La primera victoria Americana en la guerra contra el terror fue lograda por Ronald Reagan, y tuvo lugar el 20 de Enero de 1981, el primer día de su presidencia.
Fue cuando los jihadistas que gobernaban la República Islámica de Irán liberaron a 52 rehenes Americanos precisamente al tiempo que Reagan prestaba juramento en el cargo. Tras 444 días de humillar a Jimmy Carter, los gobernantes en Teherán decidían concluir su drama en la embajada de los Estados Unidos antes de que tuvieran que hacer frente al nuevo presidente. Esto marcó el primero de los éxitos de la política exterior de Reagan.
Para empezar, un poco de contexto: Cuando el Ayatolá Ruholah Jomeini derrocó al shah de Irán en Febrero de 1979, estableció el primer régimen Islamista moderno, uno que reflejaba los métodos fascistas y comunistas pero con el objetivo absolutamente diferente de implementar la ley Islámica (la Shari`a). Al igual que el régimen Talibán que más tarde llegaría al poder en Afganistán, los Jomeinistas proclamaron tener las respuestas a todas las preguntas vitales. Crearon un orden totalitario con la intención de controlar cada aspecto de la vida nacional Iraní y extender la revolución en el exterior.
En común con todos los déspotas utópicos radicales, Jomeini veía a los Estados Unidos como el obstáculo principal para ejecutar su programa. Al igual que los líderes Talibanes más adelante, atacó a Americanos. Solo que en su caso, fue convenientemente a por Americanos en suelo Iraní, en lugar de meterse en camisas de once varas atacando Nueva York o Washington.
El 4 de Noviembre de 1979, un tumulto bajo la dirección indirecta de Jomeini capturó la embajada Americana en Teherán, una acción que animó la confianza Islamista y desató la furia Musulmana contra Americanos por todo el mundo. Esa furia entonces tomó forma violenta cuando Jomeini declaró inexactamente que la captura de la Gran Mezquita de La Meca el 20 de Noviembre era un asalto liderado por los Estados Unidos contra los lugares santos del Islam. (De hecho, fue llevada a cabo por un grupo de fanáticos del estilo bin Laden).
Una oleada de ataques de turbas anti -Americanas siguió entonces en África del norte, Oriente Medio, Asia del Sur. La peor violencia se registró en Libia y Pakistán; en el segundo país, resultaron cuatro muertos - entre las primeras bajas de la guerra del Islam militante contra América.
En reacción, Jimmy Carter se doblegó como Bill Clinton y trinó como John Kerry. Se empantanó en detalles diplomáticos y perdió de vista los principios y las metas. Por ejemplo, respondió en parte a la toma de la embajada esperando "convencer y persuadir a los líderes Iraníes de que el peligro verdadero para su nación descansa en el norte, en la Unión Soviética".
Respondió a los esfuerzos diplomáticos como un técnico: "Depende de los Iraníes" hacer el siguiente movimiento, dijo a finales de 1980. "Creo que sería favorable para ellos y para nosotros resolver este asunto sin más dilación. Pienso que nuestras respuestas son adecuadas. Creo con seguridad que la oferta Iraní era una base para una resolución de las diferencias".
En contraste, como presidente electo, Ronald Reagan adoptó una postura destacada. Llamó a los captores Iraníes "criminales y secuestradores" y llamó a los líderes políticos "secuestradores". Por si no entendieran sus insultos, agregó, "que me haría muy feliz que no esperaran [a que llegase al cargo]".
Reagan y sus ayudantes adoptaron un tono amenazador. "Sólo tenemos que hacer algo para traer de vuelta [a los rehenes]", advirtió. Edwin Meese III, su jefe de transición, habló más explícitamente: "los Iraníes deberían prepararse para que este país tome cualquier acción que sea apropiada" y "deben pensarse muy cuidadosamente el hecho de que jugaría a su favor ciertamente devolver a los rehenes ahora".
Las duras palabras y dura reputación de Reagan brindaron a los Estados Unidos una rara victoria sin sangre sobre el Islam militante. Incluso un funcionario veterano de la administración Carter, aunque prefirió enfatizar los errores de su jefe en lugar de los puntos fuertes de Reagan, reconoció a regañadientes que "probablemente no estaríamos sacando ahora a los rehenes si Carter hubiera sido reelegido".
Desafortunadamente, el balance final de Reagan contra el Islam militante fue menos impresionante, notablemente por su retirada de Beirut de 1983 y las transferencias de armas de su administración a Teherán de 1985-86.
Es decir, el triunfo de los albores de la presidencia de Reagan nos recuerda dos puntos tras su muerte el 5 de Junio: tuvo que ocuparse del problema del terrorismo que plaga esta era; y su postura robusta y patriótica tuvo éxito no sólo contra la Unión Soviética sino también contra su movimiento totalitario sucesor, el Islam militante.