En Al Monitor, Ben Caspit ha filtrado detalles del "acuerdo definitivo" de la Administración Trump para la resolución del conflicto palestino-israelí. Citando una anónima "fuente diplomática de primer nivel", el periodista israelí escribe que el aún secreto plan de Trump incluye la división de Jerusalén en tres sectores; y "no va de situar la capital palestina en Abu Dis [localidad palestina en el distrito de Jerusalén], sino en partes importantes de Jerusalén Oriental". Según dicha fuente, habrá dos capitales en Jerusalén: la israelí, en la parte occidental, con control sobre los barrios judíos del sector oriental; y la palestina, en la propia parte oriental. Además, una tercera sección, la Cuenca Sagrada, quedaría bajo control internacional.
La primera reacción habría de ser un "interesante, si fuera cierto", dado que filtraciones previas resultaron a la postre incorrectas. Pero supongamos que ese anónimo diplomático de primer nivel sabe de lo que habla. ¿Entonces qué?
– Toda idea de poner cualquier área "bajo control internacional" evoca el Plan de Partición de Naciones Unidas de 1947, con su malhadada pero persistente concepción de Jerusalén comocorpus separatum. En otras palabras, es anacrónica.
– Y además es bastante peligrosa: imagine lo que sería confiar uno de los lugares más sensibles del mundo a la Asamblea General de la ONU o al Cuarteto para Oriente Medio. Esto podría perfectamente dar pie a una nueva ronda de enfrentamientos.
– El plan de Trump pondría áreas de soberanía israelí en manos palestinas. Al hacerlo, recompensaría a estos pese a que prácticamente no han cumplido uno solo de los compromisos que asumieron en los Acuerdos de Oslo (1993). En otras palabras, fomentaría que los palestinos siguieran comportándose pésimamente.
– Por supuesto, lo de convertir la zona oriental de Jerusalén en "la capital de Palestina" implicaría el reconocimiento de Palestina por parte del Gobierno de EEUU. Las declaraciones del último año de Trump implican que muy probablemente demandaría al Gobierno de Israel que procediera también a dicho reconocimiento, lo que suscitaría un amplio debate en Israel.
– Presumiblemente, esa Palestina abarcaría partes de Jerusalén, la mayoría de la Margen Occidental y toda Gaza. El emplazamiento concreto de la frontera en las dos primeras daría pie a discusiones monumentales. Otro tanto sucedería cuando los palestinos, inevitablemente, decidieran que Palestina incluye también todo Israel.
– Como destaca Caspit, una propuesta de dividir Jerusalén en tres perturbaría la política israelí y dañaría a Netanyahu, que ya no podría seguir satisfaciendo ni a sus bases nacionalistas ni al presidente de EEUU.
– Como en otras ocasiones en que Donald Trump sigue sus instintos contra el consenso republicano (imposición de aranceles, retirada de Siria), el ala izquierda del Partido Demócrata aplaudiría (muy levemente). Esta vez, también lo haría la UE. En cambio, numerosos admiradores israelíes y sionistas de Trump, empezando por los evangélicos, experimentarían una tremenda conmoción. Teniendo en cuenta los antecedentes (de nuevo, los aranceles y Siria), uno puede predecir perfectamente lo que sucedería después: Trump respondería con acritud y doblaría la apuesta, pulverizando la luna de miel israelo-americana de los dos últimos años. Los seguidores de Trump se dividirían acremente, lo que debilitaría al movimiento conservador y perjudicaría las oportunidades de reelección del propio Trump.
En definitiva: si Caspit está en lo cierto, las consecuencias serán muy importantes y duraderas.
Adenda del 24 de diciembre. La inesperada decisión de Netanyahu de convocar elecciones en abril probablemente signifique que el plan de Trump se demorará varios meses –o más–. Puede que no sea casualidad: como ha escrito Michael Wilner en el Jerusalem Post, "el deseo de la Administración [norteamericana] de seguir adelante con su proceso de paz puede haber influido en la convocatoria electoral [de Netanyahu] siete meses antes de lo necesario".