Hace mucho tiempo Aristóteles reconoció que la virtud es el punto intermedio entre extremos. Y, últimamente, me siento agredido precisamente por posicionarme en el medio.
Publiqué un modesto artículo en el New York Times sugiriendo seis razones por las cuales el Estado judío no debería extender su soberanía a un territorio mayormente palestino.
En verdad, no me esperaba que el artículo levantara tantas emociones encontradas. Trata sobre todo de un asunto práctico como táctico, enajenado de consideraciones filosóficas, principistas o ideológicas. Antes que condenar la anexión de Cisjordania sobre objeciones morales, simplemente argumenté que —dadas las circunstancias actuales—, los contras sobrepasan cualquier beneficio que pueda ofrecer la ruptura del statu quo. Analicé el tema desde el punto de vista de un amigo convencional de Israel. Es decir, no pretendí instruir a los israelíes sobre lo que deberían hacer, sino que más bien escribí pensando en mis compatriotas estadounidenses.
Quizás mis opiniones estén en lo cierto y quizás estén equivocadas, pero en todo caso vayamos con calma. Muéstrenme qué tan buena idea podría ser la anexión en este momento, y luego nos vamos a tomar una cerveza como buenos amigos. Sin ir más lejos, varios colegas del Middle East Forum (Efraim Inbar, Gregg Roman, Matt Mainen, Nave Dromi) argumentan a favor de la anexión, y están perfectamente en condiciones de hacerlo. Algunas respuestas, como las efectuadas por Jonathan Tobin o Yishai Fleisher, desacuerdan conmigo respetuosamente, pero estoy agradecido por su sobriedad constructiva.
Sin embargo, mi análisis provocó muchos ataques salvajes en Twitter por parte de una horda de izquierdistas trastornados (como el asesor de política exterior de Bernie Sanders), islamistas (del Consejo para las Relaciones Islamo-Estadounidenses o CAIR por sus siglas en inglés), y también odiadores de Israel (de grupos como Jewish Voices for Peace, IfNotNow). Los extremistas se deslizaron de sus agujeros para aullar a la luna con refutaciones largas, aburridas e incoherentes. Desde un lado, la Intifada Electrónica antiisraelí condenó mi "racismo antipalestino". Desde el otro, la Organización Sionista de Estados Unidos (Zionist Organization of America o ZOA) proisraelí denunció mis "falsedades absurdas".
Digamos que me encuentro en el punto intermedio de Aristóteles, ignorando sus aullidos.
Algunos críticos señalan que las terribles predicciones hechas —pensando en las repercusiones que podrían llegar—, con el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén (un paso que apoyé de todo corazón) resultaron erróneas, de modo que mis predicciones sobre la anexión tentativa también deben ser erróneas. A esto respondo lo siguiente. 1) Esa fue una acción estadounidense, no israelí. 2. Contaba con amplo apoyo en Israel, contrario a la propuesta de anexión. 3. A diferencia de una anexión, el traslado de la embajada nunca podría suponer la creación de ciudadanos israelíes potenciales. En suma, una cosa no tiene nada que ver con la otra.
Como fundador del Israel Victory Project (Proyecto para la Victoria de Israel), no cedo ante nadie en el esfuerzo por persuadir a los palestinos a aceptar, verdadera y permanentemente, a Israel como el Estado judío que es. Mi artículo publicado en el New York Times presenta este punto reiteradamente, y lo hace para una audiencia que casi nunca se cruza con argumentos semejantes:
No soy alguien que se preocupe por la "ocupación" israelí de Cisjordania: en mi opinión, los palestinos habrían disfrutado hace mucho tiempo del autogobierno si hubieran dejado de asesinar a israelíes [...] Por el contrario, aliento los pasos israelíes que señalan a los palestinos que el conflicto terminó y que perdieron...
La anexión probablemente haría que más palestinos sean elegibles para convertirse en ciudadanos de Israel. Eso sería un error profundo, ya que sus ciudadanos árabes constituyen lo que creo que es el enemigo final de la condición de Israel como estado judío...
Israel debe imponerse contra los palestinos; pero esa afirmación debe ser estratégica, encajar en la campaña más amplia para obligar a los palestinos a renunciar a su objetivo de eliminar al estado judío. Anexar Cisjordania es una autocomplacencia que tiene el resultado opuesto. Por lo tanto, a pesar de su intención, impulsa la causa antisionista y hace que la resolución del conflicto sea más distante.
Creo en una victoria israelí inteligente, que vaya directamente al quid de la cuestión, entendiendo —si vamos a los extremos—, que la anexión de Cisjordania sería tonta en este momento. Como escribí en mi artículo, la anexión "dañaría las relaciones de Israel con la administración Trump, los demócratas, los líderes europeos y árabes, además de desestabilizar la región, radicalizar a la izquierda israelí, y dañar el objetivo sionista de un Estado judío".
Apelo entonces a la calma, a los objetivos claros, y a las tácticas inteligentes.
En este caso, esto significa considerar cuidadosamente qué pasos avanzarán más el objetivo de romper la voluntad palestina de eliminar a Israel, haciendo el menor daño posible a la armonía interna y la posición externa de Israel. Una posibilidad podría ser, como he argumentado antes, que "cuando haya armas de la Autoridad Palestina (AP) apuntando a israelíes, habrá que confiscarlas y prohibir su reemplazo; y si esto ocurriera repetidas veces, habría que desmantelar la infraestructura de seguridad de la AP. Si continuase la violencia, habría que reducir y después cortar el agua y la electricidad que suministra Israel. SI hubiera tiroteos o lanzamiento de morteros y otros proyectiles, habría que ocupar y controlar las áreas de donde procedieran."
Otra vez, tengamos un debate calmo sin perder el foco. Solo de este modo, y no mediante distracciones legalistas o entusiasmos premeditados, podrá Israel alcanzar la victoria.
Daniel Pipes (DanielPipes.org, @DanielPipes) es el presidente del Middle East Forum. © 2020 por Daniel Pipes. Todos los derechos reservados.