Todos los Gobiernos importantes han condenado el intento de golpe de Estado en Turquía, al igual que los cuatro partidos con representación en el Parlamento turco. Lo hizo también incluso Fethullah Gülen, el líder religioso al que se acusa de estar detrás de la intentona.
Todo esto me hace sentir un poco solo, ya que el viernes tuiteé, justo después de que se iniciara la sublevación: "#Erdogan se robó las últimas elecciones en #Turquía y gobierna de forma despótica. Merece ser expulsado por un golpe militar. Espero que éste triunfe".
Mantener esta postura casi en-minoría-de-uno-solo implica que se hace necesaria una explicación de más de 140 caracteres. Hay tres razones que justifican mi apoyo al derrocamiento del presidente Erdogan, que aparentemente fue electo de forma democrática y aparentemente gobierna al democrático modo:
1) Erdogan robó las elecciones. Erdogan es un islamista que tuvo su momento como alcalde de Estambul y como primer ministro, cuando actuaba conforme a las normas. A medida que fue pasando el tiempo, sin embargo, empezó a ser más irrespetuoso hacia esas normas, especialmente hacia las electorales. Monopolizó los medios de comunicación públicos, alentó tácitamente los ataques físicos contra miembros de los partidos de la oposición y robó votos. En particular, en las últimas elecciones nacionales, celebradas el 1 de noviembre, se observaron muchos indicios de manipulación.
2) Erdogan gobierna de forma despótica. Erdogan ha ido haciéndose con el control de todas y cada una de las instituciones turcas, incluso en los dos años que lleva como presidente, cargo sin contenido político tanto constitucional como históricamente hablando. ¿Consecuencias? Cada vez más turcos trabajan directamente bajo su control o el de sus secuaces: el primer ministro, el Gabinete, los jueces, la Policía, los profesores, los banqueros, los propietarios de los medios de comunicación y otros líderes empresariales. La cúpula militar ha aceptado a Erdogan, pero, como ha confirmado la propia intentona golpista, el cuerpo de oficiales ha sido la única institución que sigue escapando a su control directo.
Erdogan utiliza sus poderes despóticos con fines perversos. Así, libra una suerte de guerra civil contra los kurdos del sudeste de Turquía, ayuda al ISIS, agrede a los vecinos y promociona el islamismo suní.
3) Las intervenciones militares precedentes funcionaron. Turquía es un país donde los golpes militares han tenido efectos muy positivos. En los cuatro golpes contemporáneos (1960, 1971, 1980 y 1997), el Estado Mayor demostró una muy disciplinada comprensión de su papel: corregir el rumbo de la nave del Estado en el momento oportuno. Sus Gobiernos duraron, respectivamente, cinco años, dos y medio, tres y ningún año [en 1997 ni siquiera hubo golpe propiamente dicho].
Turquía se habría beneficiado ahora de un periodo de reajuste militar que hubiera puesto fin al régimen cada vez más corrupto de Erdogan, aunque eso significara sustituirlo con figuras islamistas más razonables de su propio partido, como Abdullah Gül o Ali Babacan.
Como dijo memorablemente Çevik Bir, uno de los cabecillas del golpe de 1997:
En Turquía tenemos un matrimonio entre el islam y la democracia. (...) El hijo de ese matrimonio es el laicismo. El crío se pone enfermo de vez en cuando. Y las Fuerzas Armadas turcas son el médico que salva al niño.
Ese niño está ahora muy enfermo y necesita a su médico. Desgraciadamente, a ese médico le han parado los pies esta vez. Así que ya podemos imaginarnos cómo se propagará ahora la enfermedad.
Tenemos una idea preliminar de lo que va a suceder: 6.000 turcos ya han sido detenidos, casi 3.000 jueces y fiscales han sido despedidos y las relaciones con Washington han empeorado hasta prácticamente la situación de crisis por la exigencia de Erdogan de que se extradite a Gülen. Por pedregoso que hubiese sido el camino en el pasado, el del porvenir se presenta aún más horripilante.
Renuevo mi predicción de que los asuntos internacionales serán la ruina de Erdogan. Es probable que, al aplicar a las relaciones exteriores la misma belicosidad que tan bien le funciona en la política doméstica, encuentre su fatal destino cuando se ponga más agresivo de lo que le conviene. Después de haber pagado un alto precio, Turquía se verá por fin libre de semejante megalómano.