La República de Turquía, durante mucho tiempo un país musulmán en vías de democratización sólidamente asentado en el campo occidental, padece en estos momentos convulsiones internas y está en el centro de dos crisis externas: la guerra civil en la vecina Siria y la inmigración ilegal que está cambiando la política europea. Las perspectivas para Turquía y sus vecinos son preocupantes, si no ominosas.
La clave está en la llegada al poder de Recep Tayyip Erdogan, en 2002, cuando unos resultados electorales bastante fortuitos le dieron el total control del Gobierno, que brillantemente transformó en su feudo personal. Luego de unos años de contención y modestia, emergió su auténtica personalidad: grandilocuente, islamista y agresiva. Ahora trata de gobernar como un déspota, ambición que provoca a su país incesantes y evitables problemas.
En un primer momento, el disciplinado enfoque de Erdogan de la cuestión financiera permitió que la economía turca alcanzara un crecimiento económico del tipo chino, lo que ganó a aquél un creciente apoyo electoral, mientras Ankara se convertía en un nuevo actor de los asuntos regionales. Pero la conspiranoia, la corrupción, la estrechez de miras y la incompetencia afectaron al crecimiento, lo que hizo a Turquía económicamente vulnerable.
En un primer momento, Erdogan dio pasos inéditos para resolver la cuestión kurda, reconociendo que esta minoría étnica que engloba al 20% de la población del país tiene su propia cultura y permitiendo que se expresara en su propio idioma. Pero, por mero electoralismo, el año pasado dio un brusco giro, lo que tuvo como consecuencia una insurgencia kurda más determinada y violenta que nunca, al punto de que la guerra civil se ha convertido en una perspectiva real.
En un primer momento, Erdogan respetó la tradicional autonomía de las principales instituciones turcas –los tribunales, el Ejército, la prensa, los bancos, las escuelas–. Ya no: ahora quiere controlar todo. Atendamos al caso de dos prominentes periodistas, Can Dündar and Erdem Gül: como su periódico, Cumhuriyet, reveló el apoyo clandestino del Gobierno turco al Estado Islámico (ISIS), Erdogan los encarceló bajo estupefacientes cargos de espionaje y terrorismo. Peor aún: cuando la Corte Constitucional (el más alto tribunal turco) revisó la sentencia, Erdogan la acusó de sentenciar "contra el país y el pueblo" y proclamó que ignoraría su decisión.
En un primer momento, Erdogan mantuvo unas relaciones cautas y correctas con Moscú, de lo que obtuvo réditos económicos y le sirvió para usar a Rusia como contrapeso de EEUU. Pero desde el insensato derribo turco de un avión ruso el pasado noviembre, seguido por una desafiante falta de disculpas, el pequeño matón (Erdogan) se las tiene que ver con el matonazo (Putin) y Turquía está pagando los platos rotos. El presidente francés, François Hollande, ha advertido públicamente del "riesgo de guerra" entre Turquía y Rusia.
En un primer momento, las políticas acomodaticias de Erdogan se tradujeron en un panorama doméstico tranquilo; ahora, su belicosidad ha llevado a un reguero de actos de violencia mayor y menor. Para empeorar las cosas, muchos de ellos son turbios en su origen y propósito, lo que alimenta la paranoia. Así, antes de que el grupo kurdo TAK asumiera su responsabilidad por el atentado del 13 de marzo en las inmediaciones de las oficinas del primer ministro en Ankara, en el que murieron 37 personas, se culpó a los kurdos, al ISIS y al propio Gobierno turco. Se interpretó como un intento de justificar una más dura campaña contra los kurdos locales, o de castigar al Gobierno por atacar a los kurdos; o de alentar una invasión militar turca de Siria, o de cercar al archienemigo político de Erdogan, el movimiento de Gülen.
En un primer momento, Turquía se convirtió en un plausible candidato a formar parte de la UE gracias a la conducta de Erdogan. Ahora, la deriva despótica e islamista de éste lleva a que los europeos hagan como que pretenden negociar con Ankara, mientras cuentan con el bloqueo de Chipre a su ingreso. Como advierte el periodista turco Burak Bekdil, "la Turquía contemporánea jamás ha estado tan sideralmente distante de los valores fundamentales de la civilización y las instituciones europeas".
En los primeros meses del levantamiento sirio, Erdogan ofreció sabios consejos al dictador Bashar al Asad para que aflojara la mano y permitiera más participación política. Las cosas han ido tan a peor –como Dündar y Gül reportaron– que Erdogan ahora apoya al ISIS, la organización más fanática e islamista del momento, y quizá de siempre. Ese apoyo ha tenido varias formas: se ha permitido el tránsito de extranjeros con destino Siria y el reclutamiento en Turquía, se ha procurado atención sanitaria, así como armas y dinero. A pesar de todo, el ISIS, temeroso de una traición de Erdogan, amenaza y ataca a los turcos.
El error de apoyar al ISIS y a otras organizaciones islamistas suníes presentes en Siria ha perjudicado a Erdogan también de otra manera, con un flujo masivo de refugiados sirios hacia Turquía, donde cada vez son más rechazados por la población local y causan nuevos problemas sociales y económicos.
Lo que nos lleva a la última apuesta de Erdogan. Los numerosos refugiados sirios que quieren llegar al noroeste de Europa le proveen de una herramienta para chantajear a la UE: dame grandes cantidades de dinero (6.000 millones en el último recuento) y permite a 80 millones de turcos moverse sin visado por tus países, o lanzaré más oleadas no deseadas de sirios, iraquíes, afganos, somalíes, etc. sobre ti.
Hasta ahora, la estratagema le ha funcionado. Liderados por la canciller alemana, Angela Merkel, los europeos están sucumbiendo a las demandas de Erdogan. Pero bien puede ser una victoria pírrica que afecte a los intereses a largo plazo de este último. En primer lugar, forzar a los europeos a fingir que no están siendo chantajeados y saludar a los turcos con los dientes afuera crea mal ambiente, lo que reduce las opciones turcas de acceder a la UE, si es que no acaba con ellas. En segundo lugar, el juego de Erdogan ha desencadenado un profundo y probablemente definitivo cambio en la disposición europea a aceptar más inmigrantes de Oriente Medio –turcos incluidos–, como quedó de manifiesto en los últimos resultados electorales cosechados por el partido de Merkel.
Esto es sólo el principio. Combinados, todos estos errores de Erdogan apuntan a nuevas crisis. Gökhan Bacik, profesor de la Universidad Ipek de Ankara, dice que Turquía afronta una "catástrofe multifacética" de una escala que está "más allá de su capacidad de digestión".
Si Irán es hoy el mayor peligro de Oriente Medio, mañana lo será Turquía.