Hace exactamente veinte años, un Benjamín Netanyahu recién elegido primer ministro de Israel anunció solemnemente en una sesión conjunta del Congreso norteamericano:
Estamos profundamente agradecidos por todo lo que hemos recibido de Estados Unidos; por todo lo que hemos recibido de esta Cámara, de esta institución. Pero creo que no puede haber mejor forma de honrar la prolongada ayuda que América ha prestado a Israel que poder decir: vamos a lograr la independencia económica. Vamos a hacerlo. En los próximos cuatro años, vamos a empezar un largo proceso de reducción paulatina de su generosa ayuda económica a Israel. Estoy convencido de que nuestras políticas económicas sentarán las bases de la autonomía plena y de una gran fortaleza económica.
Aunque Netanyahu ha sido primer ministro la mitad del tiempo transcurrido desde ese discurso de julio de 1996, y aunque la económica terminó en 2007, la ayuda militar de EEUU a Israel se ha cuasi duplicado y va en aumento. De hecho, la oficina de Netanyahu acaba de anunciar que enviará lo antes posible un emisario a Washington a firmar "un nuevo memorándum de entendimiento entre los dos países lo antes posible" para agilizar la transferencia anual de 3.800 millones de financiación estadounidense a Israel para la próxima década.
El objetivo de Netanyahu de lograr la autonomía en aquel entonces era correcto. (Yo considero la ayuda económica y la militar como funcionalmente equivalentes, porque ambas implican transferencias de dinero fungible). Una miríada de investigaciones han determinado que la ayuda extranjera, que tuvo su origen tras la Segunda Guerra Mundial, ha tenido un impacto casi inapreciable en el crecimiento económico. Las políticas sensatas –mercados libres, precios equitativos, fomento de las exportaciones, atenerse con disciplina a las reglas macroeconómicas– tienen mucha más importancia. Los países con políticas correctas tienen un buen desempeño en la carrera del desarrollo; los países que no las aplican se quedan a la zaga, con independencia de cuánta ayuda se les inyecte.
Ya en 1996, el economista Albert O. Hirschman comentó que los proyectos de desarrollo "acarrean muchos problemas". A lo largo de su distinguida carrera, Peter T. Bauer demostró que la ayuda externa (como expresó sarcásticamente, "un proceso mediante el cual los pobres de los países ricos subvencionan a los ricos de los países pobres") no sólo no ha funcionado, sino que ha tenido un amplio abanico de efectos indeseados en los países receptores.
Israel no escapa tampoco de este patrón. Joel Bainerman, periodista especializado en economía, demostró en un artículo publicado en 1995 en Middle East Quaterly que la ayuda estadounidense "ofrece beneficios a corto plazo, pero perjudica a la competitividad del país a largo plazo" y distorsiona la economía. Así, hizo que se construyeran viviendas en los lugares equivocados e infló artificialmente el consumo. También redujo la soberanía de Israel, porque Jerusalén tenía que responder ante su patrocinador en Washington.
Por fortuna, aunque Netanyahu se alejara de sus planteamientos iniciales, otros los han mantenido vivos. De forma destacada, como se menciona en esta nota de Barbara Opall-Rome, un extraordinario exgeneral considera que su país estaría mucho mejor –y que el vínculo entre EEUU e Israel sería más fuerte– si se pusiera fin a las donaciones militares de Estados Unidos.
El teniente general (en la reserva) Gershon Hacohen, excomandante del Mando Norte de Israel y ahora investigador en el Begin-Sadat Center for Strategic Studies (BESA), considera que la ayuda estadounidense "perjudica y corrompe" a Israel, y defiende la reducción de esas ayudas:
Si se pudiera hacer de manera calculada y planificada, restableceríamos nuestra soberanía, nuestra autonomía militar y nuestra capacidad industrial.
Hacohen aduce el contraintuitivo argumento de que la dependencia de Israel de una ayuda militar de EEUU que se prevé larga sirve más a los intereses de EEUU que a los israelíes. Esto se debe a que la "total dependencia" de la ayuda de EEUU, como él la denomina, aumenta la confianza ciega de Israel en la potencia aérea y desincentiva el pensamiento innovador sobre la guerra terrestre.
Israel es tan adicto a las avanzadas plataformas de EEUU, y a las armas que éste ofrece, que hemos dejado de pensar creativamente en términos de conceptos operativos. Durante generaciones, nos hemos quedado atrapados pensando en cómo mejorar tecnológicamente; y esta no es necesariamente la forma correcta de pensar cuando hay que enfrentarse con enemigos que innovan constantemente en conflictos asimétricos. (...) El sabor amargo de las cosas que logramos por nuestra cuenta es preferible a los dulces privilegios que pueden aprisionarnos.
Además, la liberación de la ayuda estadounidense elimina una gran fuente de tensiones:
Una vez que dejemos de depender económicamente de ellos, podrá crecer la alianza.
Si los individuos están mucho mejor cuando son autosuficientes, también lo están los países. Israel tiene un PIB de más de 300.000 millones de dólares, y unos ingresos per cápita de alrededor de 40.000. El Gobierno de EEUU tendrá un mejor aliado poniendo fin con inteligencia a esta relación basada en la ayuda.