Con motivo de la intervención de año nuevo elogiada de manera generalizada, el Presidente egipcio Abdel Fataj al-Sisi visitó la Universidad Al-Azhar para abordar el papel de referencia religiosa del país, diciendo que había llegado la hora de reformar el islam. Se ganó la ovación occidental por esto, incluyendo una candidatura al Premio Nobel de la Paz, pero yo tengo mis reservas a tenor de la alocución.
Para empezar, por refinadas que sean las ideas de Sisi, ningún político – y desde luego ningún caudillo – ha modernizado el islam. Las reformas de Atatürk en Turquía están siendo sistemáticamente desmanteladas. Hace una década, el monarca jordano Abdalaj II y el Presidente paquistaní Pervez Musharraf realizaron intervenciones comparablemente refinadas acerca de "la verdadera voz del islam" y "la moderación ilustrada", que inmediatamente se tragó la tierra. Sí, las declaraciones de Sisi son más contundentes, pero no es una autoridad religiosa y, con toda probabilidad, también desaparecerán sin dejar rastro.
En cuanto al contenido: Sisi elogiaba la confesión del islam y ponía el acento en lo que llama fikr, pensamiento literalmente que en este contexto significa ideas equivocadas. Denunciaba que las ideas equivocadas, que no entró a concretar, se han sacralizado, y que la autoridad religiosa no las critica. Pero Sisi sí vertió críticas, y en un árabe coloquial muy inusual al pronunciarse en tales materias: "Es inconcebible que las ideas incorrectas que sacralizamos conviertan a la umma entera [comunidad de musulmanes] en motivo de preocupación, peligro, muerte y destrucción para el mundo entero. Esto no es posible".
Sin embargo, eso es justamente lo que ha sucedido: "Hemos llegado al extremo en que los musulmanes se han puesto en contra al mundo entero. ¿Es razonable pensar que 1.600 millones [de musulmanes] desean matar a los 7.000 millones de habitantes del mundo restantes para que prosperen los musulmanes? Esto no es posible". Sisi profundizaba, para aplauso enfervorecido de los dignatarios religiosos reunidos con motivo de su intervención, para instarles a emprender "una revolución religiosa". En ausencia de ella, la comunidad musulmana "será dividida violentamente, destruida y se irá al infierno".
Alabo a Sisi por pronunciarse con claridad en este problema; su sinceridad reviste un acusado contraste con las pomposas alocuciones de sus homólogos occidentales, que hacen como que la presente ola de violencia no tiene nada que ver con el islam. (De las diversas intervenciones erróneas altisonantes, mis favoritas son las del antiguo gobernador de Vermont Howard Dean, que respondía a la masacre del Charlie Hebdo diciendo "Me abstengo de llamar terroristas musulmanes a esta gente. Son igual de musulmanes que yo").
Pero Sisi no dio ningún detalle de la revolución que pretende; ¿qué puede tener en mente? En contra de lo que dicen sus incondicionales, yo estoy convencido de que defiende una versión sutil del islamismo, definido como la implantación integral de la ley islámica (la sharía) en el ámbito público.
Varias indicaciones apuntarían a que Sisi sería islamista. Fue musulmán practicante, que al parecer se aprendió el Corán de memoria. El Financial Times descubre que su mujer llevaba el hijab (la prenda) y una de sus hijas el niqab (la vestimenta que solamente exhibe ojos y manos). El secretario de la Hermandad Musulmana, Mohamed Mursi, eligió a Sisi ministro de defensa justamente porque veía un aliado en el entonces General.
Siendo estudiante de Pennsylvania en 2005-06, Sisi escribió un documento que defiende la democracia adaptada al islam, que "guarde escaso parecido" con su prototipo occidental pero que "cobre su propia forma o presentación acompañada de vínculos religiosos más estrechos". Su versión de democracia no separaría mezquita y Estado, sino que se fundamentaría "en principios confesionales islámicos", lo que significa que las instancias públicas habrían de "tener presentes los principios confesionales islámicos al desempeñar sus funciones". En otras palabras, la sharía por encima de la voluntad de la mayoría.
También en aquel documento, Sisi se alineaba en parte con los salafistas, los islamistas barbudos y partidarios del burka que aspiran a vivir como Mahoma. No describe el califato temprano como "forma ideal del Estado" sencillamente, sino como "objetivo de cualquier nueva forma de administración pública", y espera el renacimiento "de la primera forma" de califato.
Es desde luego posible que las opiniones de Sisi acerca del islam, como las de muchos egipcios, hayan evolucionado, sobre todo desde su ruptura con Mursi hace dos años. De hecho, la rumorología le vincula al movimiento radical anti-islamista coranista, a cuyo secretario, Ajmed Subjy Mansour, cita en su trabajo universitario. Pero Mansour sospecha que Sisi "juega con las palabras" y aguarda a ver si Sisi es riguroso en la reforma.
De hecho, hasta que conozcamos más de las opiniones personales de Sisi y veamos lo que pretende, yo interpreto su intervención no como postura en contra de la totalidad del islamismo, sino exclusivamente en contra de su forma violenta en concreto, la que está asolando Nigeria, Somalia, Siria-Irak y Pakistán, la variante que ha tenido en estado de sitio ciudades como Boston, Ottawa, Sídney o París. Como otras mentes menos encendidas, Sisi promueve la sharía a través de la evolución y el apoyo popular en lugar de la revolución y la brutalidad. La no violencia es, claro está, una mejora con respecto a la violencia. Pero no constituye en absoluto la reforma que los no musulmanes esperan ver – sobre todo al recordar que trabajar en el seno del sistema tiene mayores probabilidades de éxito.
La reforma auténtica precisa de académicos del islam, no de caudillos, y del rechazo tajante a la implantación de la sharía en el ámbito público. Por ambas razones, no es probable que Sisi sea ese reformista.