El presidente Trump ha dado dos pasos inauditos altamente favorables a Israel: ha reconocido a Jerusalén como su capital y recortado los fondos a la UNRWA [la agencia de la ONU a cargo de los refugiados palestinos], una organización básicamente comprometida con la erradicación del Estado judío. Estas dos muy esperadas acciones han tenido por objetivo un embrollo que dura ya casi 70 años y brindado nuevas oportunidades para la resolución del conflicto palestino-israelí. Bravo por Trump por aguantar las críticas del pensamiento convencional y dar esos valerosos pasos.
Dicho esto, hay un problema. Parece que ambos pasos se han dado por razones equivocadas, y las satisfacciones de hoy pueden ser el fiasco de mañana.
Primer problema para Israel: Trump dice que reconoce Jerusalén como su capital para resolver la cuestión de la Ciudad Santa. Así reflexiona al respecto:
Lo más duro [para los negociadores israelíes y palestinos] era hablar de Jerusalén. Hemos dejado Jerusalén fuera de la mesa, así que ya no vamos a hablar más de ello. Nunca pasaron de Jerusalén.
Esto sugiere que Trump piensa que el reconocimiento ha resuelto la enmarañada cuestión de Jerusalén; como si esto fuera una transacción inmobiliaria en Nueva York y él hubiera negociado un acuerdo paralelo sobre regulaciones urbanísticas o representaciones sindicales. Pero no. Lejos de dejarla fuera de la mesa, la decisión de Trump ha hecho que la cuestión de Jerusalén esté en el candelero como nunca antes.
Los miembros de la Organización de Cooperación Islámica (OCI) han condenado abrumadoramente la maniobra de Trump, así como los del Consejo de Seguridad y los de la Asamblea General de Naciones Unidas. Además, el reconocimiento ha hecho que la violencia palestina contra los israelíes se triplique. Por tanto, Trump ha hecho de Jerusalén una cuestión aun más disputada de lo que ya era.
¿Cómo reaccionará Trump cuando comprenda que Jerusalén sigue muchísimo en la mesa y que su gesto ha tenido el efecto contrario al deseado? Aquí va mi predicción: la frustración y la rabia pueden predisponerle contra Israel; incluso pueden llevarle –temperamental y espontáneo como es– a cancelar su reconocimiento.
Segundo problema: Trump pretende cobrar a Israel un precio no especificado por el reconocimiento, de ahí que de hecho dijera que "Israel pagará" y que "podría pagar más". Por el momento, con la Autoridad Palestina (AP) boicoteando la mediación americana y afrentando al propio Trump, ese cobro está en suspenso. Pero la puerta americana está permanentemente abierta para los palestinos, y cuando éstos espabilen, un fabuloso regalo les aguardará en la Casa Blanca. (Esta dinámica de aplicar el quid pro quo a Israel explica por qué, en líneas generales, prefiero que haya tensiones a fuego lento entre Washington y Jerusalén).
Tercer problema: Trump no ha retenido 65 de los 125 millones de dólares presupuestados para la UNRWA para castigar a una organización execrable por su historial –que se remonta a 1949– de incitación antiisraelí entre los palestinos, fomento de la violencia contra los judíos, corrupción y expansión (en vez de disminución) del número de refugiados. En su lugar, ha retenido el dinero para presionar a la AP a que vuelva a las negociaciones con Israel. El propio Trump tuiteó: "Si los palestinos no están dispuestos a seguir hablando de paz, ¿por qué deberíamos seguir mandándoles esos desembolsos masivos?".
Así que, en cuanto se le pase el berrinche por lo de Jerusalén y se avenga a hablar de paz, al líder de la AP, Mahmud Abás, le aguardan un montón de premios: la posible cancelación del reconocimiento de Jerusalén, alguna recompensa fabulosa y la reanudación, incluso la ampliación, de la financiación americana. En este punto, el papa, la canciller, el príncipe heredero y el New York Times se felicitarán de la brillantez de Trump, e Israel se verá fríamente desprovisto de su favor.
Abás ya ha empezado a dar sigilosa marcha atrás a su histrionismo, que de todas formas es para consumo interno, para mostrar a un cuerpo político palestino radicalizado que él es tan duro, despreciable y lunático como sus rivales de Hamás. Por supuesto, él sabe que EEUU es la única potencia que puede presionar a Israel para que haga concesiones; por lo que, tras un lapso decente, inexorablemente murmurará disculpas, ensalzará a Trump, enardecerá a la horda de proxies palestinos, hablará de paz con Israel y se congraciará con la Administración.
Cuando todo esto ocurra, la actual luna de miel entre EEUU e Israel tendrá un abrupto final y dará paso a las desavenencias habituales, con Washington demandando a Israel que dé "oportunidades a la paz" y haga "penosas concesiones" y los israelíes resistiéndose a las presiones.
Me he equivocado muchas veces con Trump. Ojalá lo vuelva a hacer.