A lo largo de los siete años del proceso de Oslo, un asunto continúa apareciendo: ¿Son las concesiones de Israel el resultado de sus propias decisiones soberanas, o son debidas a la presión del gobierno de los Estados Unidos?. Ahora, mientras la administración Clinton entra en su última etapa, una respuesta definitiva está finalmente al alcance de la mano.
Estuvo bastante claro desde el principio que las decisiones se tomaron en Israel; eso es seguro, los políticos Americanos aprecian las concesiones, pero no las exigen. Simbólicamente, la diplomacia comenzó en los frescos bosques de Noruega, lejos del enloquecedor Washington y sin tan siquiera conocimiento Americano.
También, como precisa Aaron Miller del Departamento de Estado, el gobierno de los Estados Unidos se involucra no por propia voluntad sino a petición de políticos Israelíes. En Septiembre de 1996, la extensa violencia Palestina siguió a la apertura de uno de los túneles del Monte del Templo y vio al primer ministro Binyamin Netanyahu recurrir corriendo a Washington para reclutar a los Americanos en la solución de este problema.
Recientemente, era el Primer Ministro Barak quien presionó al Presidente Clinton para que convocase la cumbre de Camp David II; Y fue la insistencia de Barak de que el presidente ofreciera "tender un puente de ofertas" lo que explica el flujo diplomático actual.
La asombrosa perspectiva de un primer ministro cuidadoso, careciendo de cualquier clase de mandato parlamentario o público, y confiando en la diplomacia rápida para solucionar los problemas más profundos de su país antes de unas elecciones, confirma aún más de donde viene la iniciativa - de nombre, Israel.
Ehud Olmert, alcalde de Jerusalén, lo puso en claro: "La iniciativa de dividir Jerusalén no es fruto de la presión Americana sino fruto de la propia capitulación de Barak".
La idea de que Washington presione a Israel para hacer concesiones tiene alguna base real - sólo que la tiene lugar fuera de fecha.
La política Americana de "tierra a cambio de paz" que emergió como consecuencia de la victoria de Israel en 1967 fue durante 20 años (1973-93) una fuente de tensión con Israel. Durante ese período, los estados Árabes y los Palestinos, entendiendo que esto era un requisito previo a la devolución voluntaria de tierras que habían perdido en 1967, se habló crecientemente de "paz" con Israel.
Al mismo tiempo, los Israelíes sospecharon de la sinceridad de sus declaraciones, que salían generalmente a través de mandíbulas apretadas con fuerza, en inglés, llenas de condiciones y exigencias enojadas. Washington presionó a un Israel reticente para que aceptara esas declaraciones como válidas, y respondiera abandonando la tierra a cambio.
Entonces llegó un cambio histórico. En 1992, Yitzhak Rabin llegó al cargo con la intención de canjear los territorios por acuerdos de paz. A pesar sus intensos esfuerzos, no logró ningún intercambio de tierra-por-paz. Rabin concluyó que desistir de este enfoque dejaría a Israel sin acuerdos y con los territorios de los que intentaba deshacerse.
Así pues, como precisa Douglas Feith, Rabin intentó algo muy distinto: "Viendo que no podría insistir en una paz segura mientras ponía punto final a la ocupación, Rabin decidió, intuitivamente, que lo segundo tenía prioridad". En otras palabras, comenzó una política de retirada unilateral, que con todo sigue estando en marcha.
Con esta cambio, el gobierno de Israel abandonó con eficacia sus viejos temores y adoptó el enfoque Americano despreocupado. Fuera con dos décadas de dudas; adentro la buena voluntad de ignorar las declaraciones y acciones Árabes. Lo que nos trae al presente y al fuerte deseo Israelí autónomo de acuerdos sobre papel, independientemente de la presión de los Estados Unidos.
Para los escépticos del proceso de Oslo, es consolador culpar a los Americanos de la espiral descendente de Israel de los últimos siete años. Para un lado, esto implica que el viejo espíritu Israelí está todavía está vivo, sumergido en alguna parte bajo exigencias Americanas. Por otro, sugiere que un cambio en Washington podría conducir a mejores políticas Israelíes.
Pero estas ilusiones descaradas ya no pueden soslayarse. La realidad debe ser afrontada. Los Israelíes toman sus propias decisiones y forjan sus propios destinos.