antes, volvió a cometer errores de juicio del enemigo y volvió a detenerse enseguida. Saddam en persona, en una infrecuente admisión, reconocía que fue un error "no llevar el ataque hasta la provincia oriental de Arabia Saudí y a continuación ocuparla". Este error dio a George Bush la oportunidad; con amplio apoyo árabe y aliado, destinó siete meses de su presidencia a componer una fuerza radicada en Arabia Saudí destinada a expulsar de Kuwáit a las tropas iraquíes.
Por bien que fuera el conflicto, Bush no tuvo prácticamente tiempo para disfrutar de sus beneficios antes de surgir las pegatinas de "Saddam todavía trabaja, ¿y usted?". Saddam no sólo permaneció en el poder, sino que su truculencia y su brutalidad permanecieron intactas. Saddam demostró estar dispuesto a empobrecer a la ciudadanía iraquí y asesinar a cualquiera - kurdo, chiíta o espectador - que desafiara su voluntad. Para proteger a los chiíes, las potencias occidentales impusieron zonas de exclusión aérea en el Irak meridional. Esto elevó la probabilidad de que las fuerzas estadounidenses volvieran a entrar en combate contra los iraquíes. La guerra puso de relieve que hasta cuando resuelves el espinoso problema iraquí, el problema todavía te persigue.
También te persigue de otra forma: las decepcionantes irregularidades del comportamiento del gobierno estadounidense frente a Irak durante 1988-90 salieron posteriormente a la luz. Se deduce que la plantilla de la sucursal en Atlanta del Banca Nazionale del Lavoro (BNL), el mayor banco de Italia, se había conchabado con las autoridades iraquíes para extender 2.860 millones de dólares en préstamos irregulares al gobierno iraquí (el grueso de este importe parece haberse destinado a fines militares). A medida que progresaban, los investigadores descubrieron pruebas de tapaderas tanto en el gobierno italiano como en el estadounidense. La cuestión no solo se convertiría en una carga electoral para la administración Bush sino que también amenaza con convertirse en un escándalo permanente.
Marcar el futuro
Irónicamente, la política norteamericana desde 1977 en el Golfo Pérsico ha sido esencialmente acertada. El Ejército Rojo no explotó la caída del shaj para ocupar Irán. La guerra irano-iraquí no provocó una escalada de los precios del crudo ni una depresión mundial. Kuwáit no desapareció del mapa, Saddam no desplegó cabezas nucleares, los iraquíes no se mueren de hambre a miles ni efectivos iraníes ocupan Bagdad.
Pero la mayoría de los estadounidenses considera un lamentable fracaso la política de Washington en el Golfo Pérsico. En parte, esta discrepancia guarda relación con la naturaleza imperfecta del logro americano - desastres evitados en lugar de visiones hechas realidad. En parte, es consecuencia de las tácticas herméticas, multidisciplinares y algo amorales de Washington, métodos que incomodan a la mayoría de los estadounidenses.
Pero hemos de acostumbrarnos a estas deficiencias, porque plasman la naturaleza de las políticas funambulescas que caracterizan a la política en un mundo sin guerra fría. El patrón del Golfo Pérsico se repetirá probablemente en el caso de China y sus vecinos, Rusia y sus antiguos satélites, Israel y los países árabes y hasta el gobierno de Sudáfrica y el Congreso Nacional Africano. Cuanto antes acepten el patrón los estadounidenses, mejor funcionará la política exterior de su país.