Políticos franceses de primera fila hicieron algunas declaraciones notablemente derrotistas la semana pasada.
Rechazando cualquier acción militar de Estados Unidos en Irak, el Presidente Jacques Chirac dijo que "la guerra es siempre la admisión de la derrota, y es siempre la peor de las soluciones. Y por lo tanto debe hacerse todo para evitarla". El Ministro de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, lo puso más enfáticamente: "Nada justifica considerar la acción militar". A todo esto, el canciller alemán dio el visto bueno.
En respuesta, el Secretario norteamericano de Defensa Donald Rumsfeld rechazó a Francia y Alemania como "vieja Europa". El Post los atacó como "el eje de la comadreja". El dibujante Tony Auth los denominó "el eje de la molestia".
Un nombre aún mejor sería "el eje de la satisfacción". La "satisfacción" puede sonar como un insulto, pero es una política seria con una historia larga - y un atractivo duradero altamente relevante en las circunstancias de hoy.
El historiador de Yale Paul Kennedy define la satisfacción como un modo de zanjar las disputas "admitiendo y satisfaciendo agravios a través de la negociación racional y el compromiso, evitando de tal modo el recurso a un conflicto armado que sería costoso, sangriento y posiblemente muy peligroso".
El imperio británico descansó fuertemente en la satisfacción desde 1860, con buenos resultados - evitaba conflictos coloniales costosos al tiempo que preservaba el status quo internacional. En menor medida, otros gobiernos europeos también adoptaron la política.
Entonces llegó 1914, cuando en un paréntesis de delirio casi toda Europa abandonó la satisfacción y acometió la Primera Guerra Mundial con lo que el historiador de Yale Peter Gay llama "un fervor que rondaba la experiencia religiosa". Había pasado un siglo desde que el continente experimentara las miserias de la guerra, y su recuerdo había desaparecido. Lo que es peor, pensadores tales como el alemán Friedrich Nietzsche desarrollaron teorías que glorificaban la guerra.
Cuatro años (1914-18) de infierno, especialmente en las trincheras al norte de Francia, impulsaron entonces una culpabilidad inmensa por el júbilo de 1914. Emergió un nuevo consenso: los europeos nunca más entrarían en guerra.
La satisfacción parecía mejor que nunca. Y por eso, cuando Adolf Hitler amenazaba en los años 30, los líderes británicos y franceses intentaron comprarlo. Por supuesto, lo que funcionó en las guerras coloniales tuvo resultados completamente desastrosos al tratar con un enemigo como los Nazis.
Esto condujo a la política de comprar opositores totalitarios que eran desacreditados. Durante la Guerra Fría, parecía que los europeos habían aprendido una lección que nunca olvidarían. Pero sí la olvidaron, poco después de que la Unión Soviética colapsara en 1991.
En un ensayo brillante en el Weekly Standard, el David Gelernter de Yale explicó cómo sucedió esto. El poder de la satisfacción fue eclipsado temporalmente por la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, pero con el paso del tiempo, "los efectos de la Segunda Guerra Mundial están desapareciendo mientras que los efectos de la Primera permanecen".
¿Por qué?. Porque, dice Gelernter, la Primera Guerra Mundial es bastante más comprensible que la Segunda, que es "demasiado grande para que la mente la asimile". Política y espiritualmente, parece cada vez más como si la Segunda Guerra Mundial nunca hubiera tenido lugar.
De hecho, argumenta Gelernter, "Son los años 20 de nuevo", con la repugnancia visceral a la guerra y la disponibilidad para apaciguar a dictadores totalitarios (piénsese en Corea del norte, Irak, Siria, Zimbabwe y otros).
Encuentra a la Europa de hoy "asombrosamente" parecida a la de los años 20 en dos sentidos: "su amor por la autodeterminación y el rechazo al imperialismo y la guerra, su Alemania liberal, la Rusia contraída y el mapa de Europa abarrotado de estados pequeños, con la indiferencia de América hacia Europa y el desdén de Europa hacia América, con el antisemitismo rampante y endémico de Europa, recompensando política, masoca y financieramente la fascinación ante estados musulmanes que la desprecian y su susurro de auto odio y culpa".
Gelernter propone que el auto odio del estilo del de los años 20 es hoy "una fuerza dominante en Europa". Y la satisfacción encaja en este ánimo perfectamente, crecido durante décadas de una visión mundial "que enseña la culpa sangrienta al occidental, la bancarrota moral de occidente y el escándalo de la civilización occidental intentando imponer sus valores a los demás".
Lo que nos lleva de vuelta a la reticencia de la "vieja Europa" a enfrentar a Saddam Hussein. La lección de la Segunda Guerra Mundial (ataca antes de que un tirano agresivo levante su poder) se ha perdido en favor de la actitud de los años 20 ("nada justifica considerar la acción militar").
Esta debilidad de auto odio llevará de nuevo al desastre, no menos de lo que lo hizo en la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos se encuentra teniendo que alejar a democracias del señuelo de la satisfacción. Irak es un buen lugar para empezar.