Considero al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, el político más incoherente, misterioso y, por lo tanto, impredecible de la escena internacional. Su victoria en el referéndum del mes pasado le otorga oficialmente unos poderes cuasi dictatoriales que dejan Turquía, Oriente Medio y otros lugares en un estado de incertidumbre mayor que nunca.
He aquí algunos de los componentes del Enigma Erdogan:
Misterio nº 1: la celebración del referéndum
El pasado 16 de abril el electorado votó en un sorprendente plebiscito nacional sobre una cuestión nada típica –emisiones de deuda, revocar el mandato de un político, etc.–, sino sobre la introducción de unos cambios fundamentales en la Constitución que afectarían a la propia naturaleza de su régimen político: ¿debe el país continuar con su feble democracia de los últimos 65 años, o centralizar el poder en la Presidencia? Ahora, el primer ministro se evapora y el presidente tiene un inmenso poder sobre el Parlamento, el Gobierno, el Poder Judicial, los Presupuestos y el Ejército.
En general, los turcos consideraban las 18 modificaciones constitucionales propuestas una decisión trascendental. La afamada novelista Eli Safak habló por la mayoría cuando escribió que el referéndum "podría alterar el rumbo del país para las próximas generaciones". Tras la aprobación de las reformas, parte de quienes estaban en contra se echaron a la calle. "Turquía, tal como la conocemos, se ha acabado; es historia", escribió el periodista Yavuz Baydar. Los ministerios de Defensa y Asuntos Exteriores valoraron el referéndum como, posiblemente, "el cambio más importante y transformador de Eurasia, Oriente Medio y parte de África desde la caída la URSS, en 1990-1991".
Pero hete aquí la madre del cordero: durante años Erdogan, ha ejercido de hecho los poderes que el referéndum le otorga. Él es el que manda en Turquía, y puede someter el país a sus caprichos. Quien sea acusado de "insultar al presidente" –un dibujante, el encargado de una cafetería o un canadiense– puede ser multado o encarcelado. El ex primer ministro o presidente que se atreva a discrepar de Erdogan desaparece de la vida pública. Él sólo hace la guerra o la paz. Lo que Erdogan quiere, lo consigue, sin que lo refrenen minucias constitucionales.
La fijación de Erdogan con dotar oficialmente a la Presidencia de los inmensos poderes que ya atesora le llevó a robar unas elecciones, despedir a un primer ministro, empezar una cuasi guerra civil con los kurdos y provocar una crisis con Europa. ¿Por qué se tomó tantas molestias para algo así?
Misterio nº 2: los resultados del referéndum
Erdogan ejerció una enorme presión para lograr una memorable victoria electoral. Hizo pleno uso de su control sobre la mayoría de los medios. Se movilizó a las mezquitas. Como dijo una organización internacional, en varias ocasiones los partidarios del no "afrontaron operaciones policiales mientras se encontraban en campaña; algunos además fueron arrestados, acusados de insultar al presidente o de organizar actos públicos ilegales". Hubo opositores que perdieron sus trabajos, sufrieron boicots en los medios, cortes de luz, palizas. Una semana antes del referéndum, Erdogan incluso proclamó que los votantes del no ponían en peligro su vida eterna. Después, según una ONG sueca, "el fraude electoral generalizado y sistemático, los incidentes violentos y las escandalosas medidas de" la junta electoral "ensombrecieron la votación".
Con todo, el sí se impuso por un margen desconcertantemente exiguo: 51,4% frente al 48,6% del no. Si se hubiese llevado a cabo de forma limpia, ¿se habría arriesgado Erdogan a perder, lo que rebajaría su talla y su poder? Si el referéndum fue amañado –lo cual es enteramente posible, dados los antecedentes de su partido–, ¿por qué el voto a favor fue tan bajo y no, más imponentemente, de un 60, un 80 o, por qué no, un 99%? Esa anodina mayoría del 51,4% prácticamente invitaba a los partidos de la oposición, con el respaldo de la Unión Europea y otros, a impugnar la legitimidad de la votación y plantear preguntas incómodas que Erdogan seguramente querría evitar.
Misterio nº 3: Gülen
Erdogan puso impúdicamente fin a su crucial alianza con su correligionario islamista Fethullah Gülen, convirtiendo a un incondicional aliado en un firme opositor que desafió la primacía de Erdogan y sacó a la luz su corrupción. En su guerra política contra Gülen –un anciano clérigo musulmán que vive en los Poconos, en la Pensilvania rural–, Erdogan afirmó inverosímilmente que su movimiento había planeado y dirigido un supuesto intento de golpe en julio de 2016. Después tomó duras represalias contra los seguidores de Gülen y contra cualquiera que le desagradara, lo que resultó en 47.000 arrestos, 113.000 detenciones y 135.000 despidos o suspensiones de empleo; y muchos, muchísimos más turcos entraron en la penumbra de la muerte cívica. Erdogan fue más allá y exigió que Washington extraditara a Gülen, y amenazó con la ruptura si no se salía con la suya: "Tarde o temprano, EEUU tendrá que elegir. O Turquía o [Gülen]".
¿Por qué Erdogan optó por la guerra contra Gülen, generando agitación entre las filas islamistas turcas y poniendo en peligro las relaciones con Estados Unidos?
Misterio nº 4: purismo semántico
La Unión Europea accedió de mala gana a conceder el visado sin exenciones para la enorme Zona Schengen a los 75 millones de turcos, ventaja que daría a Erdogan la posibilidad de expulsar a refugiados kurdos y refugiados sirios no deseados, así como de acrecentar su influjo en países como Alemania y Holanda. Pero la UE supeditó tal concesión a un acotamiento de las leyes antiterroristas turcas, de confusa redacción. Exigió que se revisaran la legislación al respecto "en función de los estándares europeos". Erdogan podría haber hecho esta concesión insignificante y detenido a quien hubiese querido por otras razones, pero se negó ("Es imposible revisar las leyes y prácticas sobre terrorismo", entonó uno de sus ministros) y renunció a una extraordinaria oportunidad.
Misterio nº 5: astuto o megalómano
Erdogan se convirtió en primer ministro en 2003, y durante ocho años gobernó con cautela, supervisando un notable crecimiento económico, aplacando a la cúpula militar, que tenía el poder definitivo en el país, y siguiendo una exitosa política de "cero problemas con los vecinos". A diferencia del desdichado Mohamed Morsi, que duró sólo un año como presidente de Egipto, Erdogan midió los tiempos de sus jugadas con tal destreza que, por ejemplo, casi nadie se dio cuenta en julio de 2011 de que había sometido al Ejército.
Sin embargo, desde 2011 Erdogan ha atizado constantemente sus propios problemas. Sin ninguna necesidad, convirtió al sirio Bashar al Asad, su líder extranjero preferido (incluso se habían ido juntos de vacaciones, junto con sus esposas), en un enemigo mortal. Derribó un avión de combate ruso y después tuvo que disculparse ante Moscú de manera miserable. Salió perdiendo en lo relacionado con un oleoducto que transportaba gas del este del Mediterráneo a Europa.
Se construyó ilegalmente, en un terreno protegido, un palacio exageradamente grande, el más grande del mundo desde el ominoso Palacio del Pueblo de Nicolae Ceausescu, en Bucarest. En una farsa particularmente innoble, se presentó en el funeral del boxeador Mohamed Alí para soltar un discurso, repartir regalos y salir en la foto con los deudos; le rechazaron todas estas peticiones y tuvo que volver disimuladamente a casa.
Hace enemigos dondequiera que va. En Ecuador, sus guardaespaldas esposaron a tres ecuatorianas prokurdas y dieron una paliza a un diputado que trató de protegerlas. Cuando le preguntaron sobre el incidente, el portavoz adjunto del Gobierno de Ecuador respondió:
Hasta que los guardaespaldas de Erdogan atacaron a un diputado, nuestra gente no se preocupaba de Turquía. Nadie sabía quién era turco y quién kurdo. Ahora todo el mundo lo sabe, y naturalmente estamos del lado de los kurdos. No queremos volver a ver a Erdogan en nuestro país.
¿Qué le ha pasado al astuto líder de hace una década?
Los seguidores islamistas de Erdogan sugieren a veces que va camino de proclamarse califa. A medida que se acerca el centésimo aniversario de la abolición del califato con capital en Estambul, podría tener esa tentación; dependiendo de si usa el calendario islámico o el cristiano, podría pasar el 10 de marzo de 2021 o el 4 de marzo de 2024. Dicho queda.
Por desgracia, las respuestas occidentales a Erdogan han sido confusas y endebles. Angela Merkel accedió a llevar al comediante Jan Böhmermann a los tribunales por burlarse de él. Donald Trump llegó a felicitarle por su tiránica victoria y le premió con una reunión en este mismo mes de mayo. Y los australianos aplazaron las conmemoraciones de la Batalla de Galípoli.
Ha llegado la hora de ver a Recep Tayyip Erdogan como lo que es, un egomaníaco dictatorial, islamista y antioccidental, y de proteger a sus vecinos y a nosotros mismos del daño que ya está causando y de problemas más graves que vendrán. Retirar las armas nucleares estadounidenses de la base aérea de Incirlik sería un paso en la dirección correcta; aún mejor sería advertir a Ankara de que su pertenencia a la OTAN pende peligrosamente de un hilo.